Nº 2136 - 19 al 25 de Agosto de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn las cárceles colmadas aumenta la violencia y la insalubridad. Peligra la estabilidad de la Caja de Profesionales Universitarios. Acecha la variante delta del coronavirus. Uruguay busca acuerdos comerciales fuera del Mercosur para fortalecer su economía. La violencia machista no cesa. Es insoluble la mugre en Montevideo. En 2021 la gente en situación de calle aumentó 16%. La Suprema Corte de Justicia está enfrentada a las asociaciones de defensores de oficio y de psiquiatras. El año pasado la inversión extranjera directa bajó a 53%. Angustia la inestabilidad del empleo. Un cóctel molotov contra la fiscalía de Bella Unión desnudó desprotección del sistema…
Con esos asuntos centrales para la sociedad, entre muchos, desconcierta que se haya colado la discusión de si la camiseta de la selección uruguaya de fútbol debe continuar con cuatro estrellas sobre el escudo o eliminar dos. Como en casi todos los temas deportivos aparecen exageraciones para defender las cuatro estrellas: dos mundiales y dos olímpicas. Algunos evocan a la patria, la nacionalidad, la dignidad y otras fantochadas emocionales. Otros desarrollan argumentos históricos y pseudojurídicos.
Para un país de 3,5 millones de habitantes con recursos escasos son nulas las posibilidades de alcanzar títulos deportivos universales, salvo un milagro genético o la intervención divina del arzobispo Daniel Sturla. Imposible.
Los logros del fútbol en la prehistoria son innegables. Para mantenerlos se recurre a ellos, a la exaltación de nombres que la mayoría ignora y repite como loros, a destacar jugadores actuales en clubes internacionales, a expresiones con tono épico: “Casi” se logró una victoria, “hay que aplaudir el esfuerzo, aunque no se ganó”, “faltó poco” para la victoria, “estamos cerca”, en la cancha “dejaron todo”. ¡Como si se pudiera competir sin darlo todo! También hay expresiones marketineras como las de generar la ilusión de que es posible que en Uruguay tenga lugar el mundial de fútbol de 2030, centenario del primero obtenido en 1930. Venden ese espejito de colores para mantener encendida la llama y muchos lo compran. Como la malvada bruja de Blancanieves esperan que el espejo les responda que los uruguayos somos más lindos y más campeones.
Aunque soy fanático del idioma español me atrapan otros. Me seduce un vocablo francés: chauvinismo. Según la tradición popular el soldado Nicolás Chauvin, herido en la guerra napoleónica, recibió luego una pobre pensión de Bonaparte. Cuando este abdicó, Chauvin, obsecuente y fanático, continuó con una ciega defensa de Napoleón. Patriotismo extremo. De ahí el vocablo.
Quienes saben más que yo (que cada vez son más) advierten que el chauvinismo supone una exaltación exagerada de lo nacional. Una creencia según la cual lo mejor es aquello del país del cual provenimos. Apunta a la identidad nacional y promueve un orgullo nacional acrítico y etnocentrista. Va de la mano con la mitomanía, la idea absurda de que todo lo propio es mejor, y de la paranoia, la creencia de que algunos amenazan su propia estabilidad. También revela sentimientos de inferioridad que se transforman en exaltación de la grandeza.
Para simplificarlo, sinónimos de chauvinismo son patrioterismo y xenofobia.
Toda afición y adicción al fútbol suele provenir de herencias familiares o vecindades que se transforman en pasión. Como en el amor, el sexo, la ira, el odio o la venganza, la pasión se puede volver incontrolable y se da de bruces contra la razón y el sentido común. Tanto que a quien piense diferente lo pueden considerar enemigo.
Lo claro hasta ahora es que papá FIFA le había notificado a la empresa Puma (la que confecciona las camisetas) que dejara de fabricarlas con las cuatro estrellas y lo hiciera solo con dos, las de los campeonatos mundiales de 1930 y 1950. Pero parece que las gestiones dieron un resultado momentáneo. Esta semana FIFA pisó el freno y le comunicó a la AUF que no existe comunicación oficial y que hasta que se produzca, si se produce, seguirán las cuatro estrellas. En caso de cambio fundamentará su decisión.
El agregado de estrellas sobre el escudo surgió luego de 1970, cuando Brasil ganó el Mundial de México. Colocó tres por los lauros obtenidos hasta ese momento. Desde entonces los países copiaron la idea y hoy todos los campeones hacen lo mismo: Brasil tiene cinco, Italia y Alemania cuatro, Argentina dos, Francia dos, Inglaterra uno y España uno. Uruguay luce cuatro.
En los Juegos Olímpicos de Londres de 1908 se realizó el primer torneo oficial de fútbol universal a cargo de la Asociación Inglesa de Fútbol. La decisión de incluirlo como disciplina olímpica le correspondió al comité organizador. El Reino Unido ganó ese campeonato y repitió la victoria en 1912. La siguiente olimpíada tuvo lugar en 1920 y ganó Bélgica. La dos siguientes, en 1924 y 1928 fueron para Uruguay.
En 1914 la FIFA les había dado valor universal a esos torneos si se disputaban según sus reglas y en 1991, a pedido de la AUF, el mafioso Havelange las validó. ¿Significa eso que no se pueda modificar aplicando el sentido común? Es una decisión administrativa como cualquier otra. También lo sería dar marcha atrás y dejar las cuatro estrellas.
La cuestión es que la camiseta de Inglaterra luce solo una estrella por el Campeonado Mundial de Fútbol de 1966. No tiene las dos olímpicas. Bélgica ganó una y tampoco tiene estrella. ¿Habrá que agregarle dos a la camiseta de Inglaterra y una a la de Bélgica si se mantienen las cuatro de Uruguay? Como en esas naciones no pierden el tiempo en pavadas, quedarán como están.
Lo cierto es que más vale destinar nuestras energías a analizar o resolver asuntos serios, de fondo, como los señalados en el primer párrafo. Evitaremos caer en el precipicio y terminar estrellados.