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Hay una obra que enfrenta dos figuras enormes. Una es más recta que la otra, de líneas más duras. Parece un rectángulo recortado en un extremo aunque sus líneas tienen una pequeña inclinación. En uno de sus lados hay un listón fino de madera que ocupa una línea larga en el vacío, donde ahora hay vacío y antes la continuación del plano. Es una imagen oscura, limpia, pura geometría. A su lado, otra forma casi pegada, con otro listón claro, más ancho en la línea de encuentro entre las dos superficies. A diferencia de la anterior, tiene una curva, la firmeza de la línea recta se diluye en la suavidad de la redondez. Esta imagen parece una cabeza de perfil, pero solo parece, seguramente no sea nada más que una forma, una superficie sin referencias, sin ningún tipo de similitud con la realidad, supuesta y siempre discutible realidad.
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Aunque parezca difícil describirlo, es una obra simple, vital, bellísima. Es la belleza de las formas en estado puro. Es la belleza de la geometría en un grado extremo, cuando la geometría se convierte en estructura, en composición, plana, sin variaciones complicadas, sin colores fuertes. Es un cuadro o una escultura que apenas sobresale de la pared. No importa que sea en un tono oscuro. Causa la impresión de algo vivo, que conmueve y algo modifica en el proceso de comprensión del espectador.
“Mire, usted disculpe, pero tiene que ver la exposición de la sala 5”. El comentario se lo hace el periodista de Búsqueda a Ricardo Ehrlich, ministro de Educación y Cultura, que esa tarde de domingo disfruta la monumental exposición de Rafael Barradas en la planta baja del edificio. Recién abrió el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) y ya hay un grupo de personas deambulando ante las imágenes del gran maestro. El encuentro con el ministro es gratificante. Deja la sensación de un país apacible, de convivencia amable, sin estruendos, donde todavía queda algo de aquel país de presidentes caminando sin custodia por la calle. Por lo menos, un jerarca de gobierno en una gran exposición, con quien se puede hablar sin necesidad de reconocimientos mutuos ni presentaciones. No sabe (ni sabrá) quién es su interlocutor pero lo saluda amablemente. “Sí, claro. Ahora voy para allí, es un gran artista”.
El artista es Juan de Andrés (Cerro Largo, 1941) y la exposición, una de las más interesantes que pueden verse en este momento en Montevideo. Más de 30 obras cuelgan de las paredes de la enorme sala, obras constructivas, de enorme potencia creadora. El artista fue alumno de Carlos Llanos (1930) y Day Man Antúnez (1917-1992), coterráneos e integrantes del Taller Torres García. De esa línea emerge a principios de los 60 y se ubica en la ruta del constructivismo abstracto, pero lejos del “torresgarcianismo” más ortodoxo. Construye algunos murales en el interior, pinta, enseña dibujo en Secundaria. En los 70 se va a vivir a España, donde desarrolla su trabajo, desde la construcción de esculturas monumentales hasta cuadros de notable radicalismo geométrico. Volvió a Uruguay hace un par de años. Es el momento y la oportunidad de conocerlo y reconocer en él a uno de los grandes artistas contemporáneos, recostado a una línea de renovación y búsqueda personal de logros evidentes que incluye un núcleo fundamental de nombres. Uno se para frente a sus obras, a esa sala repleta de formas, texturas y tonos terrestres, plenos, opacos en muchos casos o con cauta claridad en otros, y se conecta con algo indefinible.
Lo notable es que la conexión es emocional. “La emoción del ángulo”, escribió Barradas. No hay casualidades en el mundo del arte, hay un juego interminable de conexiones, aunque uno no las vea o sea difícil de percibir. En este caso, se impone la estructura física contemporánea que uno puede detectar en cualquier construcción cotidiana, desde una puerta a una calle, a los miles de edificios que emergen todos los días de la nada.
Es así la muestra de este artista. Hay que reconocerlo en la síntesis, en el punto donde queda lo esencial de la vida, incluso de la figura humana. Todo es forma y esencialmente, todo es línea recta, ángulo, curva, planos sobre planos. Es una manera de ver el arte, despojando todo accesorio, todo dato o rasgo, cualquier resto de paisaje. La muestra es una combinación exuberante de estructuras, de construcciones en madera, telas pintadas, marcos desajustados, alguna caja con objetos dentro, visibles, guardados pero deslizados, con formas que descansan dentro de otras formas, en cavidades que permiten sugerir dimensiones posibles, el paso a otros planos menos evidentes. De allí, de esa exactitud de medidas y formas, surge la belleza, explota, invade el espacio y la luz.
La obra descripta más arriba está en el centro de la exposición. Tiene algo especial que la diferencia del resto. Tiene título. El autor la llamó “Encuentro” cuando a la mayoría de sus trabajos simplemente les acota letras y números. Es cautivante y parece un eje desde el cual observar el resto. Hagan la prueba.
Juan De Andrés. Obra, 1982-2013. En el MNAV del Parque Rodó. De martes a domingos de 14 a 19 hs. Hasta el 23 de junio.