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El cartelito está pegado en la puerta de vidrio de la ex Cárcel de Miguelete, actual Espacio de Arte Contemporáneo (EAC). Dice lacónicamente: “A partir del viernes 13 de marzo los trabajadores de ATEC (Asociación de Trabajadores del Ministerio de Educación y Cultura) base cultural entramos en Asamblea Permanente”. La hoja está pegada en varios lugares del recorrido de la recién inaugurada muestra de arte contemporáneo Temporada 17-EAC (Arenal Grande 1930, miércoles a sábados de 14 a 20 h; domingos, de 11 a 17, entrada libre) que incluye Otro próspero de El Empleado del Mes(el uruguayo Javier Abreu), y obras de artistas argentinos y otros países latinoamericanos.
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El cartelito reivindicativo puede ser parte de la exposición. Al fin de cuentas, el arte actual juega con la confusión, la ironía, la multiplicidad infinita de recursos cotidianos, objetos y acciones, pautas de comportamiento y usos y costumbres, individuos y grupos sociales, miradas hacia la realidad e intento por incorporarla permanentemente a la supuesta “ficción” artística. Los límites se borran constantemente, se vuelve difuso el fundamento y la materialidad, el sujeto se vuelve objeto; la representación, parodia o simple repetición. El artista se vuelve obra. Es la identidad la que está en “asamblea permanente”. Pero la ironía es tal que llega al punto de dialogar con la muestra de Abreu, artista que desde hace años desarrolla este proyecto performático, entre conceptual y pop. Esta versión del “empleado” se centra en algunas fotografías muy bien realizadas y un par de instalaciones. Su álter ego es una caricatura con traje y colores que simulan el uniforme de McDonald’s, con gorrito y todo. Desde allí despliega un mundo propio basado en el humor y cierto intento crítico sobre el consumo y el poder económico y cultural. Una mirada a veces un tanto obvia, a veces confusa sobre los mecanismos del poder, el dinero (el dólar en realidad), el imperialismo, la sociedad de consumo. Entre el cartelito de los empleados del MEC “en asamblea permanente” y la propuesta de Abreu, no hay demasiada distancia. Salvo la ejecución, tremendamente prolija del artista, seductora por su simpleza y calidad de montaje.
“Salado”, dice una chica cuando se para frente a la imagen de un cielo celeste salpicado con algunas nubes blancas. Es atractivo, seductor. Pero la exclamación viene por la lectura de la explicación. Abreu destaca una pequeña imagen de su tarjeta de crédito Oca tramitada especialmente para el proyecto. Solo deja el retazo de cautivante cielo uruguayo. En algún lugar del edificio hay una ex celda donde la gente puede escribir en las paredes. “El empleado del MEC”, ironizó alguien por ahí, refiriéndose a Abreu. Otra vez el poder en cuestión, pero desde otro lado, desde el público convocado a expresarse. Arte o no arte, ficción o representación, crítica o simple devaneo ingenuo sobre el lado más obvio de la vida en sociedad, lo cierto es que este mejunje es parte de una cuestión esencial que vuelca sobre el espectador todo el peso del acercamiento al arte, de su definición, de su crisis de lenguaje, de su autonomía y disolución. Un vínculo que desde hace años está en crisis. Al final, como siempre, lo que importa son las obras.
Como Territorios del desastre, de las argentinas Mariela Yeregui y Gabriela Golder, que en diferentes espacios y medios golpea al corazón desprevenido del espectador con una serie de visiones sobre la violencia, el cuerpo y el territorio público. Una visión dolorosa que incluye trazos sueltos de la realidad argentina, de sus mitos, de sus imágenes icónicas reelaboradas en diferentes formatos. En el subsuelo se escucha el relato de un partido de fútbol. Fuerte y casi insoportable en su monotonía e inflexiones. El autor propone ManU vs. Barsa (Roberto Cárdenas), un partido real entre dos supuestos cuadros poderosos a los que el autor les quitó la pelota. El resultado es casi insoportable, de verdad insoportable. Uno no puede sostenerlo ni dos minutos. Al mismo tiempo, es un golpe de efecto monumental a la hipnótica rutina del espectáculo contemporáneo, sin sentido si uno se despega del contexto y las circunstancias. El esfuerzo de Cárdenas es invalorable también. Basta de pavadas, dice, y muestra la sinrazón de un juego en el que se deposita tanto y con tan poco se vuelve una estupidez.
La obra está inscripta en Horror Pleni/Demasiado lleno, demasiado ruido, que reúne trabajos de varios artistas latinoamericanos. El denominador común es trabajar sobre imágenes reconocibles, borronear o hacer desaparecer partes y construir así un nuevo significado. El espectador es sacudido e involucrado, legítimamente, sutil o en forma grosera. Se transita por una lectura inusual de la imagen contemporánea, adormecida, ya vacía y sin nada para decir de tanta rutina de exposición.
Todo vale en el arte actual y, en parte, está bien que así sea. Hasta un video con una escribana que lee monótonamente un inventario de las paredes y celdas de la ex cárcel. Dice mucho en ese contexto, aunque la duda sobre el arte siga en pie. La honestidad debe marcar el rumbo y la calidad de ejecución, el punto de partida para que la obra o lo que sea que se llame obra (proyecto, propuesta) resuelva por sí sola ese misterio de lo específico, lo diferente, la presencia inusual o inédita en este mundo tan cambiante.
El trayecto del arte ya no puede volver atrás desde el momento en que el artista se lanza a sacralizar lo cotidiano, a poner un urinario en el lugar de una obra o destruir la línea tan misteriosa entre una caja de supermercado y una construcción personal, bella e intransferible. El consumo, las relaciones de poder, el dinero y la violencia son algunos de los temas recurrentes del arte más actual. La ironía, el humor, una supuesta actitud crítica y la variedad de soportes y materiales (desde pintura a materia fecal) forman este gran y a veces confuso aluvión de propuestas. Pero el video de la “escribana” está en un límite riesgoso. Es posible percibir la tremenda carga del pasado entre la lista y el dolor permanente de esos restos. Es posible que quede en una idea para ser vista de pasada. Como la parodia pop y conceptual de Abreu. Otra metáfora del arte actual. El artista hace lo que quiere. Se ríe de lo que sea y acusa a quien quiera. El público también.
El Empleado del Mes se ofrece como algo más lúdico. Pero de factura más pretenciosa. Si no fuera por eso, desbarrancaría. Pero Abreu es consistente, trabaja muy bien, no permite que gane el malhumor de lo inacabado o el facilismo. Salvo por los mensajes de frágil superficialidad. Casualmente dialoga con dos o tres cuestiones burocráticas del momento, como los golpeados empleados de ATEC. Pero eso es pura coincidencia. O no.