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El jueves 4 se terminó de ir, pero había iniciado la marcha cuatro años antes. Con Soda Stereo y en solitario, Gustavo Cerati fue un músico decisivo para el rock latinoamericano. Aportó la adultez estética de poder elegir si una canción requiere una guitarra eléctrica distorsionada, un teclado o un arreglo de cuerdas. Con temas como “En la ciudad de la furia”, “Persiana americana”, “Signos” y “Nada personal”, ensanchó las franjas de libertad para el rock y ayudó a que el pop dejara de ser mala palabra por estas tierras, esfuminando sus fronteras con otros géneros antes enemistados y hoy buenos vecinos. En letras como “Ella usó mi cabeza como un revólver”, “Té para 3”, “De música ligera” y tantas otras desarrolló una poética intimista que —junto a su voz, diáfana y limpia— lo situaron en las antípodas de la lírica merquera de Sumo o el discurso hiperpolítico ricotero. De ahí la famosa polarización Redondos vs. Soda, muy funcional al crecimiento exponencial del rock argentino en los 80 y 90.
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En Uruguay nunca tuvo la popularidad que logró en México o en Chile ni fue tan influyente como otros rockeros de su generación, como Luca Prodan, el Indio Solari o Vicentico. El efecto dramático de su condición inerte durante esta década acentuó una sensación aparente de afecto del público uruguayo hacia su figura. Pero lo cierto es que mientras que en Buenos Aires la despedida de Soda llenó siete veces River Plate, en Montevideo por lo general su convocatoria fue un cine Plaza, y cuando tocó en el Velódromo seis meses antes del temblor, fue ante una audiencia bastante escasa. De todos modos, Cerati es un apellido indeleble para millones de rockeros latinoamericanos.