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    Hojas secas de un paraíso perdido

    La imagen es fortísima. Son fotos de rostros que miran al espectador, que le sonríen, que interrogan. Lo sorprendente es que están impresas en hojas de árboles, de arbustos, de plantas de diferentes tamaños y formas. Hojas, pétalos, de trébol, de hiedra, de taco de reina, de morrón y de berenjena. Hojas intervenidas por hormigas o el clima. Son de verdad, sin trucos, sin efectos ni retoques. Son hojas secas, recogidas de un jardín que el autor convierte en un paraíso del tiempo y la memoria, en un insólito homenaje a la vida, a la fuerza de la naturaleza y al vínculo inefable con un ser humano, un mundo irreal de nervaduras y texturas inmortales. Es un proyecto de largo plazo que el artista mantuvo con firmeza, visión y una técnica entre curiosa y seductora. La exposición se llama El extraño caso del jardinero, de Fernando Ruiz Santesteban (Lagomar, 1980), y comparte junto a otros artistas la última temporada del Espacio de Arte Contemporáneo (ex Cárcel de Miguelete).

    El autor es fotógrafo y arquitecto, o al revés. Hace un tiempo volvió a investigar procesos de impresión luego de un inevitable paso a lo digital. Desde allí y por varios caminos llega a este acto mágico de imprimir sobre hojas secas de un jardín, en el que vive y comparte el cuidado con su hijo. El hijo está en las fotos. En diferentes etapas y percepciones, en distintas actitudes, en algunos casos en detalles y expresiones que conmueven. La de Santesteban es una muestra originalísima y de enorme sensibilidad, valga el término para hablar de fotosíntesis y encuentros entre la luz del sol y el intrigante mundo de la clorofilia.

    Santesteban explica un poco su técnica, que básicamente es revelado fotográfico sobre vegetales sin ninguna intervención artificial o de aditivos. En algún lugar habla de sus recorridos por experiencias similares en libros perdidos y relatos que uno imagina casi alquímicos. Se sabe que hay algunos artistas contemporáneos que incursionaron en este procedimiento pero en proyectos diferentes al de Santesteban. De todas formas, es un proceso inédito para cualquier ser humano, incluso para los que han vivido toda su vida en coloridos otoños pateando montañas de hojas secas. Quién no se sumergió de niño en esas sucias montoneras desparramadas por el parque o a la espera de ser quemadas. O en las que ofrecíamos a la maestra para la inolvidable y repetida cartelera del cambio de estación. La pregunta ahora es inevitable: qué sería de estas carteleras si además de esas superficies y formas tan caprichosas como sublimes se pudieran ver rostros.

    La misma sensación de placer y extrañeza se percibe en este desparramo de miradas entre las que aparece un bebé dormido o una sonrisa o incluso un peluche. Seduce, inquieta, intriga. Hay pequeñas hojas que contienen ojos, hay una grande en la que se ofrece el rostro contundente de un niño y otra increíblemente seductora con un niño que se tapa la cara con las manos. Las imágenes aparecen como fantasmas desde el interior de las plantas. De un mundo donde la imagen cobra otro tipo de relación con el afuera. Es la hoja un elemento tan fuerte y determinante que potencia el misterio, la sensación brutal que seguro permitió a culturas diferentes creer que en la creación de la imagen está la vida o queda atrapada la vida.

    El trabajo genera además mucha curiosidad. Desde la técnica y esa posibilidad maravillosa de que en la naturaleza permanezcan los rastros de la humanidad, hasta una cuestión más filosófica sobre la existencia de las cosas, en especial, de los seres vivos. Al ver lo que queda de esa historia entre padre e hijo en un jardín, uno no puede más que pensar en las historias que deben guardar todos los jardines, cada pastito y hoja que pisamos, cada árbol. La ciencia y el arte aplicados a este novedoso proyecto abren en estos documentos testimonios de cierta inmortalidad.

    Por si fuera poco, la belleza inunda toda la obra. Supera el riesgo de quedar atrapada bajo un protagonismo técnico o de soporte tan marcado. Por el contrario, evidencia con mayor sutileza la maravillosa conjunción de sensibilidades, la humana y la otra, que viene de quién sabe qué misteriosa fuerza creadora. Ya saben, si ven una hoja tirada en la calle piensen que tiene un rostro y otra vida en sus líneas secas. Es parte del misterio de la naturaleza. Es parte del arte, es una historia, es otra forma de estar o de existir.

    El extraño caso del jardinero. En Temporada 22 del Espacio de Arte Contemporáneo (Arenal Grande y Miguelete). Miércoles a sábados de 14 a 20 h. Domingos de 11 a 17. Hasta el 28 de agosto.