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    Estados Unidos y las patrullas oceánicas chinas

    Sr. Director:

    Para referirnos al lamentable e inaceptable mensaje que la Embajada de los EE.UU. le hizo llegar al presidente de la Comisión de Defensa del Senado, de que la compra de insumos militares a China es una mala señal, según consigna la nota publicada en El Observador del 6 de setiembre, nos gustaría recordar a Zum Felde en su ensayo Nosotros y los norteamericanos: “Nos hemos referido al utilitarismo de los Estados Unidos (…)”. La palabra clave aquí es “utilitarismo”, y se relaciona, directamente, con ese “mensaje”.

    Es claro quién es el emisor: el gobierno de Biden, preocupado por el avance en diversas áreas, no solo la militar, de China en la región. Si bien las guerras generalmente persiguen fines económicos, las hay de diverso tipo. La guerra económica declarada por EE.UU. a China, que aplica su “poder suave” con la tradicional paciencia y visión de largo plazo, hace que, como siempre, y de acuerdo a sus intereses, EE.UU. intervenga en los asuntos internos de cualquier país. Todos conocemos las diversas variantes de su intervención: invasiones, golpes de Estado, invariablemente con una notoria violación del principio de no injerencia en los asuntos internos de otro Estado. En el caso que nos ocupa, es el nuestro, y su soberanía. Cabe la pregunta de qué se entiende por mala señal. ¿Será que somos independientes, pero nos recuerda que con las restricciones impuestas por sus intereses, su utilitarismo?

    La violación del principio de no injerencia atenta directamente contra nuestra soberanía. Recordemos dos de las varias definiciones de soberanía para comprender hasta qué punto el “mensaje” del diplomático pone en riesgo a nuestro Estado:

    “Independencia del Estado para hacer sus leyes y controlar sus recursos sin la coerción de otros Estados o naciones;

    Calidad de soberano que se atribuye al Estado como órgano supremo e independiente de autoridad, de acuerdo con la que es reconocido como institución que dentro de la esfera de su competencia no tiene superior.

    Nuestra relación con China es conocida. Uruguay está negociando la firma de un TLC con China, por un lado; por el otro, en agosto, el Parlamento aprobó el Acuerdo entre el Ministerio de Defensa Nacional de la ROU y el Ministerio de Defensa Nacional de la Rep. Popular China sobre cooperación en materia de Defensa.

    Es sabido el valor geopolítico y estratégico de nuestro país en la región, y eso desde antes de su fundación como país independiente. Es comprensible que China se haya embarcado en ampliar sus horizontes en diversas áreas, la militar también, y su presencia de cooperación en varios países de África como económica en América Latina es notoria y está a la vista. A EE.UU. no solo le preocupa la competencia comercial, sino la presencia china en el Pacífico, en el Atlántico. En donde sea.

    Una de las formas de mantenernos “soberanos” es no aceptar que otro país, no importa cuál sea, nos diga que algo le parece mal o inconveniente porque atenta contra sus propios intereses. Pero no solo eso, sino que en diversos documentos (Carta de las Naciones Unidas y de la OEA) se señala en forma específica y clara precisamente el principio de no intervención en los asuntos internos de cualquier país.

    Así, la resolución 2.131 de la Asamblea General de las Naciones Unidas hace referencia a la “Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención en los asuntos internos de los Estados y protección de su independencia y soberanía” (aprobada en diciembre de 1965), y la ampliación puede leerse en los artículos 1 y 2. También la resolución 2.625 incluye los incisos c) y e) en relación con la no injerencia de un Estado en los asuntos internos de otro.

    La OEA toma el tema en el artículo 3, inciso e), y los artículos 19 y 20. Particularmente interesa el 20: “Ningún Estado podrá aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado y obtener de este ventajas de cualquier naturaleza”.

    El “mensaje” del diplomático norteamericano al Senado de la República significa no solo entrometerse en nuestros asuntos vinculados a la Defensa, sino a pretender que el país gaste más dinero en la adquisición de las patrullas oceánicas porque comprar las licitadas por China es una amenaza a los EE.UU., que ve crecer la influencia China en el globo.

    Esta cuestión nos obliga a hacer un viaje al pasado no tan remoto y recordar la Doctrina Monroe, que si bien fue ideada para evitar la injerencia de los países europeos en la vida de EE.UU. (y de América Latina), se resume en “América para los americanos”, y se entiende que “americanos” no somos todos, sino los norteamericanos, los de EE.UU.

    Vale la pena leer el comentario de un comerciante chileno, Diego Portales, que escribe, ya en 1822, que si bien Monroe afirma que “América es para los americanos”, no hay que caer en la trampa de creer semejante enunciado. “Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Eso sucederá, tal vez hoy no, pero mañana, sí”.

    Hace 200 años de esa misiva, y Portales no se equivocó. Nuestro país, más allá de sus intereses y sus objetivos nacionales no debe aceptar la injerencia de ningún país en ningún asunto. En este caso, en uno tan sensible como la adquisición de material de defensa militar, algo que, claramente, se relaciona estrechamente con la soberanía nacional. EE.UU. debe aceptar, de una buena vez, que ya no es lo que era y que carece de autoridad moral para decirnos qué debemos hacer o no hacer.

    Confiamos en que este gobierno y el ministro de Defensa tomarán la decisión que corresponda, de acuerdo a los intereses de nuestro país y no a los de los EE.UU. No debemos olvidar los dichos del secretario de Estado John Foster Dulles, durante el gobierno del presidente Dwight Eisenhower, cuando parafraseó a Sir Palmerston: “Estados Unidos no tiene amigos; únicamente tiene intereses”.

    Leon Lev