Fahrenheit 450

Fahrenheit 450

escribe Fernando Santullo

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Nº 2174 - 19 al 25 de Mayo de 2022

En su conocida novela Fahrenheit 451, el escritor estadounidense Ray Bradbury imagina una sociedad en la que los bomberos en vez de apagar fuegos, son usados para crearlos y quemar libros en ellos. En la sociedad de control que describe Bradbury, la gente vive adormecida bajo los efectos del constante consumo hedonista, arropada en cierto sentido toscamente práctico de la vida, muy estadounidense, en donde nadie pregunta ¿por qué?, sino ¿cómo? Los que leen son considerados antisociales y, quemando sus bibliotecas, los bomberos se encargan de llevarlos a la normalidad.

El protagonista del libro, escrito en 1953 y considerado por muchos una de las mejores novelas de Bradbury, es Guy Montag. Al comienzo, un bombero orgulloso en su tarea de supresión de las ideas y de la cultura en general a través de la quema de libros; a lo largo del texto Montag se va cuestionando no solo su trabajo sino también su estilo de vida y el de quienes lo rodean: su esposa Mildred, adicta a los programas televisivos de entretenimiento y a las pastillas; las amigas de su esposa, que directamente eligen no cuestionarse nada; sus compañeros de trabajo, que obedientes se limitan a seguir órdenes.

El personaje más atractivo de la novela es, sin embargo, el antagonista de Montag, su jefe, el Capitán Beatty. Ávido lector en su juventud, Beatty es un convencido de la necesidad de destruir los libros y la cultura en general, como única forma de mantener el orden social. Aunque actúa en nombre de un Estado censor y totalitario, Beatty tiene claro que su tarea sería mucho más difícil sin la anuencia de la población que, de acuerdo con otro personaje del libro, el profesor Faber, simplemente dejó de leer y convirtió las quemas de libros en un entretenimiento en sí mismas.

Ray Bradbury reconocía haber escrito el libro con las quemas de libros de los nazis y las purgas estalinistas en mente. Sin embargo, a lo largo de todo el siglo XX la censura siguió encontrando caminos para hacer de las suyas. De hecho, en su edición estadounidense de 1967 Fahrenheit 451 fue censurada. Por eso, en una coda escrita en 1979, cuando el libro se editó nuevamente en su versión original, el autor escribió: “Hay más de una manera de quemar un libro. Y el mundo está lleno de gente corriendo con fósforos encendidos. Cada minoría, ya sea bautista/unitaria, irlandesa/italiana, octogenaria/budista zen, sionista/adventista del séptimo día, liberadora de la mujer/republicana… siente que tiene la voluntad, el derecho y el deber de rociar el queroseno y encender la mecha”.

En otra entrevista Bradbury señalaba: “En la novela, el Capitán Beatty describe cómo los libros fueron quemados primero por minorías, cada uno arrancando una página o un párrafo de ese libro… hasta que llegó el día en que los libros estaban vacíos y las mentes cerradas y las bibliotecas cerradas para siempre”. La idea de que las minorías son las que en ocasiones hacen arder los libros puede parecer un asunto del siglo pasado o incluso una exageración conservadora del propio Bardbury. Sin embargo, esta misma semana y en una ciudad tan cosmopolita como Barcelona, los fósforos estuvieron en el aire y la policía tuvo que repeler el ataque con palos y puños de un grupo de activistas a las puertas de una librería de la ciudad condal.

Fue el lunes 16 cuando activistas LGTBQ+, convocados a través de las redes sociales, amenazaron con quemar el local en donde se presentaba el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, provocador título de los psicólogos y catedráticos José Errasti y Marino Álvarez Pérez, prologado por la filósofa feminista Amelia Valcárcel. Bajo la premisa de que el libro que se presentaba era transfóbico, los activistas intentaron impedir con violencia la presentación y terminaron a los palos con la policía autonómica catalana que, advertida de las amenazas, se había desplazado hasta la puerta del recinto.

¿Cómo se llega al punto de creer que unas ideas que no nos gustan deben ser borradas del mapa con fuego? ¿En qué momento nos convertimos en los Beatty de nuestra novela de vida y nos lanzamos gustosos a la violencia, los palos y las trompadas como método de acción política? Porque una cosa es que las ideas de unos psicólogos nos parezcan discutibles (y hasta detestables) y otra muy distinta es intentar directamente eliminarlas con palos y violencia. Se diría que en las sociedades democráticas venimos olvidando que la gran ventaja de nuestro sistema respecto a la sociedad imaginada por Bradbury es que nosotros podemos discutir pacíficamente sobre cómo resolver nuestras diferencias. La alternativa real a la discusión de ideas la conocemos bien los que atravesamos una dictadura.

Como recuerdan los comentarios que el propio Bradbury fue haciendo a su libro a lo largo de las décadas, este no es el primer intento de censura civil violento de un libro y, obviamente, tampoco será el último. Lo llamativo es que se viene extendiendo en ciertos grupos tradicionalmente pacíficos la idea de que si unas ideas no nos gustan, lo democrático no es discutirlas sino darles palos a quienes las sostienen. Y lo novedoso es que para justificar esos métodos violentos, que serían sin duda aprobados por el Capitán Beatty, se recurre al artilugio de llamar a esas ideas “discurso de odio”. Un método que, por otro lado, es funcional a una sociedad en donde lo identitario ha pulverizado el terreno común y donde el recurso a esa acusación ha sido adoptado por personas de todo signo y pertenencia.

Esa forma de operar revela cierta mentalidad autoritaria que si bien no es nueva, se fue extendiendo en sus nuevos términos de manera no del todo perceptible en la charla pública. Unos “modales” virulentos que la mayoría de ciudadanos democráticos no detectó o decidió pasar por alto, ya que, después de todo, la causa es justa y sus representantes son los buenos. El problema es que a los buenos se los conoce por la calidad de sus ideas, por su comportamiento democrático en la conversación colectiva y, no es menor, por el carácter pacífico de sus actos. Como es obvio, esto no le quita un ápice de justeza a la lucha de la comunidad LGTBQ+, pero sí que vuelve a plantear la pregunta de por qué muchas veces las mejores causas terminan en manos de sus peores defensores. Una pregunta que se puede extender perfectamente a otras buenas causas actuales.

Lo novedoso en este suceso concreto es que, al menos en España, los intentos de censura violenta y las amenazas habían venido históricamente de grupos de ultraderecha, que solían apersonarse en las presentaciones de libros que consideraban “rojos” e intentaban sabotearlas. Esta vez, sin embargo, fueron activistas LGTBQ+ los que se arrimaron con los fósforos encendidos. Y, esto es lo peor, es probable que cualquiera que señale ese hecho objetivo, sea también acusado de estar promoviendo un “discurso de odio”. Los 451 grados Fahrenheit del título son “la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde”. Esta semana en Barcelona la temperatura del papel se acercó peligrosamente a los 450 y no parece que vaya a bajar.