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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn un asado con amigos comentábamos días atrás lo positivo de que tras la Misa por el Día del Ejército, este año no hubo revuelos laicistas de ningún tipo. Cuando parecía que los ánimos jacobinos empezaban a calmarse tras la negativa de instalar la imagen de la Virgen en la rambla, me topé con un artículo del Sr. Francisco Faig publicado en “La Democracia”, titulado “Blancos y católicos”, en el que sostiene una serie de cosas que, al menos a mí, me parecen erróneas, cuando no directamente falsas.
Para empezar, el autor de la nota sostiene que la instalación o no de una Virgen en la rambla “no iba a cambiar absolutamente nada a la libertad de cultos que existe en el país”. A mí, que me defino “blanco desde la concepción y católico desde el bautismo”, la instalación de la imagen no cambia mi fe en Dios ni mi devoción a María. Pero cuando veo que hay discriminación, pues mientras se admite la presencia de Iemanjá, de Confucio y del coreano, se niega la presencia de María, me parece obvio que algo ha cambiado: en Uruguay a partir del 11 de mayo de 2017, los católicos tenemos un grado menos de libertad para manifestar nuestra fe…
El articulista muestra también su molestia porque en el tema de la Virgen, como en el del aborto y el del “matrimonio” igualitario, hubo muchos blancos que —en representación de las grandes mayorías partidariasi— argumentaron y votaron en la línea de lo que dice la Iglesia católica. Lo que olvida, es que la Iglesia católica es la principal defensora de la ley y el Derecho Natural. Y que nuestra Constitución es de clara filiación jusnaturalista. Por tanto, quien defiende el Derecho Natural, sea cual sea su religión o irreligión, estará siempre de acuerdo con dos cosas: con la Iglesia católica y con la Constitución de la República.
Más adelante, se afirma que “cuando uno es representante político lo que representa es a la ciudadanía en una lógica política. (…) Cuando uno hace política, entonces, no debe privilegiar sus convicciones personales- religiosas como principal argumento político”.
Dicha argumentación equivale a solicitarle a un diplomático uruguayo que integra el Consejo de Seguridad de la ONU que se centre en los problemas internacionales que se tratan en la asamblea, olvidando por completo a qué país y a qué continente pertenece… Lo cual sería un error porque a nadie se le puede exigir que deje sus convicciones filosóficas más profundas en la puerta del Parlamento, como si se tratara de un paraguas. Ni al librepensador, que actuará como tal, ni al católico, que también actuará como tal.
Ser católico, no significa —solamente— creer en Dios y en lo que la Iglesia dice, por el solo hecho de que la Iglesia lo dice. Ser católico significa, entre otras cosas, tener una peculiar concepción antropológica, de la que se sigue una peculiar concepción de la sociedad, del gobierno, de las instituciones. Del Derecho Natural que, reiteramos, inspira nuestra Constitución. Ello no significa que exista “una única solución católica” para todos los problemas de la sociedad. Lo que significa es que a partir de ciertos principios y criterios fundamentales no negociables se pueden encontrar cientos de soluciones posibles.
Del mismo modo, un librepensador podrá tener su peculiar concepción de la persona, del valor de la dignidad humana y de la sociedad en su conjunto. Lo que tradicionalmente hemos hecho los blancos católicos, en estos casos, es contraponer nuestros argumentos a los argumentos de quienes no piensan como nosotros. Pero jamás hemos tenido el atrevimiento y la osadía de exigirles a los relativistas que dejen su condición de tales en la puerta del Parlamento. No en Uruguay. No los blancos católicos.
¿Por qué? Porque “lo político”, está influido tanto por una concepción filosófica relativista, cuando el político fue formado en esa escuela, como por una concepción filosófica realista, cuando el político fue formado en esa otra escuela. No existen políticos formados en una “escuela neutra”, ya que la neutralidad es, en sí misma, una toma de posición política. Es falso que haya una confrontación entre lo político por un lado y lo religioso por el otro en las decisiones políticas de un cuerpo legislativo. Lo que hay es una influencia de diversas concepciones filosóficas. Y cada una influye a su manera.
Por ejemplo, alguien que manifiesta estar en contra del “matrimonio” igualitario, puede argumentar que piensa así porque el matrimonio está protegido y amparado por la Constitución de la Repúblicaii en atención a los hijos que de él puedan venir, y no porque exista un “derecho al amor” entre hombre y mujer. El caso de las uniones homosexuales es distinto: no necesitan dicha protección y amparo de la Constitución, pues entre ellos no pueden engendrar hijos. Se podrá estar de acuerdo o no con este argumento, pero jamás se podrá decir que se trata de un argumento religioso.
Además, no debería extrañar que un político blanco católico y un sacerdote católico coincidan en la visión de un problema. En primer lugar, porque hay muchos no católicos que coinciden en estos casos con lo que dice la Iglesia.
Lo que realmente sorprende es que desde un medio blanco se acuse a los legisladores del Partido Nacional de padecer “estupidez colectiva”, por afirmar el concepto de “laicidad positiva”. Y sorprende por dos razones: Primero, porque el concepto “laicidad positiva” no es un invento del Vaticano, ni es un invento reciente de Sturla. Al primero que yo se lo escuché —o se lo leí— en Uruguay fue al diputado Rodrigo Goñi Reyes. Recién después escuché a Sturla usando dicho concepto. Segundo, porque es muy curioso que un politólogo de cierto prestigio no sepa que el término “laicidad positiva” hace años anda en la vuelta. Tras una rápida búsqueda en Google, pude comprobar que Benedicto XVI y Nicolás Sarkozy manejaron ese término durante una visita del Papa a Francia en 2008iii. ¿Será también estúpido el ex presidente de Francia?
