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    Haciendo boca

    Yo no creo que las cosas, así en términos generales, como humanidad, estén peor; para mí el problema es que vemos todo y sabemos demasiado. Eso empeora incuestionablemente la percepción que podamos tener sobre el andamiaje del asunto. Les voy a decir una verdad hija de estos tiempos: la gente que mira muchos documentales queda loca. Confirmado. Ven demasiado, no hay que ver tanto. Lo que tiene el mundo de hoy es que uno se puede manijear con lo que quiera en cualquier momento en cualquier lugar. No necesito que una organización local me estimule el desvarío hacia el lado violento de manera ordenada y metódica, cualquier ganso consigue la confirmación de sus ideas por más estúpidas que sean en su propio celular. Si se quieren manijear en contra del consumo de pescado, por ejemplo, por cómo nos llega el pescado al que tenemos acceso y compramos en cualquier comercio, entonces van y ponen en Google “pescado tóxico” y aparecen 2.000 páginas, 372 documentales que le muestran cómo el pescado lo crían en unos estanques que limpian cada 50 años y le echan 4 veces por día pesticidas que lo dejan como un pastabasero al pescado prácticamente, con los ojos saliéndose de las cuencas hídricas, sería más sano que lo criaran en un lago de Fukushima al pangasius.

    Con esto lo que quiero expresar es que uno es más de la época en la que la gente no cuestionaba el contenido del frankfurter, se lo comía nomás, así como venía, como era, relleno de incertidumbre e ignorancia, alcanzado por la mano de un vendedor que lo había hecho adentro de la olla con el agua turbia esa que no se ve nada para adentro, en la que perfectamente se puede esconder un prófugo de la justicia o armas químicas. La actitud era un poco similar hacia la vida misma, y todo parecía mejor. La vida es como un chacinado: cuanto menos se sepa, mejor.

    Y no falta mucho para que aparezca la figura del “consumidor pasivo de chacinados”. Hay algo que vincula al chacinado, con el malhumor, el malestar, la cara de culo, y esos pueden ser signos de deterioro del organismo a partir de lo que desprende el chacinado, aunque no se lo consuma en primera persona. Una prueba empírica: las muchachas que atienden en las fiambrerías de los supermercados son mal llevadas que da miedo, la mayoría tienen un fastidio indisimulable. Un poco las entiendo, a mí me deprime hacer cola en la fiambrería del supermercado. No sé por qué se produce ese efecto, me angustio de solo pararme ahí con el numerito, se me comprime el pecho, me doy cuenta que toda mi vida he querido evitar la fiambrería. Mucho más si es un domingo de noche, no se me ocurre nada peor para un domingo de noche que ir a la fiambrería del supermercado, a lo mejor si tuviera que ir a votar en una zona rural un domingo de lluvia, pero tampoco estoy seguro de que sea peor. La última vez que fui a la fiambrería un domingo de noche evalué seriamente la posibilidad de meter la cabeza en la batea de los alimentos congelados para morir de hipotermia cerebral. Lo pensé de verdad, lo que pasa es que no me da la voluntad para suicidarme, es como que se me pasan las ganas, casi como con todo lo de este mundo; en un momento tengo un entusiasmo bárbaro y después: uf, qué pereza tirarme del balcón, y mirá si no me muero y tengo que comer con una pajita durante tres meses, y después hacer fisioterapia, no, dejá. Ojo, no me creo único, soy consciente de que no es algo que me suceda sólo a mí esto de la angustia en los alrededores de la fiambrería, es evidente que les pasa a muchos, si no, no habría fiambres envasados para agarrar y llevar al ladito de donde los venden.