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    La Argentina indescifrable

    Nº 2255 - 14 al 20 de Diciembre de 2023

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    Ya está, ya ocurrió. Lo que para muchos argentinos era una inquietante amenaza, ahora es una realidad: Javier Milei, el panelista gritón, el mediático excéntrico, el economista despeinado de ideas disparatadas, el candidato histriónico que recibía burlas de los sectores más educados del país, ya ha recibido el bastón de mando y es el presidente de la Nación Argentina. ¿Y ahora?

    Ahora prima el desconcierto, porque Milei es impredecible y las señales que podrían servir para anticipar el futuro cercano de lo que ocurrirá en el país son, también, confusas. La Libertad Avanza no es un partido con ideas, sino una etiqueta vacía que no produce cohesión de ningún tipo entre sus miembros. Quizás se configure como partido desde el Estado, pero es imposible anticiparlo ahora. En el presidente y su equipo más cercano hay un gran desconocimiento del funcionamiento interno del Estado y también del tablero internacional (las ideas sobre política internacional y comercio exterior sorprenden por su simpleza). Por otra parte, el Estado argentino es débil, la burocracia es poco profesional y ha venido siendo politizada por los partidos tradicionales durante décadas. En síntesis, no hay estructuras de contención.

    En gran medida, el rumbo del gobierno y la suerte de Milei dependerán de que el gobierno haga una interpretación correcta del mandato que recibió de las urnas, y por lo tanto, de qué delivery espera la ciudadanía de él. Tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández fallaron en entender su rol en la historia por una combinación de ignorancia, superficialidad y desinterés. El primero tuvo el récord de ser el único presidente argentino que no logró la reelección para la que competía, y el segundo lo superó ampliamente pues ni siquiera logró la candidatura para poder reelegirse. ¿Sabrá ahora Milei interpretar el mandato popular? ¿Y cuál es ese mandato?

    Las poquísimas personas del “partido” La Libertad Avanza que parecen estar pensando los temas político-estratégicos, así como las usinas conceptuales de Macri, a los que se suman algunos sectores de la prensa, parecen seguir el diagnóstico del propio Milei: el 56% de los votos que obtuvo en la segunda vuelta le ha encomendado ajustar la economía, pasar la motosierra por el Estado, liberar a los individuos de la opresión estatal y desintegrar los lazos no comerciales que conectan a las personas en una sociedad. En una palabra, Milei habría ganado ampliamente gracias a su ideología (que incluye, además, cierta reivindicación de la última dictadura). Varios fragmentos de su discurso inaugural han respaldado esta lectura.

    Hay, sin embargo, otra interpretación posible: Milei ganó no gracias a su ideología sino a pesar de ella, es decir, ganó por el hartazgo social antiestablishment en un país que en los últimos cuarenta años ha retrocedido prácticamente en todos los indicadores económicos y sociales. Un país que fue célebre por su igualitarismo social, ahora tiene una sociedad tan segmentada que sus partes ya no se reconocen como integrantes de un todo. Según esta segunda lectura, Milei no ganó porque el electorado argentino ansiaba tener al primer presidente libertario en la historia de la humanidad, sino porque era lo que tenía a mano para castigar a su clase dirigente, como ya lo hizo gran parte del electorado de América Latina.

    Como puede advertirse, que la presidencia de Milei sea entendida como una entrada a “un nuevo contrato social”, como él dijo al asumir, o por el contrario, como una salida de un angustiante statu quo, debería tener consecuencias políticas distintas. La gobernabilidad deberá ser cuidadosamente observada en ambos casos, pero la primera interpretación empujará al gobierno a una intransigencia peligrosa no solo en su relación con el Congreso, sino también con la propia ciudadanía, único punto de apoyo que tiene hoy Milei. Varios estudios han mostrado que las propuestas más radicalizadas de Milei (dolarización, cierre del Banco Central, despido de empleados estatales, paralización de la obra pública, privatizaciones, vouchers educativos) son minoritarias en la opinión pública. ¿En qué consistirá entonces el ajuste drástico que pregonó en la campaña y anunció el 10 de diciembre? ¿Será puro maquillaje? ¿Los perdedores recibirán compensaciones, o “la nueva Argentina que hemos elegido” tendrá también una dimensión represiva? Por ahora, mientras se hacen los primeros anuncios, seguimos buscando pistas.

