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    En Uruguay hubo una “revolución oculta” que cambió a la familia

    El modelo biparental tradicional representa solo un tercio de las uniones

    A las autoridades locales de la congregación de salesianos les pareció oportuno “empaparse de la realidad” de la familia uruguaya. Para eso convocaron al sociólogo Gustavo Leal, quien presentó cifras que resultaron un baldazo de agua fría: el “modelo de familia” que está en el imaginario de muchos cristianos, hoy no es el predominante en los hogares uruguayos.

    El artículo 40 de la Constitución dice que “la familia es la base” de la sociedad. El concepto fue incluido en la reforma de 1934, cuando el modelo de familia era el de hombre y mujer casados y con hijos. Ocho décadas después, ese tipo de familia no es la regla, sino que representa un tercio de las uniones entre personas.

    En Uruguay se produjo de manera paulatina una “revolución oculta” que implicó cambios en la composición de los hogares y de las familias, evaluó Leal ante los salesianos. El experto, que además es director del programa Mesas Locales del Ministerio del Interior, apoyó su disertación con un documento —al que accedió Búsqueda— titulado Los cambios en la estructura de los hogares y la familia en Uruguay.

    En paralelo a la disminución de la cantidad de familias biparentales, hubo una reducción en la duración de los matrimonios. Mientras que en la década de 1950 una unión de ese tipo duraba 35 años, ya en los años 90 promediaban los ocho años, relató Leal. Pero además, el 80% de los jóvenes menores de 29 años vivían en pareja sin estar casados.

    La transformación de la sociedad y la familia uruguaya viene “de lejos” y se explica por diversos factores, dijo el sociólogo. Mencionó, por ejemplo, el descenso de los niveles de fecundidad, al tiempo que se incrementan los divorcios, disminuye la durabilidad del vínculo matrimonial, aparece y se extiende la cohabitación prematrimonial, y aumentan los nacimientos fuera del matrimonio.

    Esto se produce, según el sociólogo, en el proceso de individualización en las sociedades modernas. “Decaen las relaciones adultas de parejas y se acentúa la búsqueda de la satisfacción personal, en tanto que crece el acento en los valores de calidad e igualdad en las relaciones”, escribió en su documento.

    Dos de los cambios fundamentales han sido la caída de los matrimonios y el aumento de los divorcios.

    En el caso de los matrimonios, hubo una reducción del 57% entre 1985 y 2015. A la salida de la dictadura se registraron 22.276 casamientos, mientras que treinta años después hubo 9.501.

    En el mismo período la tasa de divorcios se duplicó. En 1985 esta era del 18,5% y en 2015 pasó al 39,2% (3.724 casos).

    Leal comentó que el indicador coyuntural de divorcialidad mostraba en el año 2002 que el 35% de los matrimonios realizados ese año se disolvería.

    Juntos pero no casados.

    Otro de los cambios paradigmáticos, dijo, fue el aumento de las uniones consensuales. “A principios de 1990 era un fenómeno emergente, pero su crecimiento fue tan vertiginoso que al iniciarse la primera década del siglo XXI pasaron a ocupar un primer plano: más del 80% de los jóvenes habían elegido la unión libre frente al matrimonio (de acuerdo con los datos del censo de 2011), en el censo de 1996 esta proporción era menor al 30%”.

    También se registró un aumento de los hogares unipersonales. En 1963 era algo más de uno de cada 10 hogares. A 2011, los hogares de una sola persona se aproximan a uno de cada cuatro del total de 1.133.233 hogares.

    Los hogares conformados por parejas sin hijos aumentaron entre 1963 y 2011 hasta representar el 16,8% del total. Hay dos factores que explican esta situación, de acuerdo con Leal. Por un lado, como consecuencia del envejecimiento de la población y el aumento de los hogares conocidos como “nido vacío”, y por otro por el retraso de la edad de inicio de la reproducción.

    Por otra parte se reducen los hogares extendidos o compuestos, esto es que al menos uno de los hijos lo es de una relación anterior de uno de los miembros de la pareja. En 1996 eran el 20% y en 2011 bajaron al 14,9%.

    Los casados suman 845.184 personas, según el último censo. De esa cifra, 42.862 tienen menos de 30 años. En 1996, los casados sumaban el 45,4% y hoy llegan al 31,3%.

    Casi medio millón de personas viven en unión libre (el 18,5% del total). En este grupo hay 1.392 parejas del mismo sexo, la mayoría tiene entre 20 y 54 años, pero también hay 23 parejas de entre 15 y 19 años, y 5 que tienen entre 80 y 89 años.

