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La sensualidad de su estampa impacta. Enfundada en un vestido largo gris con un larguísimo tajo delantero, la aclamada pianista china de 31 años saluda secamente, se sienta al piano y arranca con Rachmaninov. Pasa como una ráfaga por las tres obras: con un tranco marcial algo apremiante en el Preludio op. 23 Nº 5, un lógico remanso en el Vocalise op. 34 y un apabullante despliegue durante esa tormenta perfecta que es el Étude tableau op. 39 Nº 5. Yuja no tiene diez dedos: tiene veinte.
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Luego de este huracán aborda la Sonata Nº 3 de Chopin. Hay allí otro remanso que es el movimiento Largo, una de las páginas más inspiradas del compositor, que Wang supo cantar y matizar en gran forma. Pero en los movimientos extremos volvió a dar esa impresión algo maquinal donde faltó por momentos un poco más de respiración y de serenidad en el fraseo. El Scherzo fue paradigmático en este sentido porque las manos volaban sobre las teclas sin tocarlas. Yuja no tiene veinte dedos, tiene treinta.
Mentiría si dijera que esta primera parte me conmocionó. Estaba sin discusión frente a una pianista de atributos técnicos inusuales, pero faltaba ese plus que a uno lo mueve interiormente hasta cortarle la respiración.
Para la segunda parte, Yuja nos regala un vestido minifalda entallado, de lentejuelas doradas. Sale al escenario y encandila. Es una lástima que con esa presencia impactante vuelva a saludar tan mecánica y secamente. Pero ahora sí el deslumbramiento total llega con la música. La Sonata Nº 6 de Prokofiev fue el vehículo perfecto para que la pianista mostrara su verdadera dimensión. Aquí sí se dio el festín de color, matices, contrastes, infinitos planos sonoros e increíbles ligados entre los dedos de una mano o entre las dos manos. Wang se sintió mucho más cómoda con Prokofiev que con el más romántico Rachmaninov y el mucho más romántico Chopin.
Y vino la frutilla final. Terminado el programa con esa maravilla rusa, la artista pareció cambiar un chip interno y así como el estudiante que acaba de salvar un examen se distiende y se alegra, ella pasó del saludo breve y circunspecto a una sonrisa espontánea y afectuosa. Conectó con el público de tal forma que hizo nueve bises ante un teatro desaforado en el aplauso. Por allí desfilaron, entre otros, Strauss, Schubert-Liszt, Ramón Márquez, Bizet-Horowitz, Mozart-Volodos-Wang hasta culminar con un electrizante Precipitato, último movimiento de la Sonata Nº 7 de Prokofiev.
El concierto se hizo el viernes 12 en lugar del jueves 11 por un paro de ADEOM, para lo cual fue necesario, entre muchas buenas voluntades, la de la propia artista, que postergó un día su vuelo a Chile.