    Durante sus semanas como presidente electo, Milei ha mostrado una gran dosis de improvisación, inseguridad y poco control de la situación. Si el hábito hace al monje, entonces quizás el ejercicio de la presidencia le dé el marco y los recursos para desplegar un liderazgo positivo, porque el nuevo presidente necesita poder “ordenar” el comportamiento tanto de sus subordinados como, a partir de allí, del resto de la política argentina. Esto sería positivo, porque la alternativa sería un desorden mayúsculo que pondría en serio riesgo la gobernabilidad y una mínima eficacia de la dominación estatal.

    En cuanto al gabinete que finalmente ha nominado, es una mezcla de allegados sin experiencia política (Jefatura de Gabinete, Cancillería, Capital Humano, Justicia), de allegados con algo de experiencia (Interior, Infraestructura) y de ministros de otros partidos (Economía, Seguridad, Defensa, Salud) cooptados a título individual. Y una distribución similar se encuentra en otras líneas importantes de la administración, aunque en esos otros casos se suman varios peronistas que responden al exgobernador de la provincia de Córdoba Juan Schiaretti, y hasta massistas y exkirchneristas que continúan en sus mismos cargos o en puestos similares. Es decir, hasta ahora el gobierno es un conjunto de personas con poca estructuración; no es una coalición ni un equipo. Es cierto que los primeros gabinetes no suelen ser los definitivos, pero lo que llama la atención es que cuando, como en este caso, no hay partidos ni orden en las ideas, el rumbo del gobierno depende mucho de los nombres. Y en las semanas previas a la asunción, hubo una danza inédita de nombramientos y desnombramientos, nominaciones y cancelaciones varias de personas que se anunciaron y luego se desmintieron para diferentes cargos, por lo que el rumbo del gobierno iba cambiando cada 48 horas. Por ejemplo, la tardía designación de Luis Caputo y sus colaboradores en el Ministerio de Economía es un claro indicio de que la dolarización, que ha sido la principal promesa de campaña de Milei, no tendrá lugar, al menos por ahora. Habrá que tener paciencia para ver si el presidente logra imponer un rumbo definido, o si su administración estará segmentada en diversos compartimentos con diferentes grados de coordinación y autonomía.

    Por otro lado, Milei es refractario a la política tal como la conocemos. Quizás sea esa aversión la que lo empujó a quebrar la tradición que establece que el día que asume, el presidente da un discurso ante la Asamblea Legislativa (reunión de ambas cámaras del Congreso: Diputados y Senadores), que es la representación política completa del país. Milei prefirió dar un discurso de espaldas a un Congreso cuyo apoyo necesita como el agua para sobrevivir en el cargo, y de frente solo a sus propios partidarios (que por cierto no lo distrajeron de la lectura como podrían haberlo hecho unos legisladores bastante poco profesionales). El discurso fue básicamente una denuncia del calamitoso estado de la economía que recibe, para justificar luego que no hay alternativa a su ajuste, ni tiempo para discutirlo. Sin ninguna mención a la institucionalidad democrática, sin un modelo de sociedad que incluya o convoque, ni planes prospectivos, el discurso aspiró a crear un nuevo relato fundacional que dice, una vez más, cambiar la historia del país. A pesar de algunas menciones a presidentes fundadores y citas a autores liberales, fue un típico discurso populista que divide las aguas entre el bien y el mal (pero esta vez, de derecha).

    Se abren demasiadas preguntas, porque como presidente, Milei es todavía un signo de interrogación y el devenir de la Argentina es aún indescifrable.

    * Politólogo, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires