Nº 2103 - 23 al 29 de Diciembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi el año que está por finalizar terminó siendo un período muy complicado como resultado de la pandemia del Covid-19, el 2021 se presenta también con características parecidas, al menos en su primera mitad.
Es que lamentablemente, luego de unos seis meses aproximadamente en los que la gestión de la crisis sanitaria resultó muy exitosa recogiendo incluso elogios en todo el mundo, estamos asistiendo a una “primera ola” de contagios que ha obligado a tener que tomar medidas restrictivas para la movilidad que quizás haya que ampliar si no se logra “aplanar la curva”, con el consiguiente impacto negativo sobre la actividad económica.
La evolución de la crisis sanitaria agrega mucho más incertidumbre respecto a cuál será la naturaleza y fortaleza de la recuperación económica del año que viene, y eso impactará en todos los supuestos clave para la planificación macroeconómica por parte del gobierno. Así, parece un hecho que el nivel de actividad tendrá este año una caída mayor a la proyectada por el equipo económico (se apuntaba a una contracción de 3,5%), al tiempo que la recuperación en 2021 será menor, sobre todo por el freno a la actividad de la primera mitad del año. Si bien parte de este fenómeno tiene que ver con el cambio metodológico que el Banco Central (BCU) realizó al actualizar el año base para el cálculo del Producto Bruto Interno al año 2016 (que dejó una economía aproximadamente 10% más grande en 2019, pero que creció a menos de la mitad que antes en el trienio 2017-2019 que lo que se había estimado con la base del 2005), también está la realidad de una crisis sanitaria y un contexto regional adverso que no se disiparán hasta bien entrado el segundo semestre del 2021, en el mejor de los casos.
Durante el próximo año, y como ya ocurriera durante el que está por finalizar, el gobierno continuará con la necesidad de amortiguar las consecuencias más negativas de la crisis sanitaria a todo nivel, e idealmente seguir encarrilando las reformas necesarias para devolverle dinamismo a la economía uruguaya una vez que el Covid-19 sea historia.
Es que no se puede olvidar que los problemas que tiene la economía uruguaya son de larga data, y el Covid-19 no hizo sino potenciarlos. En efecto, las nuevas cifras del BCU, que dan una foto mucho más real de la economía, muestran que el crecimiento promedio en el trienio 2017-2019 fue de alrededor de 0,8%, casi la mitad del 1,5% que se había calculado con las series anteriores. Ello es más consistente con una economía que desde el último trimestre de 2014 venía destruyendo empleo, y donde la inversión venía cayendo sistemáticamente. Y, en definitiva, esto es lo que importa en términos dinámicos, como recientemente señaló la calificadora Fitch, más allá de que el nuevo PBI mejora los ratios de déficit fiscal y de deuda.
Aunque las urgencias de la lucha contra la crisis sanitaria seguirán consumiendo buena parte del tiempo del gobierno y absorbiendo una cantidad creciente de recursos durante el próximo año, no se deberían perder de vista los objetivos de reformas a nivel del gasto público estructural; gestión de las empresas públicas y mejora de las tarifas; reforma de la seguridad social; búsqueda de mayor apertura de la economía y nuevos mercados; mejorar las condiciones de competencia en los mercados internos de bienes, servicios y factores productivos; mejorar de manera sustancial los resultados en materia de educación, entre otros. Estos objetivos fueron los que se plantearon a la ciudadanía durante la campaña electoral del 2019 y que, en líneas generales, van en la dirección correcta de generar las condiciones para que se pueda volver a retomar un sendero de crecimiento sostenido y a tasas elevadas.
Si el mensaje que se da en relación con el mediano plazo es claro y contundente, nadie debería preocuparse porque el déficit fiscal el año que viene sea mayor; o que el crecimiento sea menor; o que la deuda pública aumente más; o que la inflación no converja tan rápido a la baja; o incluso de que más calificadoras pongan a la deuda uruguaya en revisión para una eventual baja del rating crediticio (cosa que difícilmente vaya a ocurrir dado el contexto mundial en el que están todos los países, y especialmente si se dan las señales adecuadas en términos estructurales).
En definitiva, el gobierno inevitablemente tendrá que continuar lidiando con las urgencias de la crisis sanitaria, pero con la mirada puesta cada vez más en la agenda de reformas necesarias para que el país retome el dinamismo una vez que el Covid-19 quede atrás.