Nº 2230 - 22 al 28 de Junio de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPor años, los expertos lo advirtieron: con ser importantes, las rapiñas, los hurtos, el delito común, eran nada al lado de la consolidación del crimen organizado. Y ocurrió, aunque aún estamos a la espera del próximo paso que auguran los investigadores del fenómeno criminal: la instalación en Uruguay de una mafia internacional que se anime a enfrentarse a las fuerzas del orden, bala por bala, generando una situación de violencia urbana como no se conocía en el país. La guerrilla que Uruguay enfrentó en las décadas de los 60 y 70 será un juego de niños al lado de lo que se puede venir, con grupos criminales armados a guerra, algo que ya sufren países de la región. El primero en la lista para afianzarse en el país es el Primer Comando de la Capital, el PCC brasilero, la principal mafia de la región. El PCC les ofrece a los delincuentes una razón de vida más allá del dinero: les da un sentido de pertenencia y los premia si avanzan en su carrera delictivas, de soldados a coordinadores y así.
La Embajada de Estados Unidos ha advertido a los gobiernos de turno: el PCC no va a ingresar por la frontera, saldrá de adentro de las cárceles, donde suele reclutar a sus soldados. Y las cárceles uruguayas, tal como están, son un perfecto caldo de cultivo para que eso pase más temprano que tarde. El poder político se durmió cuando decíamos que Uruguay era solo un país de tránsito de la droga hacia otros mercados. Hoy somos el país con mayor consumo de cocaína per cápita de la región, las bandas criminales se apoderaron de la periferia y el sicariato pulula entre jóvenes cada vez más jóvenes.
Cada uno de los pasos de afianzamiento del crimen organizado no se dio de un día para otro. Nos fuimos acostumbrando y desarrollando una cultura de la violencia, como se genera todo tipo de cultura, lentamente, como la gota que horada la roca.
Hoy los medios de comunicación pasan por encima de dos, tres, cuatro homicidios como si informaran de una simple conferencia de prensa sobre asuntos triviales. Y cometimos el error de tildar como “ajustes de cuenta” a todo homicidio del que no sabemos qué hay detrás de él. Y ese término genera el inmediato comentario: es un asunto entre ellos, que se maten entre ellos. Parece que nadie toma en cuenta a las víctimas inocentes que han caído con balas perdidas o confundidas con otra persona. Son tantos que la Unidad de Víctimas de Fiscalía no da abasto.
Hay personas desaparecidas cuyas familias no se animan a denunciar. Hay videos que circulan con gente siendo torturada. Cuerpos incendiados en vida, cuerpos trozados, mutilados, con 40 balazos.
En estos días, que en menos de una semana hubo unos 10 homicidios, dos cuerpos aparecieron en el barrio Borro maniatados y ejecutados.
¿Qué habrá sido de sus vidas? ¿Qué habrán hecho, si es que hicieron algo, para tener un final tan trágico? A nadie le importa demasiado, esa es la verdad, admitámoslo. La Policía no da detalles de la vida de las víctimas ni de los victimaros. Seres anónimos que pasan por la crónica policial cada día como un dato más. De cada 10 de estos homicidios, cinco quedan impunes. Ni justicia tienen como reparo esas familias destrozadas. En la periferia hay gente mutilada, postrada para siempre, porque de los casi 400 homicidios anuales hay otros 100 intentos de homicidios, y miles de lesionados graves. De esos directamente ni se habla ni se informa.
La cobertura mediática, plagada de falencias profesionales en lo que refiere al periodismo de calidad, no es igual si matan a un empleado de un supermercado que si asesinan a dos muchachos de la periferia. Uno era un trabajador, ¿y los otros? No tenemos idea y seguiremos sin tenerla. Ahora está la moda de informar si los muertos tenían antecedentes penales, sin aclarar si esos antecedentes tuvieron algo que ver con su muerte y afianzando la idea de que se están matando entre ellos. Los fiscales de homicidios cuentan que están matando a consumidores, a pequeños dealers que se quieren retirar del negocio y pagan con sangre su insolencia, gente que no está en el delito pero que el delito los alcanzó vaya uno a saber por qué.
Tengo un video horroroso grabado por vecinos que muestra los cuerpos de estos dos jóvenes ejecutados y tirados como basura en un callejón del barrio Borro. “Ay, amor”, dice una mujer empatizando con uno de los muertos. Al llegar al otro cuerpo, la sensibilidad deja lugar al horror: “Ay, le volaron la cabeza”, exclama.
Cuentan los periodistas que cubrieron el evento, trabajo que cada vez se parece más a una tarea de cronistas de guerra, expuestos a pedradas e incluso a disparos, que decenas de niños pequeños estaban allí mirando los cadáveres.
Suelo contar que mi hijo, que en ese momento tenía ocho años, vio a lo lejos y de arriba de un auto una rapiña en proceso y estuvo semanas volviendo sobre el tema. Estos nenes de la periferia crecen oyendo tiros todas las noches, viendo gente quemada, destrozada. Ellos, junto con los familiares de los muertos e incluso de los asesinos, son víctimas invisibles de una situación que nos ha ido ganando de a poco. Nos acostumbramos a cargamentos de una tonelada (sin consignar que ese pasaje por aquí se paga con droga que se consume en Uruguay); nos hemos acostumbrado a los nombres de bandas que se enfrentan como Montescos y Capuletos por el mercado de la droga; nos hemos acostumbrado a los sicarios de 16 años y cinco homicidios. Ahora nos acostumbramos a que los homicidios sin explicación ni resolución pululen un día sí y otro también. Mientras, desde el gobierno se dice que la seguridad mejoró. No logro comprender cuál es el objetivo de medir la seguridad por 10 o 20 rapiñas menos. ¿Cómo piensan que toman esas palabras los vecinos de barrios donde los niños crecen al ruido de los balazos? Una generación de muchachos traumatizados. ¿Cuál es el futuro de esas víctimas invisibles e invisibilizadas? Hemos asumido la cultura de la muerte y con ella el desprecio por el futuro de esos niños y sus familias. “Una percepción compartida del riesgo”, reclamaba el extinto número uno de la Policía Julio Guarteche, para lograr acuerdos políticos. ¿Cómo compartir tal percepción entre barrios donde se vive sin miedo con otros donde si los niños salen a la calle los puede matar una bala perdida? Con ser malo, lo peor está por venir. Mientras la sociedad integrada mira para otro lado, el PCC espera, agazapado, su momento. Le estamos ofreciendo una legión de soldados, dispuestos a entregarse a un grupo que les da una razón de vivir, en vez de esta realidad actual en la que simplemente mueren sin razón.