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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSegún el Índice de Democracias de The Economist, Uruguay es una de las 20 democracias plenas en el mundo. La jornada del domingo vuelve a confirmarlo, aunque no constituya una gran primicia, ya que la celebración de elecciones nacionales transparentes es un examen de democracia que Uruguay salva con muy buena nota desde hace tiempo. Pero si los partidos de la oposición coaligados ponen a Lacalle Pou en el sillón presidencial el próximo 1º de marzo, Uruguay tendrá que rendir otro examen algo más exigente para seguir ocupando el lugar de privilegio que sus instituciones se han ganado en el concierto internacional.
Me refiero a que la coalición de gobierno, pese a perder las mayorías ostentadas durante 15 años, retuvo un 40% de votos. Sigue siendo mucho y sigue siendo un fenómeno electoral envidiable para cualquier fuerza política. Dentro de ese enorme 40%, hay por lo menos un 60% de partidos y movimientos de izquierda que adhieren y desarrollan una estrategia leninista para la acumulación de poder. Para ellos, abandonar el Poder Ejecutivo y no poder maniatar desde el Legislativo la acción del nuevo gobierno, constituirá un enorme retroceso. No conciben este fenómeno como una sana alternancia de los partidos en el poder, lo conciben como un retroceso de la historia.
El manual leninista prescribe para estas coyunturas, volver a la agitación permanente para crear las condiciones subjetivas de la insurrección. Este postulado posicionado en el Uruguay de hoy, ha mutado hacia el de crear a cualquier precio las condiciones subjetivas de una insurrección o cuando menos, de una nuevo triunfo electoral, que ponga nuevamente a la historia en el camino correcto. Las garantías institucionales que sirvieron para gobernar pacíficamente durante 15 años, con una oposición minoritaria y genuinamente democrática, deben servir ahora para impedir que las fuerzas en el gobierno concreten los cambios que están en sus programas y que, a partir de un eventual triunfo el 24 de noviembre, constituirán un mandato de la ciudadanía. La izquierda uruguaya (la de filiación leninista y sus aliados) no solo cuenta con el 40% de la opinión pública, cuenta con el poder sindical y un sinfín de organizaciones sociales proclives a librar nuevas batallas.
“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, decía José Martí en referencia a otras realidades, hoy muy lejanas; y es allí que aplicando esta expresión a la izquierda uruguaya, se me plantean algunas incógnitas. ¿Qué actitud adoptarán? ¿Ejercerán sus derechos dentro del marco legal? ¿O harán evolucionar sus protestas hasta extremos que linden en lo ilegítimo? ¿Manifestarán en paz o abrirán el juego y encenderán el fuego, para que extremistas dispuestos a todo vayan a la búsqueda de represiones que cobren nuevas víctimas que a la postre enriquecerán el martirologio? ¿El estrepitoso fracaso de sus utopías les habrá permitido comprender, aunque sea de manera oblicua, que esas víctimas además de ser en sí una tragedia humana (amén de las pérdidas materiales) son también una tragedia inútil y contraproducente? En suma: ¿con semejante mapa político, podrá la democracia uruguaya salvar este nuevo examen?
Juan Pedro Arocena
CI 1.246.439-7