Nº 2087 - 3 al 9 de Setiembre de 2020
Nº 2087 - 3 al 9 de Setiembre de 2020
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDe todas las obras de Pirandello, creo, la más existencial, filosóficamente más completa, más exigente, menos perturbada por los efectos del asombro escénico, por los usos de los desvíos para llegar al centro, más enriquecida por la concentración delicada y a la vez íntima en la estructura del personaje es Enrique IV.
El asunto es el de un noble de la época contemporánea (albores del 1900) que participa en una fiesta de disfraces caracterizado como aquel infausto rey Enrique IV de las investiduras que debió humillarse ante el papa Gregorio VII implorando indulgencia por haber cometido el gravísimo crimen de intervenir con sus determinaciones políticas en los sagrados fueros de la Iglesia. Durante el desfile, que estaba armado a la usanza del siglo XI, el caballo sobre el que alegremente monta se encabrita y cae al suelo, dándose un fuerte golpe en la cabeza. Tras un no muy largo lapso de inconsciencia absoluta se despierta convencido de que realmente es el emperador de Alemania que en su momento fuera excomulgado. El disfraz se hizo carne, se hizo espíritu. Ante esa situación sus familiares y amigos deciden seguirle el juego y convierten a su lujosa villa en un remedo de castillo medieval, aportando sirvientes y guardias vestidos a la usanza de un milenio atrás.
Todo esto es incidental y de hecho anterior a la obra. El drama comienza cuando el personaje súbitamente toma consciencia de quién es verdaderamente, cuando el desventurado Enrique IV se despierta de su aturdidor letargo mental. Es atroz la situación de un loco que deja de serlo y descubre de repente que fue privado del mundo por su obsesión y la piedad, verdadera o falsa, de los suyos, durante años. Han pasado dos décadas y la gente que lo rodea —su hija, su esposa, el novio de su hija, su amigo Belcredi, que ahora es amante de su esposa, los sirvientes de la casa— vino cumpliendo escrupulosamente con la farsa, representando distintos roles para mantener la imaginación del enfermo. Pero ahora Enrique IV ya no es más Enrique IV.
La esposa del protagonista, la marquesa Matilde, esa mañana trajo al Dr. Genoni, quien disfrazado de Ugone di Cluny, un docto de la Edad Media, lo visita con el fin de auscultar el estado de su dolencia. En dos intercambios que mantiene con el dueño de casa se da cuenta de que no está completamente loco; y por eso, para despertarlo definitivamente del sueño de la mente que todavía lo atormenta, decide escenificar una comedia: la marquesa junto con la familia y amigos irán juntos con él a visitar al gran Enrique IV. Todos se disfrazarán con los mismos trajes que habían usado en el paseo de hace 20 años (la marquesa con el traje de Matilde de Canossa, el doctor otra vez con la ropa del abad de Cluny, el amigo Belcredi disfrazado de fraile).
El médico no se había equivocado en su diagnóstico: tan pronto como termina la visita de los “invitados”, Enrique IV, ya solo con sus servidores inmediatos, les revela la verdad quitándose significativamente la capa de rey, que es la máscara de su locura. Después de estar realmente loco durante 12 años, dice, repentinamente volvió a la realidad y se mostró dolorosamente desconcertado por los cambios que advirtió, entre ellos su cabello blanco y el amargo descubrimiento de que su amada, la marquesa Matilde, tenía un nuevo amante, su leal amigo Belcredi. Todo ello, explicó, resultaron razones más que suficientes para seguir fingiendo durante los últimos ocho años que era Enrique IV y que ahora todos crean que él cree que es el rey.
Así, de una manera tan lúcida como tortuosa, el protagonista se convierte en el director de su propia alienación y la de los demás, obligando a su séquito a entrar en el torbellino de espectros donde el juego y la realidad se funden hasta la muerte. La gran sala desde donde reina se convierte en una tragedia de mentiras, de culpas, que alcanza su punto máximo cuando reaparecen en su vida, disfrazados como todos nosotros, aquellos que estuvieron involucrados en su desgracia, quienes fueron su causa, involuntaria o voluntaria de que prefiriera evadirse de la realidad. Es impresionante, es liberador ver con qué alegría, aún beneficiándose de la ficción, los desarticula, les quita las máscaras con las que fue engañado una y otra vez.
Esta obra expresa la creencia de que todos están o estamos locos, porque la locura es, con mucho, una elección casi forzada por la necesidad de tener un lugar en un mundo en el que no fuimos incluidos desde el principio.