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    Haciendo boca

    Advertencia: la siguiente descripción es subjetiva y carece de cualquier juicio de valor. En ningún caso se busca establecer qué es mejor o peor. El autor no tiene la más pálida idea de si esto es bueno o malo, y sobre todo: no le interesa.

    Vivimos en el Frente Amplio hace unos 15 años, más o menos. Ubicaría el inicio formal de la República Oriental Frenteamplista del Uruguay en el 2002, su oficialización celebratoria es en 2004, pero empieza en 2002, o quizás en 1999, cuando se consuma el artificio del balotaje como forma de postergar lo impostergable. El Uruguay de hoy se define a partir del Frente Amplio, el que no está dentro de su credo (los partidos políticos son instituciones de fe, es hora de admitirlo), se identifica por el opuesto. Se puede reducir el universo ideológico a dos tipos de uruguayos: el frenteamplista y el no-frenteamplista. Hay muchas formas de ser no-frenteamplista, me dirán, sí claro, tantas como de ser frenteamplista.

    A modo de repaso: el Poder Ejecutivo es del Frente Amplio, y la oposición también (me refiero al Frente Amplio B, actualmente parapetado en el Legislativo ocupando el lugar de oposición real, como fuerza capaz de trancar y modificar las iniciativas del PE), Montevideo: 25 años y contando, ¿desgaste por gestiones resistidas por los montevideanos? Sí claro, casi 50% en la última elección, a la Concertación le hubiera encantado ese desgaste. El PIT-CNT, la Universidad desde hace por lo menos 30 años: decanos, FEUU, docentes, egresados, los historiadores, los politólogos (el Sordo, ese hombre de antes que la gente del Frente disfrutaba identificar como enemigo, abandonó el partido). Las expresiones populares: Tenfield es del Frente Amplio (rama lumpen-mujiquista), el DT de la selección, los jugadores son de Nike y del FA, hasta la patronal de taxis es frenteamplista, y eso que el taxista en general tiene la carga virulenta del sobreviviente del mundo hostil del tránsito que lo inclina a las opciones extremistas de derecha, pero la IM es del FA y la patronal no masca vidrio, las bandas de rock, los cantantes de cumbia, las murgas, el teatro que no ve nadie y por eso no debí incluir en la sección de expresiones populares, los abanderados y tecnócratas al mando del grupo de adoctrinamiento colectivo llamado “diversidad”. Las redes morales son, mayoritariamente, terreno del FA. Los dueños de los medios de comunicación no son del Frente Amplio, pero sus empleados sí.

    No es producto de una conspiración, ni una genialidad maquiavélica de dominio psicológico pergeñada por un Tusam de izquierda, ni puede ser reducido al uso clientelista de los recursos estatales; el FA se constituyó en el estamento que representa con mayor precisión la sensibilidad uruguaya de la época. Y estamos llegando al punto de simbiosis en el que uno no sabe si es el uruguayo el que hizo al Frente Amplio o el Frente Amplio el que hizo al uruguayo actual, una intríngulis paradojal que alguna vez encarnó el Batllismo, y también se dio con Cacho y Chichita. El FA es el Partido Colorado del siglo XXI. No existe novedad ni hallazgo alguno en esa afirmación, por eso es tan cómico el periplo de Amado (ampliaremos en futura columna).

    5 coincidencias entre el uruguayo y el frenteamplista:

    El Frente Amplio está perdidamente enamorado de sí mismo, se considera un caso único en el mundo que podría funcionar de ejemplo para la humanidad, si es que ya no lo está siendo en este preciso instante. El uruguayo también.

    Es adicto a la falsa adversidad. Cada cinco minutos corre desesperado a darse un golpe de épica sustentado en enemigos icónicos que le desean el mal, le auguran un futuro aciago, ponen palos en la rueda, niegan sus capacidades y dan por descontado su fracaso. ¿Y el uruguayo?¡Pa’ los contra! ¿A qué remite esa exclamación sino a la falsa adversidad? Ignoro de donde viene el “Uruguay, que no ni no”, pero tiene todo el aspecto de una doble negación dedicada a un tercero, real o imaginario, que dijo o pensó —en la realidad o en la ficción autogestionada del uruguayo— que no se iba a alcanzar el objetivo.

    Sospecha secretamente, y a veces no tan secretamente, que posee una superioridad cultural, intelectual, y fundamentalmente moral sobre el resto; me refiero al uruguayo. El frenteamplista también, lógico.

    Le tiene alergia a la competencia, todo lo que se aproxime al acto de competir genera rechazo y sospecha. Sigo hablando del uruguayo. Eso de “a los uruguayos no nos gusta perder ni a la bolita” es cierto, firmaríamos el empate con tal de no competir abiertamente. El empresario ­—uruguayo— también. Y el frenteamplista ni hablar, al punto de que en las últimas internas se presentaron cuatro candidatos y todos venían a “aportar”, ninguno a competir por la presidencia.

    Tiene doctorado en tristeza urbana y húmeda, melancólica, dice mirar el futuro con esperanza pero su esperanza es apenas una reverberación de la esperanza que tuvo en ese pasado épico y glorioso que alguna vez vivió o se inventó. Aplíquese para el uruguayo o el frenteamplista por igual. Los 5 mil dominicanos que viven en Montevideo también, y si todavía no lo tienen, están cursando la licenciatura.