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Hace pocos días sucedió una reunión inesperada. Para presentar su flamante disco “Music Adventure”, el bajista y compositor Francisco Fattoruso organizó una cruzada ambiciosa: convocó a sus dos bandas, la argentina y la uruguaya, para tocar en El Galpón. El comunicado de prensa difundido en los días previos traía, como si nada, un nombre rompeojos: Thomas Pridgen.
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Seguramente no signifique nada para el 99 % de los lectores ni para la mayoría de los melómanos uruguayos, pero sí para los 400 que lo conocieron y lo disfrutaron el viernes 22 en la sala Campodónico, y especialmente para los cuarenta y pico de músicos que bajaron el sábado 23 al sótano de Paullier y Guaná a presenciar su clínica de una hora y media, justo en el día que cumplió 30 años.
Pridgen es un baterista estadounidense, de San Francisco, que entre 2007 y 2009 formó parte de The Mars Volta, banda de El Paso, Texas, disuelta este año y referencia obligatoria del rock progresivo contemporáneo. Actualmente lidera The Memorials, su proyecto personal junto a su pareja, la cantante de jazz Viveca Hawkings, quien lo acompañó en su estadía montevideana y cantó un par de temas en El Galpón.
Después de grabar su nuevo disco de jazz-rock con influencias familiares, africanas y brasileñas, Fattoruso tenía un problema: ninguno de los seis bateristas americanos que grabaron en su disco podía venir. Y tuvo una corazonada: a través de un músico que conoció en Atlanta, ciudad donde tocó durante cinco años, consiguió el correo electrónico de Pridgen, a quien no conocía personalmente. Adjuntó audios y links de video con su música y lo invitó a tocar en Montevideo. Así de simple. “Es muy bueno y lo que hace me gusta mucho. ¿Por qué no habría de tocar con él?”, diría Pridgen en su clínica, en la que contó y tocó su historia musical.
Cinco años atrás, cuando The Mars Volta estuvo en Buenos Aires un rato antes de R.E.M., los veinte mil presentes quedamos con la mandíbula en las rodillas por el prodigio negro que castigaba los parches con violencia inusitada pero con precisión milimétrica.
La misma postal, frenética y alucinante se repitió en el escenario galponero. Con sus facciones prácticamente invisibles por la espesura de sus crenchas, su hipnótica danza sobre la banqueta magnetizó las miradas. Cuando se cuelga, su rostro dibuja una plácida sonrisa, y como aquella vez, lo único que se pudo divisar con nitidez fue su blanquísima dentadura.
Durante el concierto, con dos baterías sobre la tarima, los bateros uruguayos y argentinos que tocan habitualmente con Fattoruso se turnaron, ansiosos, para tocar con Pridgen, quien además compartió un solo memorable con Hugo Fattoruso al piano. El moreno se entreveró como uno más en el grupo, compartió cervezas en la vereda, firmó autógrafos hasta el calambre y aseguró que le encantaría volver el año que viene con The Memorials. Ya lo estamos esperando.