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    La currícula de nuestros líderes políticos

    N° 2010 - 28 de Febrero al 06 de Marzo de 2019

    , regenerado3

    El necesario debate sobre la currícula de nuestros líderes políticos entró —lamentablemente— por la banderola del baño chico y no por la puerta principal, gracias a los comentarios pueriles de los ministros María Julia Muñoz y Ernesto Murro sobre el currículum del senador Luis Lacalle Pou. Pero, aun así, es bueno que el debate esté sobre la mesa.

    Para ser un buen gobernante, ¿es necesario trasladarse en ómnibus? ¿Es necesario ser pobre para entender la pobreza? ¿Alguien que nunca “marcó tarjeta” podrá ejercer el poder con eficacia? ¿Y el que no tiene un título universitario tendrá la lucidez necesaria para tomar decisiones complejas? ¿Y el que asesinó a sangre fría en el pasado puede ofrecer un gobierno en paz en el futuro? En definitiva… ¿qué antecedentes y cualidades deberían tener nuestros líderes políticos para conducir a buen puerto la cosa pública?

    “Hablar lindo” parece ser una de las cualidades más apreciadas por los votantes. No importa si lo que dicen tiene sentido, fundamentos o coherencia. Lo importante es que suene bien. Es que resulta más fácil vender promesas que realidades. La promesa siempre es dulce, mientras que la realidad muchas veces es amarga. Y nadie compra amarguras.

    Tampoco el votante analiza demasiado los antecedentes curriculares de los candidatos como para determinar si son capaces de ejecutar lo prometido. Parece que cualquiera que manifieste tener buenas intenciones está preparado para gestionar personas y millones. Pero no es así.

    Cuando un inepto está al frente de una repartición pública, puede causar mucho daño al erario y a la sociedad toda. La gestión de Sendic en Ancap, los desastres de Pluna y Alas-U, o los malos resultados que tienen varias intendencias hablan a las claras que administrar bien no es para cualquiera.

    Esto lo entendieron en Nueva Zelanda hace treinta años, cuando aprobaron leyes para establecer los criterios de selección y evaluación del desempeño de los jerarcas públicos. Cada organismo nombra un CEO (chief executive officer), que es el responsable de ejecutar las directivas establecidas por la clase política, a quienes evalúan por el cumplimiento de metas y por competencias actitudinales. Si las logran, cobran premios; si no lo hacen, los despiden. Igual que en la actividad privada. ¿Por qué debería ser diferente?

    En Uruguay, hay indicios de que la gente está empezando a comprender la necesidad de contar con personas idóneas para gestionar. El Partido de la Gente hizo algo muy innovador: realizó un proceso de selección de candidatos a intendente con empresas seleccionadoras de personal que buscan antecedentes y cualidades adecuadas entre los postulantes.

    Además, el hecho de que Edgardo Novick, Juan Sartori y recientemente Washington Corallo (expresidente de la Cámara de Industrias) se postulen en sus partidos muestra que la población parece darle una oportunidad a individuos con experiencia empresarial probada y no solo a los militantes que calentaron sillas de plástico en el comité de base.

    El gran desafío de la democracia es que las masas estén dispuestas a elegir a personas que no posean sus mismas cualidades, sino superiores. De lo contrario, los ignorantes querrán que sea otro ignorante quien los represente en las diferentes estructuras de gobierno. Y con ignorantes, inexperientes o improvisados no se llega a ningún buen lugar.

    Por eso es muy bueno que los uruguayos le exijan a los políticos un currículum con antecedentes de idoneidad, experiencia y probidad, tal como se lo exigen al médico, al electricista o al gerente, con quienes transan a diario. ¡No discriminen! ¡Exíjanles a todos por igual!