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    Entonces todo cambió

    El tango —su aún discutido nacimiento, su evolución a través de dos siglos, sus personajes, sus peripecias míticas y reales— sigue alimentando historias que, en algún momento, parecieron esfumarse en la bruma del olvido, cerradas al alimento de nuevas visiones, bloqueadas al esfuerzo de hurgar en ellas. Pero fue en algún momento y nunca cerraron del todo su puerta.

    Por eso, asomándome a una, sentí la certeza de que todo cambió en el tango por la irrupción de un instrumento y, desde luego, del arte de músicos que lo llegaron a dominar.

    El bandoneón: —Fiel confeso de todas las penas,/ tu quejumbrosa voz/ insufló al tango de otro espíritu./ Confesor cuando el alma se subleva, bandoneón,/ cuando te abrís tu música ilumina,/ pero al cerrarte sos oscuro cachafaz./ Y entre la beatitud y el malandraje,/ para aprender a tocarte se necesita la inteligencia de un loco.

    Ese instrumento—tu canto es el amor que no se dio…— surgió de una especie de concertina de cajas hexagonales, cuya invención Horacio Ferrer adjudicó a Heinrich Uhlig, natural de Chemnitz, sentencia que la mayoría de investigadores han contradicho con el nombre del también alemán Hermann Band. Este músico, campesino, lo habría creado para sustituir al órgano en las celebraciones religiosas al aire libre, dotado de solo cuarenta y cuatro teclas, más tarde convertidas en botones, y un sistema interior de lengüetas sueltas: hay añosos documentos que dan por cierto que su sonido era sacro y melancólico.

    El alumbramiento ocurrió —según consenso que hasta hoy se sostiene— en 1835 y Band lo llamó bandolium, como un exagerado homenaje a sí mismo; curiosamente, su éxito fue tan relativo que pocos años después, paulatinamente, fue dejado de lado por los feligreses.

    Pero no murió; se transformó tras la aventura de un viaje a lejanas tierras que nadie ha sido capaz de reconstruir. En todo caso, solo se sabe que llegó al Río de la Plata en manos de inmigrantes alemanes.

    Unos dicen que fue en tiempos de Rosas y que el primer criollo en tocarlo fue Sebastián Ramos Mejía, “El Pardo”, en 1856, aunque otros afirman que ese honor le correspondió a José Santa Cruz, “El Negro”, —padre de Domingo Santa Cruz, el famoso autor de Unión Cívica— que lo tocó largamente, alrededor de 1864, en momentos de sosiego en las trincheras de las tropas que peleaban en la Guerra de la Triple Alianza.

    Paternidades a un lado, lo significativo fue que por estos lares comenzaron los cambios radicales del “bandoneón”, castellanización de su nombre original. Hacia fines de la última década del siglo XIX, el instrumento se había incorporado a tríos y cuartetos que hacían tango, sustituyendo a la flauta. Y ya había una cooperativa lanzada a la aventura de fabricarlos con el nombre de Band Unión, hasta que luego se instaló la fábrica AA (o “de los Doble A”), nacida en Alemania y reproducida posteriormente en Argentina; en palabras de Oscar Zucchi, “se convirtió en un aerófono portátil, accionado a fuelle, con setenta y un botones —treinta y ocho a la derecha, agudos, y treinta y uno a la izquierda, graves— y ejecución con ambas manos simultáneamente, provisto de un par de cajas armónicas en cuyo interior vibra, por acción del aire a presión, un sistema de lengüetas metálicas; el bandoneón cromático expresa la misma nota abriendo y cerrando el fuelle; el acromático, de mayores posibilidades, y adoptado por los profesionales, varía la expresión según se abra o cierre, produciendo disonancias y asonancias”.

    Y sí, entonces todo cambió.

    Transcribo a Luis Alberto Sierra: “El simple trueque de timbres sonoros, aparentemente formal, trajo un cambio total en la fisonomía musical del tango. Con la desaparición de las picarescas fiorituras de la flauta, se perdió el origen retozón, bullanguero y travieso y el tango adoptó una modalidad temperamental, severa, cadenciosa, adusta, que lo llevó al territorio de lo quejumbroso y sentimental”.

    El resto, hasta el presente, ha crecido con el aprendizaje, la capacidad y la audacia de los ejecutantes, desde referentes ineludibles del tiempo viejo como Greco, Arolas, Maffia, Di Cicco, Maglio, Láurenz y otros, hasta los renovadores como Ruggero, Troilo, Rovira, Federico, Mederos, Marconi y Astor Piazzolla y jóvenes que toman la posta como los uruguayos Gasso, Pugín, Astengo y Toth y los argentinos Gullo, Ollero y la línea de la Fernández Fierro.

    Fue así. El bandoneón cambió al tango. Y respetando lo que ya es clásico, lo sigue haciendo.