Nº 2242 - 14 al 20 de Setiembre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Amo y admiro a Maurras, esta es una de las principales riquezas de mi vida”, escribió Maurice Barrès, uno de los pensadores más ingentes del nacionalismo francés de la segunda mitad del siglo XIX y personalidad de fuerte protagonismo en el debate político que enfrentó las formulaciones partidocráticas de todos los signos con los principios y deberes de la tradición. Añadió Barrès, refiriéndose a su amigo: “Nuestro acuerdo, cuando es posible, es infinitamente productivo; de nada sirven nuestras diferencias”. Barrés reconoce a Maurras como el primer violín de la orquesta, “sin él Francia sería diferente”. Barrès tuvo la precaución de morir antes de muchas infamias y fue reconocido enseguida. Pero el contenido de la gratitud intelectual varió después de la Segunda Guerra Mundial. El difunto Barrès siguió siendo un “notable”: se agregó su retrato en un sello postal, se levantaron monumentos, hubo calles con su nombre en el centenario de su nacimiento. A Maurras, en cambio, se le tenía reservado el infierno y la injusticia; fue declarado culpable de “colaborar con el enemigo” durante la ocupación nazi y condenado a cadena perpetua; fue expulsado de la Academia y se convirtió en un “no-rostro” para la Francia oficial: no podía esperar monumentos, calles o sellos. Pero sus nombres siguen estando uno al lado del otro en la buena memoria y en los libros de Henri Massis (Barrès et nous, 1962, y Maurras et son temps, 1961).
Barrès y Maurras fueron los principales intelectuales nacionalistas de Francia, cuya opinión y autoridad no podían ser ignoradas ni siquiera por enemigos jurados. Las ideas y los libros de ambos sobrevivieron a sus creadores durante mucho tiempo y siguen siendo, si no en su totalidad, el fenómeno actual de la literatura y la política, en contraste con las ideas y los libros de Paul Déroulède o Léon Daudet, de la misma estirpe. La Academia no restauró a Maurras entre los “inmortales”, pero el olvido no lo amenaza. Un hombre está vivo mientras es recordado. En la vida de ambos, dice Massis, “la política y la literatura eran inseparables, se combinaban y se complementaban”. Los méritos del novelista Barrès en el campo de las bellas letras son más significativos que los del poeta y cuentista Maurras; los ensayos y escritos de viaje de ambos se encuentran entre los mejores ejemplos de estos géneros populares en Francia. En el periodismo político eran los pilares del nacionalismo francés: autoritario-bonapartista (Barrès) y conservador-monárquico (Maurras). Bajo sus temibles plumas se agitaron polémicas que encendieron furores, pero que también obligaron a dar varios giros a las rutinas en las que a menudo se encerraban los partidos políticos, las sectas culturales, los pasillos de las academias y los oscuros sótanos de los parlamentos.
Estuvieron juntos en la defensa de Francia pero distantes en la mirada histórica. Maurras rechazaba categóricamente todo lo relacionado con la revolución, que, como le gustaba decir, “se atreven a llamarla ‘francesa’” y es “grande” solo en cuanto a la escala de los desastres que le acarrean. Barrès apreció la revolución, “incluso los terribles matones del 93, no sus hechos, sino su impulso”, escribió. Y lo más importante: se negó a considerarlos emparentados con los que llamaba “demagogos impenitentes de su tiempo”, refiriéndose a políticos como George Clemenceau y Jean Jaurès. También diferían en su evaluación de Napoleón. Maurras lo descartó como un “hijo de la revolución”, como el creador de un Estado burocrático centralizado que destruyó las provincias históricas y como la encarnación del “despotismo administrativo”. Nieto de un oficial del Gran Ejército, Barrès veneraba al general como un gran estadista y comandante y lo elogiaba románticamente como un “maestro de energía”.
En un artículo de 1893 dijo: “El estudio y comprensión de Bonaparte es una gran escuela. No se trata de conclusiones políticas, sino de ilustración (…). Convertidos en leyenda, los grandes personajes nutren nuestra voluntad. Y ahora debe reconocerse que la raza francesa carece precisamente de voluntad”.
Distintos en origen y destino, ambos pensadores supieron animar con ideas viejas y nuevas, pero creativamente sostenidas, la confusión y la atonía de la política francesa en un tiempo en el que el mito del voto universal desfiguraba los verdaderos fines y deberes del ciudadano.