En el fondo, parecería que lo que en realidad preocupa al autor de la citada nota, es lo mismo que le preocupa al ex presidente Julio María Sanguinetti (“intentos reiterados de la Iglesia católica por avanzar en terrenos reñidos con nuestro sistema”), y al diputado Chiazzaro (“Hay un empuje de la Iglesia católica y de las Iglesias pentecostales que creo que es malo para el laicismo”). Faig dice en su artículo que la laicidad positiva procura “ganar espacio a la religión católica por doquier”. Todos se refieren a lo mismo: en un país donde supuestamente hay libertad de cultos, a todos les preocupa que la Iglesia se haga visible, que se manifieste públicamente, y sobre todo que crezca. Lo que no queda muy claro es quién le “calcó” a quién la preocupación sobre el “avance”, “empuje”, o el “ganar espacio” de la Iglesia.
Más adelante se alerta sobre el peligro de que el Partido Nacional termine “atado a argumentos de pequeños monaguillos aplicados que repiten como loros la consigna religiosa católica de moda”. Sorprende la empecinada reiteración de insultos a los blancos que están de acuerdo con la laicidad positiva, independientemente de sus ideas religiosas. Pero además es falso que exista tal peligro. No tengo títulos universitarios en politología ni doy clases en universidades, pero ando en la calle y converso con la gente, y de esas charlas surge siempre una constante: lo único que hizo, hace y hará peligrar las posibilidades electorales del Partido Nacional es la pérdida de identidad y de autenticidad, firmemente arraigada en principios y valores hispánicos, anclados en la ley natural. El único peligro de que el Partido Nacional desaparezca radica en renunciar a lo que somos, a lo que siempre fuimos, y a lo que estamos llamados a ser, para convertirnos en un supermercado ideológico donde cada cual pueda tomar de las distintas góndolas lo que mejor le parece. Por supuesto que no somos un partido confesional. Somos un partido abierto a todas las creencias. Somos un partido de hombres libres. Pero ello es consecuencia, en buena parte, de la condición de cristianos de muchos de sus integrantes y de muchos de sus votantes. Basta, para comprobarlo, mirar hacia los costados: colorados y frentistas, que cuentan en sus filas menor porcentaje de católicos que los blancos, recurren con mucha más frecuencia a la “disciplina partidaria” que nosotros…
Cerca del final se sostiene que “es infame a esta altura de la modernidad de Occidente que el blanco y católico privilegie su dimensión de católico para pasar a ser representante político de la Iglesia católica dentro de un partido”. Es curioso que no se haya detectado tal infamia, cuando las mujeres del Partido Nacional decidieron privilegiar su dimensión de mujeres para pasar a ser representantes políticas del feminismo, tanto dentro de su partido, en la Comisión de Género, como en la suprapartidaria “bancada femenina”. Uno esperaría mayor coherencia. En otras palabras, ser católico no es adherir a un club de fútbol. Es algo tan constitutivo del propio ser como ser varón o ser mujer. Y si hay libertad de cultos en este país, entonces debe respetarse que los católicos piensen como católicos y velen por aquellos principios en los que creen, del mismo modo que las mujeres piensan como mujeres y velan por los derechos de las mujeres. Por supuesto que no hay una “bancada católica”. Ni la hay ni debe haberla jamás. Pero ello no quiere decir que los legisladores blancos que son católicos, junto a los que no lo son, pero defienden el Derecho Natural, deban desprenderse de sus ideas porque un relativista así lo quiere.
Tengo, además, varios amigos blancos que, sin ser creyentes, son firmes partidarios de la “laicidad positiva” y contrarios al aborto y al “matrimonio” igualitario. Ellos también han manifestado su incondicional apoyo a la iniciativa de instalar una imagen de la Virgen en la rambla. No son monaguillos que repiten como loros la doctrina de moda. No se distinguen por calcar el pensamiento del cardenal Sturla. Son no creyentes que simplemente opinan que la libertad es para todos, y que nadie debe ser recluido en las catacumbas en razón de su pensamiento.
En fin, si bien no sorprende que aún existan jacobinos en el mundo, en la sociedad, y en el propio Partido Nacional —hay de todo en la viña del Señor—, lo que sí sorprende es ver a la reencarnación de don Pepe Batlle escribiendo en “La Democracia”… Casi nada lo del ojo…
Álvaro Fernández Texeira Nunes
1.772.474-4
i Cada vez que en este país se hicieron encuestas sobre legalización del aborto o del “matrimonio” igualitario y se discriminaron las opiniones por partido político, la gran mayoría de los blancos siempre se manifestó en contra del aborto y del “matrimonio” igualitario.
ii Artículo 40.- La familia es la base de nuestra sociedad. El Estado velará por su estabilidad moral y material, para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad.
Artículo 41.- El cuidado y educación de los hijos para que estos alcancen su plena capacidad corporal, intelectual y social, es un deber y un derecho de los padres. Quienes tengan a su cargo numerosa prole tienen derecho a auxilios compensatorios, siempre que los necesiten.
iiihttp://www.forumlibertas.com/que-es-la-laicidad-positiva/