    La información que les proporcionó Leal no era alentadora. “A veces uno tiene en mente una configuración de la familia que no había cambiado, cuando la realidad es que sí”, declaró a Búsqueda el sacerdote salesiano Marcelo Fontona, el promotor de la reunión entre las autoridades de la congregación y el sociólogo.

    Pese a que los datos eran desalentadores y son contradictorios con el “modelo tradicional” de familia que fomenta la Iglesia católica, los religiosos decidieron que era necesario divulgarla más allá del salón en el que se encontraban reunidos. Por eso, incluyeron una entrevista a Leal en la edición de setiembre del Boletín Salesiano.

    El cambio en la familia es una realidad que los cristianos a veces no perciben, pero que enfrentan en el día a día de sus instituciones. Antes “era una excepción el alumno que no vivía con su padres”, pero hoy es al revés, explicó Fontona, que es inspector del Colegio San Isidro, ubicado en Las Piedras. Esto implica cambios en la comunicación que tiene la institución con los padres, porque ahora, entre otras cosas, “hay que saber si están separados, si se hablan, si hay que tener un canal de diálogo con los dos”.

    En la entrevista con el Boletín Salesiano, Leal dijo que “la mayor parte de la gente vive en arreglos familiares que no son el ‘tradicional’, aunque a esta altura habría que llamarles arreglos familiares ‘excepcionales’, porque el matrimonio y la familia constituida por una pareja que tiene hijos y conviven todos juntos es una minoría en la sociedad”.

    “Silencioso pero profundo”.

    Los cambios que se dieron en la sociedad llevaron a modificaciones normativas. Leal recordó que el modelo tradicional ubicaba al hombre como el proveedor de la familia. Y que, por ejemplo, las asignaciones familiares se les pagaban solamente a las personas que estaban casadas.

    En la entrevista, Leal recordó que cuando empezó la crisis de principios de este siglo “explotó la situación de una cantidad de familias que estaban en extrema pobreza y que ya eran de jefaturas femeninas”.

    “El fenómeno del concubinato ya estaba instalado y era cada vez más masivo. Fue silencioso pero profundo”, prosiguió. “Entonces había gente que no tenía el derecho social de percibir determinada prestación porque no estaba casa. Fue en el 2001 que se reformó el sistema de asignaciones y se incorporó la posibilidad de asignaciones a las mujeres jefas de familia donde el marido no estaba, donde eran madres solteras incluso”.

    En 2008 aparece “la primera tanda de leyes vinculadas a la agenda de derechos”, recordó Leal. “Parte de ello fue darles condición de ciudadanos de igual calidad para percibir los beneficios del Estado a las familias y a los hijos que estaban nacidos fuera del matrimonio legal”.

    “La ley de concubinato habilitó las herencias para personas cuyo concubino fallecía después de estar muchos años juntos y tenían bienes en común. Antes, solo se heredaba para cónyuges casados”, recordó.

    Para Leal, esas leyes “fueron tardías en realidad, porque el fenómeno ya estaba. Fue una revolución silenciosa y oculta que de a poquito comenzó a visibilizarse”.

    Impactos sociales y económicos.

    Este fenómeno también es seguido de cerca por la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), que impulsa una serie de estudios orientados a definir una “estrategia nacional de desarrollo” hacia el 2050. Uno de los ejes de esa discusión es Cultura, Familia, Religión, Diversidad.

    Un documento titulado Sistemas de género, igualdad y su impacto en el desarrollo de Uruguay al 2050, elaborado a pedido de la OPP, sostiene que desde hace décadas hay una discusión acerca de si el “modelo de bienestar social” debe cambiar porque responde a “ciertos patrones de pirámides poblacionales y estructuras familiares que se han modificado” en Occidente.

    El informe, coordinado por Carolina da Silva, sostiene que “el incremento de la tasa de actividad femenina y el cambio en las estructuras familiares puso en jaque un sistema de bienestar que necesitaba de las mujeres en el ámbito reproductivo y privado”.

    “Para los escenarios a futuro de OPP es muy importante la cuestión de género y conformación de hogares porque esto tiene fuertes impactos en al menos tres dimensiones clave: la mayor incorporación de las mujeres en el mercado laboral, nuevas demandas de cuidados y cambios en demandas y necesidades de vivienda”, dijo a Búsqueda el subdirector Santiago Soto.

    “En definitiva, la conformación de los hogares y los patrones de género afectan también las tendencias demográficas de mediano y largo plazo. Se retroalimentan entre sí, aunque es más fuerte la relación de la demografía y las relaciones de género a la conformación de hogares que al revés. Todo esto impacta tanto en la matriz de protección social como en la seguridad social”, concluyó.

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    2017-10-12T00:00:00