Entidades en la penillanura

escribe Silvana Tanzi 
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Una araña está tejiendo su tela con hilos de colores muy bien elegidos. Va formando un entramado de rombos imperfectos que cumplirán su función: algún insecto quedará allí atrapado y la araña se lo comerá crudo. Esta es una de las posibles interpretaciones para la tapa del nuevo libro de Rodolfo Arotxarena (Arotxa) que, justamente, se titula Crudo.

La portada anticipa que este es un libro diferente a los que Arotxa ha publicado hasta ahora. No son caricaturas, aunque las huellas del caricaturista son imborrables. No hay alusión directa a figuras políticas, aunque por ahí andan algunas sombras que las recuerdan. Crudo no es fácil, y está lleno de sorpresas.

Una de esas sorpresas aparece, apenas se abre, en su dedicatoria. “Este libro me lo dediqué a mí. Mejor dicho, Arotxa se lo dedicó a Arotxarena, que no es lo mismo. El monstruito que llevo dentro lo que hizo fue volcar parte de mi manera de ver la sociedad”, explicó el autor a Búsqueda sobre este curioso desdoblamiento.

Publicado por la editorial Gota, la misma con la que lanzó su anterior libro, Dibujos al Pepe, el volumen tuvo una tirada de 150 ejemplares numerados que rápidamente se agotaron. Por eso a partir del lunes 23 se hará una segunda edición. Arotxa dice que para vender libros de dibujo hay que evaluar dos cosas: a cuánta gente le interesa y cuánta de esa gente resiste la falta de palabras. “A mí me gustan los dibujos mudos para que la gente se enfrente con ellos y quede pensando. Y lo digo en serio, más allá de mi ego y narcisismo, algo que tengo desarrollado y asumido”.

Los trabajos de Crudo surgieron en diferentes etapas, algunos son nuevos y otros fueron publicados en Instagram, la plataforma que Arotxa eligió luego de su desvinculación del diario El País en 2018 después de trabajar allí 42 años. “Instagram es como una amante buena. Como Buenos Aires que está acá al lado y siempre te espera. No tengo que hacer las cosas por pedido, algo a lo que siempre fui reacio. Para este libro trabajé con una gran libertad interior a base de sentimientos y situaciones encontradas dentro de mí mismo sobre mi visión de la sociedad uruguaya. Y hablo de la sociedad uruguaya porque es donde vivo y la que conozco. ¿Viste que cuando señalás algo que sucede acá siempre hay alguien que te dice: ‘Pero por favor esto sucede en todo el mundo’? Bueno, el problema es que yo en todo el mundo no vivo, no pago impuestos, no educo. Me molesta lo que tengo acá”.

Eso que “tiene acá” lo representó a través de símbolos tradicionales o de síntomas de una sociedad que él siente cada vez más deteriorada o, para usar su propio término, más “craquelada”.

Lejos de ser obvios, sus dibujos obligan a detenerse en los detalles para encontrarles uno o varios significados. Y también obligan a “leer” cada dibujo relacionado con el que tiene en la página de al lado, porque entre ellos se envían mensajes. Así, el uruguayo representado como una vaca, que toma mate con camisa a rayas y alpargatas, no ofrece dificultades, pero si el dibujo de al lado es una canilla abierta de la que sale tierra ya la vaca se complica.

“Más allá de las técnicas, me vi muy interesado por el despojamiento de los recursos técnicos”, explica. “Hay una relación muy estrecha con los objetos. Siempre me pregunté por qué algunos tienen una carga tan brutal con las personas y con qué los relacionan. Una llave en general se asocia con abrir algo, pero también puede ser para cerrar. Igual que un candado que en general se lo piensa cerrado”. En su libro aparecen candados y ojos de cerradura y alguna llave.

Para Arotxa estos trabajos son producto de una mezcla entre paciencia y ansiedad. Cuando tuvo unos cuantos dibujos esperó, los dejó decantar. “Es como sucede con el flan casero, que uno está deseando sacarlo de la heladera para comerlo. Una vez dejados macerar, fui descartando algunos dibujos, y lo que sucede cuando sacás uno es que empieza a crecer otra cosa, y cuando crece esa la achicás y aparece otra que estaba disminuida. Ahí empieza a crearse un clima que no es el del Arotxa conocido por las situaciones políticas corrosivas, aunque la corrosión sigue estando. La diferencia es que ese ‘algo’ no va a iniciarte una demanda como puede hacer una figura pública. Lo que hago es generar un clima y quien lo ve genera otra cosa, que es lo que tiene en su cabeza”.

Hay un reloj de números romanos, pero no marca la hora porque no tiene agujas; hay una bandera uruguaya que en lugar de sol tiene a un gordito que duerme plácidamente; hay una urna de votación arriba de una trampa para alimañas; hay un mapa de Uruguay ahogado en un vaso de agua; hay dos “hombres-mono” enfrentados que lucen las camisetas de Peñarol y Nacional con mazos y piedras en las manos. Hay una entidad negra que se presenta como una sombra difusa del pasado político-histórico. El color negro avanza sobre varias páginas y se derrama en el mapa de la suave penillanura.

