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En cualquier país del así llamado “primer mundo”, si sus ingenieros diseñan un innovador sistema de drenaje, sus bioquímicos descubren la bacteria que provoca el pie plano —y su correspondiente cura— y si sus artistas logran premios en la Bienal de Venecia, los que presentan sus logros a la opinión pública local y mundial son los ingenieros, los bioquímicos y los artistas.
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En ese vasto y significativo territorio, no hay más perro que el chocolate, ni más tigre que Vladimir.
Él se baña apenas vestido con una sunga roja, en pleno invierno, en las heladas aguas del Río Neva; derrota en una lucha libre a brazo partido a un oso pardo de Siberia; gana, gracias a su visión anticipada del futuro, cien millones de rublos en el Cinkoski de Orovich de la Banka de Kinielovka de Moscú y se los dona en su totalidad a las ancianas discapacitadas de Chernobyl; y le gana las elecciones y los plebiscitos a Medvedev, a Lenin, a Stalin, a Gorbachov y a todos los que rajen, consolidando así su período de gobierno hasta el 2166, por una aplastante mayoría de 99% de los votos válidos, y el 1% anulados.
Y no se discute nada, ¿ta?
Entonces no debe sorprendernos cuando unos tan desconocidos como geniales científicos rusos descubren la vacuna que cura el coronavirus, el mundo se conmueve ante tanto progreso de la ciencia… y ¿quién va a dar la noticia?
El mismísimo Putin.
El mundo, la opinión pública planetaria, es decir, todos nosotros, asistimos absortos y tetanizados a este anuncio que conmovió desde las raíces al universo de la ciencia y la investigación, realizado desde su escritorio en el Kremlin por el hombre (más) fuerte de todas las Rusias.
Ya medio repuestos del impresionante shock informativo, hubo algunas tímidas voces que, no digamos que se alzaron, pero que susurraron desde sus laboratorios y sus túnicas blancas que nunca se habían publicado en ninguna revista arbitrada por la ciencia mayor (el Lancet, no el Billiken; The Scientist, no el Rico Tipo) los avances de tan magno avance.
Se supo sí que Putin había dictado un ukase unas semanas atrás en el que se establecía que quedaban anuladas las fases 1, 2, 3 y 4 de la investigación de la vacuna contra el Covid-19, por considerarlas innecesarias y superficiales. En el mismo texto se aprobaba (y se recomendaba) que los ensayos en “voluntarios” humanos se llevaran a cabo en la vecina y hermana Bielorrusia, en los campamentos de los disidentes de Lukashenko (quien, dicho sea de paso, acaba de ganar en forma aplastante las elecciones en su país, con un extraordinario apoyo del 118% de los votos emitidos). Putin, en su ukase, agradece a Lukashenko su generoso ofrecimiento, y le asegura que le devolverá los cadáveres de los “voluntarios” que no hubieran reaccionado favorablemente a la inoculación de la vacuna, que hasta el momento ascienden a un 93% de los bielorrusos que participaron con entusiasmo en dichos experimentos.
Se comenta asimismo (en Rusia no se puede decir que “se sabe asimismo”) que otros de los experimentos en seres humanos se llevaron a cabo en Siberia, en unos centros de detención de opositores a Putin y a su gobierno, con un resultado aún incierto acerca de los efectos secundarios que produciría la famosa vacuna. Se supo sí que en una clínica de la capital siberiana fueron ingresados unos pacientes masculinos que presentaban un tórax con tres senos, y unas mujeres que habían desarrollado genitales masculinos de proporciones desconcertantes, los cuales vienen siendo investigados. Por otra parte, se informó desde la capital Novosibirsk que los centros de detención de opositores al régimen estaban exhibiendo un 75% de vacantes, debido a la desaparición misteriosa de cientos de sus ocupantes.
El periódico clandestino Komsomolskaia Antiputina publica en su última edición (buena parte de la cual fue requisada por fuerzas del orden) que desde el trágico episodio de Chernobyl no se registraban en Rusia fenómenos de malformaciones y alteraciones genéticas como las que estaban apareciendo en Siberia coincidentemente con el anuncio de la vacuna.
La oposición mexicana ha resaltado en estos días una gran expectativa de renovación política presidencial, desde que el controvertido presidente Andrés Manuel López Obrador manifestó públicamente estar dispuesto a ser el primer mandatario mundial que se ofreciera para ser vacunado con la cepa rusa. “¡Híjole que estimulamos a AMLO a probar la pinche vacunita de don Vladimir, que seguramente nos hará mucho bien a todos!”, ha titulado el periódico de Tamaulipas La Voz de la Esperanza, notoriamente opositor al gobierno azteca.
En otras partes del mundo se especula con estas experiencias piloto de la vacuna que los hackers rusos les sustrajeron a los investigadores británicos, que siguen haciendo experiencias en Oxford, pero que no se animan ni ahí a anunciar para cuándo estará pronta. Los pragmáticos científicos rusos se conformaron con lo que los hackers de Putin habían filtrado, y por eso lanzaron la de ellos para ponerle de nombre “Sputnik V”, y sacudirle la camiseta al mundo demostrando que no solo en el espacio son los pioneros.
En el Uruguay, científicos de Cabildo Abierto han sugerido que Uruguay adquiera algunos cientos de dosis de la vacuna rusa para administrársela a un grupo de jueces y fiscales que ellos elegirían para demostrarle al mundo que también en este país estamos a la vanguardia de la cura del virus maldito.
“Estamos seguros de que los magistrados uruguayos se prestarían a demostrar las bondades de este avance de la ciencia, dando pruebas de su generosidad y desprendimiento, procurando así que el coronavirus desaparezca del Uruguay antes que en el resto del mundo” declaró a la prensa el Dr. Camelio Dromedesch, investigador científico y familiar de uno de los líderes del nuevo partido político integrante de la Coalición Multicolor. “Y por qué no también inoculársela a patriotas hombres de ciencia como el Dr. Tabaré Vázquez, o populares caudillos políticos como el expresidente Mujica, que con este gesto demostrarían una vez más su amor a la patria”, concluyó.
Pero no es seguro que les lleven el apunte, como en tantos casos anteriores.