Experimento Kentler: otra perla en el collar

Experimento Kentler: otra perla en el collar

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2087 - 3 al 9 de Setiembre de 2020

El horror no tiene fin, aun en los países presuntamente desarrollados.

Estamos en Alemania en las décadas de los 70, 80 y 90, estamos en Berlín Occidental. El psicólogo y profesor de Pedagogía de la Universidad de Hannover Helmut Kentler (1928-2008) ocupa una posición importante en el centro de investigación educativa de Berlín Occidental y administra, con apoyo estatal, un hogar de acogida para niños. Allí realiza un increíble y macabro “experimento social”: los menores sin hogar son dados en custodia de manera absolutamente intencional a hombres pedófilos, con el argumento de que resultarían “padres adoptivos especialmente amorosos”. Absolutamente increíble en el epicentro geográfico del concepto de Estado tuitivo.

El experimento se realizó con “los niños de la estación del Zoo”, menores relacionados con el tráfico de drogas y la prostitución. Las autoridades de Berlín, impotentes e indecisas respecto a cómo comportarse frente al problema de estos jóvenes, se mostraron favorables a las propuestas de Kentler, según cuenta la jefa de la investigación del Instituto para el Estudio de los Problemas de la Democracia de la Universidad de Göttingen, Teresa Nentwig. Niños y adolescentes que vivían en las calles tenían que “pagar” por una cama caliente, buena comida y ropa limpia involucrándose en relaciones sexuales con sus tutores, dice Nentwig.

Según surge de la investigación realizada en el 2020 por la Universidad de Hildesheim, basada en los archivos de las oficinas de bienestar infantil de Berlín y en declaraciones de víctimas, algunos de los adoptantes eran académicos de alto perfil, formaban parte de una red que incluía a miembros de alto rango del Instituto Max Planck, de la Universidad Libre de Berlín y de la Escuela Odenwald, que, dicho sea de paso, también fue centro de un escándalo sexual con menores. No es de extrañar entonces que los reportes previos a la investigación que mencionamos, y que fueron realizados en 2016 por la Universidad de Göttingen, hayan sido desestimados por el poder.

Los padres adoptivos eran hombres, y hoy se sabe que algunos habían sido condenados por la Justicia por mantener contactos sexuales con menores, y que no solamente fueron seleccionados sino que además recibieron un subsidio estatal. ¿Y las oficinas de bienestar infantil? ¿Dónde estaban los encargados de protegerlos, de velar por ellos? El proyecto superó todos los controles: el Senado gobernante hizo la vista gorda y las asignaciones en custodia fueron aprobadas. Según la investigación mencionada, esta práctica fue “aceptada, apoyada y defendida” tanto por políticos como por académicos.

Kentler, también él pedófilo, estaba convencido de que el contacto sexual entre adultos y menores no solo era inofensivo sino que tenía un impacto positivo en el desarrollo personal de los niños. El psicólogo fue un defensor abierto de la “pedosexualidad”, y durante toda su carrera profesional abogó por la normalización del sexo con niños. En 1999 llegó a declarar que la pedofilia “puede tener un efecto muy positivo en el desarrollo de la personalidad de un niño”. Es increíble pensar que en sus publicaciones Kentler describió su proyecto como un éxito en el que los niños entregados, descritos por él como analfabetos que sufrían problemas mentales secundarios, lograron convertirse en personas independientes, que llevaron “una vida decente y discreta”, “sin tan solo llegar a ser homosexuales”.

Sin embargo, la versión de las víctimas entrevistadas en la investigación no resulta tan idílica como la descripta por Kentler. Una de ellas habla de las violaciones de su padre adoptivo, Fritz H, narra “el terror psicológico y la violencia”, dice que el hombre era “un verdadero cerdo sucio”. Otra víctima cuenta haber sido violado él y uno de sus hermanos adoptivos desde la primera infancia y hasta que tuvieron 14 años. Las víctimas de Fritz, algunas de apenas seis o siete años, sufrieron horrores indescriptibles, fueron abusados y violados, y un niño discapacitado habría muerto bajo su cuidado. Aunque todavía se desconoce el número exacto de víctimas y sus historias, debido a que muchos archivos siguen considerándose clasificados, hay evidencias de que las autoridades de Berlín habrían ignorado el abuso de manera deliberada y consciente.

Lo insólito es que Kentler, el padre de la idea, nunca fue llevado a juicio: cuando algunas de sus víctimas se presentaron ante la Justicia ya había operado la prescripción de los delitos, y todo quedó en nada. Doce años después de su muerte esta historia sale a la luz y, con el nombre de Experimento Kentler, se publica en junio pasado la investigación que afirma que en Alemania existió, al menos durante tres décadas, una red dedicada sistemáticamente a fomentar el abuso sexual de menores, y cuyos tentáculos llegaban a varias instituciones del propio Estado.

¿Fue el “experimento Kentler” un caso aislado? No está claro, aunque no parece casual que, en ese mismo contexto y en 1980, el Partido Verde alemán haya intentado anular dos artículos del Código Penal: los que penalizaban los actos sexuales de adultos con menores de 14 años.

Lo que sí es seguro es que no fue un caso único en Europa. Recordemos lo sucedido en Francia en las mismas décadas, el escándalo que estalló con la denuncia (con nombres y apellidos de tantos intelectuales) del libro El consentimiento de Vanessa Springora. O el documento publicado en Libération, el diario fundado por Jean-Paul Sartre, titulado Enseñar a amar a nuestros niños, bastante fácil de encontrar con Google para los que tengan la curiosidad y el estómago para ver las explícitas ilustraciones. O el caso de Il Forteto, en Italia, una próspera cooperativa agrícola toscana a pocos kilómetros de Florencia, que albergó casos terribles de sexo con niños que se han mantenido en silencio.

Solo algunas perlas en el larguísimo collar de la pedofilia.

Porque el pozo del espanto parece no tener fondo: las historias de abuso sexual infantil se suceden en el tiempo y cubren el mapamundi. En nuestro país se han encendido las alarmas con la Operación Océano y el hecho de conocer y difundir esta y otras realidades ayuda a abrir el debate, a visibilizar el problema, nos obliga a reflexionar para comprender y superar una práctica que se empecina en no cambiar, ni en el tiempo ni en el espacio. Y sobre todo, para tomar conciencia de los horrores que produce el desamparo a los más débiles.