La Daisy uruguaya

La Daisy uruguaya

La columna de Facundo Ponce de León

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Nº 2201 - 24 al 30 de Noviembre de 2022

Daisy Tourné ya no estaba en la cresta de la ola. Supo retirarse a tiempo de la luz de lo público. El anuncio de su muerte, el sábado 19, debe haber sido para muchos un recordatorio de que aún estaba viva. La última noticia que la tuvo en portada fue en abril de 2020, cuando anunció su salida del Parido Socialista, donde estuvo afiliada más de 40 años. Luego de eso, retirada, enfermedad y silencio.

La conocí personalmente en setiembre de 2007, en el marco de una entrevista en profunidad sobre su figura. Hacía seis meses había asumido como ministra del Interior, primera mujer en la historia en ocupar ese cargo. Nosotros hacíamos un programa televisivo que se llamaba Vidas, que había sido sobre personas anónimas en los años anteriores y en 2007 lo realizamos con figuras públicas. Daisy Tourné fue de los primeros rodajes. A 15 años de aquel encuentro, algunos fragmentos tienen vigencia política. Otros son reflexiones generales que valen para cualquier circunstancia. Pero sobre todo hay una “uruguayidad” en la historia que merece subrayarse.

Para empezar, una familia que se muda del interior a Montevideo. En este caso, para poder vivir en paz una relación de amor donde ella (María Obdulia Valdez) era 11 años mayor que él (Pedro César Tourné). Vinieron a la capital, se casaron y tuvieron una única hija: Daisy. Él era visitador médico y ella maestra particular. Ambos venían de familias vinculadas al Partido Nacional, sobre todo Pedro César, cuyo hermano era Uruguay Tourné, figura relevante del herrerismo (edil, diputado, senador, candidato a la Intendencia de Montevideo y a la vicepresidencia con Carlos Julio Pereyra en 1989. Hoy tiene 93 años).

Como en tantas familias, Daisy rompió la lógica y desde adolescente se inclinó por la izquierda socialista y el proyecto del Frente Amplio. Siempre se lo permitieron y respetaron. Siempre lo discutieron y eso nunca puso en jaque a la familia. Hoy, que la discusión se va polarizando, recordar que la historia de tantos compatriotas es, como la de Daisy, una mezcla de trayectorias políticas y vitales, ayuda a entender que la tensión es sana pero la idea de enemigos es un peligro. Por cada declaración o posteo infame, denigrante y polarizante, hay que encontrar historias como las de la familia Tourné. Hay muchas.

Lo primero que hizo Daisy al asumir la banca en 1995 como miembro del Frente Amplio, fue escribirle una carta a su tío blanco como hueso de bagual que decía: “Me gustaría que nuestro apellido siga teniendo la dignidad y la honestidad que hasta entonces ha tenido por tu trabajo”. Cuando le pregunté sobre cómo transcurrió la relación con su tío a lo largo de los años, me respondió con ese pudor tan uruguayo de mantener cosas en la intimidad. “Me aconseja mucho a pesar de pensar cosas diferentes, no son consejos sobre ideas sino sobre modos de hacer política, que prefiero mantener entre él y yo”.

La misma privacidad mantuvo cuando le pregunté sobre su matrimonio con Lalo Fernández y su maternidad que nunca se concretó. “No se dio, y bueno, todo no se puede en la vida”, fue su reflexión sin entrar en detalles. Hoy, que parece que la clave es la transparencia y desnudar todo, la figura de Daisy Tourné es un buen ejemplo de ser espontánea sin que eso suponga estar constantemente revelando la vida privada. Ella era genuina y justamente por eso sentía que no había que estar explicando todo el tiempo todo.

Otra cosa en la que era muy uruguaya era la actitud crítica, respecto a sí misma, a su partido y a las ideas en general. A los siete meses de asumir el Ministerio del Interior, le pregunté si había tenido algún cambio en su visión y declaró: “He aprendido que esta casa está llena de pueblo. Para la izquierda, a veces el pueblo termina en el uniforme de alguien. Es un gravísimo error. Acá está lleno de hombres y mujeres humildes que trabajan y se sacrifican. (…) He aprendido a valorar ciertos códigos que antes no entendía mucho (...). Valorar la verticalidad y la disciplina imprescindible para una buena gestión en materia de seguridad, sin que eso sea autoritarismo ni destrato”. Hoy, que parece un valor no dudar, saber o hacer qué se sabe, es interesante una declaración tan significativa de una jerarca de primera línea que reconoce un prejuicio.

Con respecto al desafío de la seguridad que afrontaba, su reflexión se centró en tres ejes que siguen vigentes: en primer lugar, los casos de corrupción que minan la confianza en las instituciones públicas y en la clase política; en segundo lugar, la sociedad posmoderna con su individualismo narcisista y consumista; en tercer lugar, el peligro de proyectar sobre la juventud modelos inalcanzables de éxito, fama y dinero que tienen el efecto de generar frustración y resentimiento sin contención. Esa madeja, creía Daisy, hace que la violencia se instaure y que el miedo se contagie en la sociedad. Nos hemos movido poco de ese embrollo, al que hay que sumar la llegada de bandas de narcotráfico.

Cambiar los uniformes, mejorar salarios, trabajar sobre una imagen más positiva de la policía en la sociedad, fueron algunos de los logros de su pasaje por el ministerio que tuvo poca incidencia en el cambio estructural de delitos, rapiñas y homicidios. Nueve años después de abandonar el ministerio, desde su puesto de senadora de la República, concedió a Búsqueda una entrevista donde abordó el asunto. Allí declaró: “Estamos en un juego político para ver quién es más crack y la gente está sintiendo que no hay contención hacia sus necesidades. Eso es grave. Ha habido muchos avances en la profesionalización de la Policía, pero el problema es que el sistema político y en todas las instituciones, se sigue muy apegado a lo que llamo ‘el policiamiento de la seguridad’. En el sentido de que la seguridad es una herramienta exclusivamente de la Policía y ahí es donde le erramos al bizcochazo. Está faltando la parte social: la continencia a la gente”.

Más adelante, en la misma entrevista, con respecto a la responsabilidad específica del Frente Amplio en la cuestión, apuntó a un asunto que vale para cualquier fuerza política que esté gobernando: “Estamos en un internismo del poder. Estamos muy distraídos. Nos focalizamos en quién va a estar acá, quién va para allá, cuántos tenemos en este lado, cuántos en el otro… Los temas importantes no los amasamos profundamente y después tenemos una ciudadanía que demanda. Cuando te ocupás todo el tiempo en el internismo y los problemas de poder, elaborás poco. Y tenés pocas respuestas para dar”.

Volviendo al programa televisivo de 2007, ya en su casa luego de una larga jornada, le pregunté sobre el rumor creciente de que sería candidata a presidente de la República en la elección de 2009. Uno se olvida, pero el rumor era fuerte por aquel entonces. “¿Sabés qué? Me molesta. Porque yo creo que si este gobierno se preocupa de lo que se tiene que preocupar, que es su gestión, en hacer las cosas bien, el candidato va a andar. Ahora, si empezamos ahora con la pavada de mirarnos el ombligo y decir que yo tengo unas cualidades bárbaras o que aquel tiene una ambición, perdimos el rumbo de lo que hay que hacer, que es laburar”. Su respuesta, que tanto se aplica a la realidad de este tiempo, con otro partido al frente del gobierno, es una advertencia para salvaguardar lo mejor de nuestra tradición cívica.