¡Estamos segundos en gordos en Sudamérica! Lo leí recién. No salgo de mi asombro. Con toda la fritanga que comen los caribeños, y nosotros segundos. Hay algo que estamos haciendo mal.
¡Estamos segundos en gordos en Sudamérica! Lo leí recién. No salgo de mi asombro. Con toda la fritanga que comen los caribeños, y nosotros segundos. Hay algo que estamos haciendo mal.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn Uruguay, más de la mitad de los adultos y uno de cada cuatro niños presentan sobrepeso u obesidad. ¿Eso qué quiere decir? Que a esta altura hay más gordos que gente. Y para peor están agremiados; la conciencia colectiva sindical de este país no tiene límite. Lo que serán las asambleas, se deben bajar 100 kilos de bizcochos en una tarde y al que se duerme se lo comen ahí mismo.
No crean que soy un insensible; es un método para bajar los indicadores de obesidad. El problema es que se nos llenó de gordos chicos que no reciben el castigo social suficiente en la escuela como para escarmentar y aflojarle al buche un poco. Antes, a los gordos en la escuela se los torturaba psicológicamente hasta que adelgazaran. Era un bien que se le estaba haciendo a la larga; en el momento parecía cruel pero servía para cuidar la salud futura del individuo. ¿Qué pasó? Lo de costumbre: los bienpensantes hicieron un daño irreparable creyendo que hacían el bien (que es lo que siempre creen que están haciendo, como si alguien les hubiera conferido tamaña empresa en la Tierra; lo lindo de los bienpensantes es la humildad que tienen). Así, lentamente se transformó en algo mal visto incentivar psicológicamente al niño obeso a que adelgazara, mediante ese artilugio de mejoramiento personal por la supervivencia al que ahora llaman bullyng despectivamente; decirle albóndiga humana, ruleman de carne, bola de tejido adiposo —este es biológico, hasta didáctico si se quiere—, genocida de chivitos o traficante de hamburguesas, pasó a ser algo castigado por la sociedad gracias a las reglas impuestas por los bienpensantes, y ahora tenemos al país llenito de niños obesos y no sabemos qué hacer. Taparles la boca con cinta pato, eso es lo que tenemos que hacer, pero tampoco la sociedad ve con buenos ojos ese tipo de soluciones pragmáticas, así que habrá que investigar otras posibilidades. Se los podría llevar a que hagan ejercicio, pero seamos sinceros: el gordo chico es de abandonar las actividades. Por eso es que les insisto en volver a lo de la presión psicológica, un poquito vinculada con la tortura también, pero que daba buenos réditos. Jugate una mancha manteca aunque seas chochán-chico; por lo menos trae manteca en el nombre, que a vos te encanta, y además corrés un poco.
Tampoco podemos caer en eso de que es una enfermedad difícil de combatir. Difícil de combatir es la esclerosis, el lupus, difícil de combatir era la erisipela en el medioevo, pero una enfermedad en la que lo único que se necesita es aflojarle un poco a la comida que hace pasar el botija por la buchaca, no puede ser una enfermedad difícil. ¡Basta de guiarse por reglas que redactaron tecnócratas atrás de un escritorio en Ginebra, que no tienen ni noticia de la vida real! Y después son citados por tecnócratas locales como si fueran parte de los 10 mandamientos, como si eso que escribió un gordo que se cree que tiene claro cómo tienen que vivir todos los seres humanos en el mundo por leer unas cifras y unos informes de no sé quién sentado en su silla con rueditas, fuera una verdad revelada. Volvamos a nuestros métodos sociales de antes. Pongamos carteles en la escuela que incentiven a bajar el peso: “¡Traigan arcos, que gordos chicos para atajar sobran!”, “¿En qué retrato de Varela lo viste con migas en la barba, lechónchico?”.