Nº 2191 - 15 al 21 de Setiembre de 2022
Nº 2191 - 15 al 21 de Setiembre de 2022
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace un año el expresidente José Mujica recibió la Orden del Libertador San Martín, la mayor condecoración de Argentina. Para retribuirlo se sintió en la obligación de reiterar ante el presidente argentino Alerto Fernández una exageración que ya había pronunciado: Uruguay y Argentina son “algo más que hermanos”, son gemelos que nacieron “de la misma placenta”. En la historia real las placentas y los partos fueron diferentes, y esa diversidad se profundizó durante el desarrollo político, sindical y cultural de ambas naciones. En Argentina comenzó a degradarse en los años 40 con la irrupción del peronismo y se profundizó a partir de los años 90 con el kirchnerismo. El todo vale pasó a dominar el escenario.
Cuando los uruguayos observan los acontecimientos políticos argentinos en el televisor los golpean sensaciones que entreveran actuaciones, rencor, ira, desprecio por las instituciones y una militancia vulgar y populista. Lo demuestran los acontecimientos previos y posteriores al atentado del 1º de setiembre contra la vicepresidenta Cristina Fernández.
Debido a la feroz batalla interna en la cúpula del gobierno y de cara a las elecciones de 2023, la vicepresidenta, militantes de base, sindicalistas y el propio presidente convirtieron ese hecho dramático y despreciable, sin connotaciones políticas demostradas, en un acontecimiento partidario para trasladarles la responsabilidad a la oposición, la prensa y los operadores judiciales, cuando el principal fallo fue de una custodia numerosa pero ineficaz.
Cuando habían pasado pocas horas el presidente Fernández avivó el fuego por cadena de radio y TV. Exhortó a la paz porque no tenía otro remedio, pero fue una estrategia para atacar: “Estamos obligados a recuperar la convivencia democrática que se ha quebrado por el discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos de la sociedad argentina”.
La columnista de Clarín Silvia Fesquet consideró esa intervención como “una oportunidad perdida. Sin que la Justicia hubiera tenido tiempo de investigar nada todavía, el presidente, que suele jactarse de su condición de abogado, hijo de un juez y hombre del derecho, ya instalaba el tema del discurso del odio en la política, la Justicia y los medios”. El puñal hasta el fondo.
Con su perversión Fernández abrió las porteras para que otros le agregaran combustible al incendio, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Vinculó el atentado con el pedido de 12 años de prisión e inhabilitación política permanente que el fiscal Diego Luciani solicitó para la vicepresidenta por delitos de corrupción cometidos en la provincia de Santa Cruz mientras fue presidenta del país. “No puedo dejar de asociarlo a lo que escuchamos de parte de un exponente del Poder Judicial (el fiscal no integra el Poder Judicial) que también buscaba correrla de la vida política prohibiéndole la participación como candidata”, sostuvo. Una falsedad para romper las reglas institucionales porque bien sabe Kicillof que podrá ser candidata hasta que no haya una condena firme y para eso falta mucho.
Cuatro meses antes, el 1º de mayo, ante una multitud en la plaza de Mayo, la actriz y dirigente sindical kirchnerista Alejandra Darín (hermana de Ricardo) leyó una proclama con el aval del gobierno: “Desde hace varios años un sector minúsculo de la dirigencia política y de sus medios partidarios viene repitiendo un discurso de odio, de negación del otro, de estigmatización, de criminalización de cualquier dirigente popular o afín al peronismo y aun de cualquier simpatizante”, consignó. Entonces el senador ultraoficialista José Mayans se sacó la careta: “¿Queremos paz social? Paremos el juicio por Vialidad” en el que se pidió la condena de la vicepresidenta.
Nada de eso habría ocurrido en Uruguay porque en este mundo político rigen otros principios, no existe la iracunda crispación argentina y, más allá de matices, todos tienen una educación democrática y republicana que deja en el sótano a la argentina.
Hace algunas semanas, cuando aún no se había producido el atentado, señalé desde este mismo espacio la existencia de diferencias abismales entre ambos países. De este lado del río los enfrentamientos entre oposición y oficialismo demuestran cultura democrática y republicana para interpretar la realidad y aplicar diferentes puntos de vista, a veces en forma dura pero civilizada. Prueba de esa filosofía es que todos los partidos realizan cursos de formación para dirigentes y adherentes.
Meterse de lleno y a fondo en esas diferencias excede largamente este espacio porque para llegar hasta el hueso sería necesario profundizar en la historia desde diversos ángulos. Por eso vale la pena recoger con brevedad algunas expresiones del historiador y politólogo uruguayo Gerardo Caetano y del periodista y politólogo argentino Claudio Fantini sobre esas diferencias. Surgen de una nota de 2019 de Ana País en BBC News.
Ambos señalan el carácter “populista” de la política argentina. Para Caetano se trata de una política “militarista, polarizada, con un gran peso de la Iglesia”, que es “de movimientos y no tanto de partidos” y que tiene “liderazgos encarnados”. A esos conceptos Fantini destaca el constante uso de la demagogia y la búsqueda de “poderes personalistas, verticalistas y hegemónicos”.
Tanto uno como otro destacan, por contraposición, las virtudes de Uruguay sobre Argentina. Caetano argumenta que en política Uruguay tiene un sistema “partidista”, “institucionalizado” y “de negociación”, mientras Fantini destaca su “pragmatismo”, “republicanismo” y “laicismo”, a lo que le agrega la cultura cívica de la sociedad.
Clarísimos.