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Al Frente Amplio hace rato que le crecieron los pechos. ¡Y qué pechos! Ya no es aquella niña inmaculada de un potencial luminoso, diáfano, impoluto, de andar descalzo al borde de la levitación. Ahora es una mujer bastante grotesca que retiene líquidos, refuta a diario cualquier idealización proyectada en su etapa infantil, y que si no se afeita las patas es capaz de pinchar una colchoneta inflable.
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¿Qué ha pasado en el medio? La responsabilidad, como una aplanadora, es lo que nos arruina a todos. Por eso somos tanto más simpáticos en nuestra versión de cachorros despreocupados, sobre la que, por si no alcanzara la apariencia encantadora e ingenua, el resto de la humanidad vuelca su propia idealización infantil del mundo, como escape a la realidad opaca y áspera. Después, por supuesto, todo es desilusión. Nadie deviene en un adulto ni la mitad de interesante que proyectaba en su infancia; casi todos los niños son fascinantes, y casi todos los adultos carecen de atractivo.
A los integrantes de este Frente Amplio se los escucha decir ahora cosas adultas como “pudo haber mal manejo pero no hubo mala intención” cuando antes eran sinónimos incuestionables, o “solidaridad con los compañeros imputados”, o quejarse de que “la oposición solo pone palos en la rueda” (¿esa no era su función?) o “saca ventajas políticas de situaciones penosas” (¿y qué otra cosa se supone que haga para ganar terreno político?), y mi preferido: “hay gente que desea que al país le vaya mal”, algo incomprobable e inútil en cualquier discusión, incluso si así fuera ¿en qué incidiría? Si suponemos que el deseo negativo de terceros modifica por sí solo la realidad, como sociedad deberíamos consultar a un tarotista; todas esas frases antes salían de boca de los representantes de los partidos tradicionales y la gente solía asumir que respondían a esa condición. Error, responden a la condición de gobernar, son hijas de la toma de decisiones y la cantidad de piruetas posteriores necesarias para diluir esas decisiones mal tomadas.
El problema es madurar, somos más feos cuando maduramos, dejamos de ser especiales; por eso los jóvenes estiran su etapa irresponsable hasta los 40 años tratando de mantener —en vano— su atractivo. Todos somos menos lindos, íntegros e inteligentes de lo que se podía proyectar antes de entrar al mundo adulto, al mundo real. No se puede asumir responsabilidades y, al mismo tiempo, pertenecer al salón de la moral inmaculada, en el que se fiscaliza la moral del resto mientras se corre alegre por la pradera del mundo de Bambi aromatizado. Al igual que la muchacha a la que le crecieron los pechos y quiere seguir entrando al pelotero, alguien le negará el ingreso, y deberá asumir que la actividad es incompatible con su nueva forma. No m’hija, usted no puede entrar al pelotero porque la acusarían de llevarse la materia prima de dicho entretenimiento abajo de la camiseta, eso que sobresale a la altura del esternón anula cualquier posibilidad de comportamiento infantil despreocupado. Váyase de acá.
En este caso alguien se los tendrá que decir a los ministros y legisladores del Frente Amplio: compañeros, lamentablemente no van a poder seguir ejerciendo esa parte ingenua de su personalidad porque no encaja más en el personaje. Al Frente Amplio le crecieron los pechos, ya no es una niña, no puede caminar por la playa de la mano del padre sin que el resto de los asistentes tirados en la arena la miren con el gesto cínico de quien piensa: “vos ya no estás para la palita el balde y el rastrillo, no te hagas la pelotuda, nena”.