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    Hombre paradójico

    No sé si hay otro caso de un gran poeta del tango que a poco de cumplir apenas 30 años ya hubiera dado lo mejor de sí.

    Francisco García Jiménez —nacido en Buenos Aires el 22 de setiembre de 1899 y muerto en la misma ciudad el 5 de marzo de 1983— tuvo una vida larga y creó una obra prolífica y de calidad que, sin embargo, nunca zafó de la sombra de sus primeros cuatro tangos y ni estos ni aquella evitaron que lo devorara el olvido. Hoy somos pocos quienes lo recordamos.

    Una peripecia extraña la suya. Hasta se le podría llamar, atendiendo las circunstancias de su vida, “el hombre paradójico”.

    En 1920 conmovió a todos, envueltos en el lunfardo y unas pocas letras considerables que amanecían, con Zorro gris, tango que le arrimó la amistad y admiración de Gardel, que se lo grabó, como tantos otros temas después, luego de un encuentro que lo sorprendió. El motivo fue, precisamente, ese tema: Cuántas noches fatídicas de vicio/ tus ilusiones dulces de mujer,/ como las rosas de una loca orgía,/ las deshojaste en el cabaré…

    —Yo era un oficinista veinteañero cuando una tarde me llaman por teléfono y me citan adonde estaba ensayando Gardel, con Barbieri y Ricardo. Ahí nomás, con sencillez, en mangas de camisa, tomó la guitarra y empezó con los acordes de Zorro gris. Pero no tenía el original de la letra y tarareaba, así que me dijo que lo iba a llevar al disco y quería que lo ayudara a aprenderla. Quizás en esa espontaneidad, que me emocionó, estaba la clave de su genio y de su hombría de bien.

    En realidad, García Jiménez, en la vida cultural argentina, no era un desconocido: antes que letrista, había escrito, muy joven, 30 obras teatrales —El más feliz de los maridos, Escalera real, Ahora va a ser la nuestra y Las uñas de la gata, entre otras—, varias novelas, cuentos y ensayos. Pero como poeta fue reconocido enseguida por su estilo pulido y elegante, algo barroco, que solo abrevó en el lunfardo en dos tangos: Lunes y Farolito de papel.

    Luego del éxito de Zorro gris, que tiene música de Rafael Tuegols, llegaron, entre 1925 y 1929, el impacto de Suerte loca, con Anselmo Aieta —En el naipe del vivir,/ suelo acertar la carta de la boca/ y a mi lado oigo decir,/ que es porque estoy con una suerte loca…—, el nostálgico Barrio pobre, con Vicente Belvedere —En este barrio que es reliquia del pasado,/ por esta calle tan humilde tuve ayer,/ detrás de aquella ventanita que han cerrado,/ la clavelina perfumada de un querer…— y el romántico y conmovedor Alma en pena, con Anselmo Aieta nuevamente —Aún el tiempo no logró/ llevar su recuerdo/ borrar las ternuras/ que guardan escritas/ sus cartas marchitas/ que tantas lecturas/ con llanto desteñí...

    Siguió produciendo, pero, según la opinión de casi todos los historiadores, sin alcanzar tales estaturas líricas: Lo que fuiste, Príncipe, Palomita blanca, El huérfano, Siga el corso, Carnaval, Tus besos fueron míos, Bajo Belgrano, Mariposita, Malvón, Rosicler y La enmascarada, tal vez los más reconocidos.

    Hay, en el contexto de las opiniones ilustradas, una curiosidad. José Gobello, de cuyos conocimientos nadie duda, expresó hace años algo que pudo ser mal entendido:

    —Me parece que García Jiménez se malogró componiendo demasiadas letras para músicas previas, lo que delata una laboriosa suma de palabras intachables pero exigidas por la melodía. Esto es dolorosamente cierto en La última cita, el admirable pero indócil tango de Agustín Bardi. La letra suena natural y, por eso mismo, hubiera podido alcanzar otro nivel independientemente de la música.

    En fin. Se ingresa aquí en el intrincado aspecto de la subjetividad.

    Lo que es un hecho objetivo es que García Jiménez no fue un hombre popular ni cálido sino, al contrario, alimentador de lejanías, solitario en su erudición, introspectivo, más allá de que cultivó amistades intensas como las de Gardel, Aieta y el empresario teatral Pascual Carcavallo.

    Su aporte al arte popular fue culto, casi preciosista, y en particular numeroso. Pese a ello, no ha podido vencer al olvido, al paso del tiempo, como otros, menos creativos, y quedó para siempre a la sombra de Zorro gris, su mejor tango, el juvenil, el primero, el que sorprendió a Gardel:

    Por eso toda tu angustiosa espera/ en esa prenda gravitando está;/ ella guardó tus lágrimas sagradas,/ ella abrigó tu frío espiritual./ Y cuando llegue en un cercano día/ a tus dolores el ansiado fin,/ todo el secreto de tu vida triste/ se quedará dentro del zorro gris.