“Siempre me han fustigado con que mis dibujos marcan lo negativo, pero yo no me considero un tipo negativo en lo más mínimo. Si lo fuera, no me gustaría la naturaleza, la miraría con odio porque en cualquier momento podría venir un tsunami. Lo que sí tengo es un sentimiento interior de lo inacabado, de lo que somos y de cómo se mueve la sociedad”, comenta Arotxa.

Él piensa que ese sentimiento siempre lo tuvo y que fueron los buenos secretarios de Redacción con los que trabajó en la prensa quienes vieron que sus caricaturas no eran obvias y llevaban a la reflexión. Entonces nombra entre esos redactores a Alejandro Nogueira, a Gonzalo Terra, a Guillermo Pérez, a Julio Marra.

Por otro lado, comenta que el trabajo con la caricatura política lo tenía cansado. “Estaba harto. Dibujé durante cuatro décadas lo que yo llamo ‘naturalezas vivas con nombre y apellido’. Ninguna manzana o botella va a recriminar algo, pero cuando te metés con nombre y apellido hay una relación directa que a veces te recrimina. Estamos hablando de un presidente de la República, de un ministro, de un líder político que es muy distinto a un gran concertista, una bailarina o un artista. Entonces fui acumulando material por otro lado y pensé que tenía que publicarlo”.

Aire libre y vacas gordas. Arotxa se pone enigmático y dice que en este libro está insinuada una entidad y una representación elocuente de la política. “Es el ADN de nuestra génesis, la edificación de un cuento, un mito que no pasa de eso. Es la historia oficial”.

Uno de los personajes rápidamente identificable es Artigas, aunque le falta la cara. “No sabemos nada”, explica Arotxa. “El que le puso la cara a Artigas fue un masón, había que representarlo de alguna manera y supuso cómo era a partir del retrato de un viejo sin dientes que hizo Alfred Demersay en 1846. Blanes tenía que dejarle algo a la patria, igual que Zorrilla, que tenía un problema con los ojos y se pintaba de ojos claros como el indio Tabaré, un disparate. De esto no podés hablar con un político porque se sienten patriotas, entonces no pueden permitir que alguien piense subversivamente sobre la historia. Por eso no me gusta entrar en la discusión con políticos que manipulan para conseguir lo que necesitan. Son inquilinos de los cargos”.

Sin embargo, con uno de esos políticos hizo un libro que tuvo mucha repercusión. ¿Piensa lo mismo de Mujica? Sí, lo piensa. “Con Mujica tuve esa visión de los políticos, más que con ningún otro, sobre todo porque se exponía mucho. Pero él tenía algo que los otros no, y que lo convirtió en Mujica: su propia historia. Él se levantó frente a un sistema, anduvo como un topo por debajo de la tierra, estuvo preso años y cuando salió se convirtió en un demócrata. Entendió que la democracia era el camino y fue el tipo más votado. Pero hay otros demócratas que piensan que la sociedad es idiota y por eso lo votó. Hay que tener cuidado con tomarse a la ligera a Mujica, que no tiene nada que ver con si te cayó bien o mal. Hay gente que piensa lo mismo que en 1967”.

Arotxa se siente un oriental, más que un uruguayo. Un concepto que habría que explicar analizando la historia. Le gusta el tango y el folclore, y en su libro le hizo homenaje a la milonga con una pareja de bailarines. “Había que dar un poco de luz, soy un enfermo de la milonga”, comenta.

“Siempre fui un tipo muy comprometido, pero nunca un embanderado. En lo único que fui embanderado fue en la gastronomía. ¿Conocés a los beefeaters? Dicen que están en Londres, pero los verdaderos comedores de carne están en el Río de la Plata”. Él es uno de ellos y por eso confiesa algo que desea desde hace tiempo. “Para mí no hay divisa más maravillosa que ‘Aire puro y carne gorda’. Estoy buscando a alguien que me la borde con hilo de plata, a lo mejor para un sombrero”.

En el prólogo de Crudo, Fernando Andacht cita una frase de Lévi-Strauss de su libro Lo crudo y lo cocido: “Los mitos se piensan en los hombres, sin que ellos lo noten”. Una cita más que adecuada para este trabajo que se elabora a partir de relatos históricos, mitos y realidades cotidianas.

Si hay algo obvio entre estos dibujos no-obvios es que la visión de Arotxa sobre Uruguay no es simpática ni complaciente, por más que algunos de sus trabajos despierten alguna sonrisa. “Entiendo que más allá de los afectos, que es lo más importante que uno tiene, nos toca vivir en un país absolutamente innecesario. Uruguay es una comunidad espiritual que no le importa al mundo. Lo que me alarma no es su condición provinciana, sino que la gente se haya embrutecido. No era así este país, no estaba en su génesis. El boceto pretendía ser algo diferente”.

Llegar al título Crudo le dio mucho trabajo. Estuvo tiempo descartando otros hasta quedar convencido. “Las palabras te condicionan”, dice. Por eso sus ilustraciones son mudas, aunque están llenas de ruido.

Vida Cultural
2020-11-18T22:31:00