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    La genialidad de un hombre voraz

    Quienes lo conocieron recuerdan su presencia imponente y desprolija, su melena por debajo de la boina y su voz poderosa con la que mantenía discusiones y enseñanzas en tertulias de café. También recuerdan que era un hombre de carácter fuerte, a veces irascible, que abordaba con pasión cada proyecto artístico, que siempre quería experimentar y que se peleó con varias personas por defender sus convicciones. Manuel Espínola Gómez (1921-2003) fue Manolo o el Peludo para sus amigos. Nació en Solís de Mataojo, la pequeña villa entre dos arroyos también cuna del compositor y músico Eduardo Fabini (1882-1950), quien tempranamente reconoció su talento y le dio el empuje inicial para desarrollar su carrera artística.

    A cien años de su nacimiento, el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) inauguró El mirador cavante, una retrospectiva con 200 obras que abarcan sus facetas múltiples en las artes plásticas, en el diseño y en la escenografía. Monumental como el propio artista, la muestra, con la curaduría de Óscar Larroca, se exhibe en tres salas hasta el 14 de noviembre.

    Cuando tenía 17 años, llegó a su pueblo un circo brasileño y él pidió para entrar a la carpa al mediodía. Quería captar la luz que pegaba en la lona y los efectos de su reflejo en el interior. A partir de esa visión pintó el cuadro Circo al mediodía, pero cuando lo terminó no le gustó y lo dejó enrollado sobre un ropero. Fue Fabini quien vio el valor de aquella pintura llena de movimiento y luz y lo envió al Salón Municipal de Artes Plásticas, donde terminó ganando el Premio Adquisición de 1940. La puerta se había abierto para salir de Solís de Mataojo y empezar su trayectoria imparable.

    “Fabini fue quien lo empujó permanentemente para que se presentara a concursos y para que estudiara. Le consiguió una beca en el Círculo de Bellas Artes, pero no la aprovechó del todo. No era muy amigo de la pedagogía convencional, pero era un autodidacta e investigador profundo, por eso llegó tan lejos”, explica en un recorrido por la muestra Larroca, también artista y amigo personal de Espínola Gómez, de quien recibió enseñanzas y apoyo (ver recuadro).

    La madre murió cuando tenía cinco años y se crio con su padre y la tía María, que lo llevaba a la escuela, su único pasaje por la enseñanza formal. Por su padre sentía un gran cariño y admiración, y a él le dedicó varios retratos. Uno de ellos lo pintó cuando tenía 25 años y le puso como título Retrato de un hombre alto. “Él decía que el paisano paga tributo a la ley de gravedad de una forma muy distinta al citadino y lo pintó a espátula con una perspectiva diferente a la convencional”.

    Una mano en el bolsillo, en la otra, un pucho. Retrato de un hombre alto crece desde abajo y deja a quien lo observa pequeño. Fue el cuadro elegido por el Correo Uruguayo para emitir el jueves 19 un sello conmemorativo del centenario de Espínola Gómez. El diseño del matasellos del primer día de emisión estuvo a cargo de Rodolfo Fuentes, también diseñador del catálogo y de los apoyos visuales, entre ellos, la línea de tiempo que sigue la vida del artista y su contexto histórico.

    Espínola Gómez también era un hombre alto, medía un metro noventa, y era atractivo y seductor. Una foto de 1950, que forma parte de la retrospectiva, así lo muestra. “Era nuestro Gary Cooper”, dice alguien al verla en el museo.

    El MNAV conserva 301 obras de Espínola Gómez, desde las más pequeñas a las de gran escala. De ese acervo se nutre esta muestra que también recibió 15 obras de coleccionistas privados: Julio María Sanguinetti, Ricardo Pascale, Rodolfo Arotxarena (Arotxa) y una del bisnieto de Fabini.

    En las vitrinas están expuestos partes de sus trabajos gráficos para libros, catálogos, revistas, algunos muy creativos con bordes que desafiaban la línea horizontal. “Volvía loco a los diseñadores”, comenta Larroca. Cuando el artista murió, sus cartas, bocetos y documentos pasaron a la Fundación Espínola Gómez, presidida por su apoderada, Magalí Sánchez Vera. Al cerrar la fundación todo el archivo pasó al MNAV.

    Polifocalista, boligrafista y sampabollos

    En 1975, inauguró una muestra en la Galería Losada con un término nuevo creado por él para explicar la esencia de sus trabajos: polifocalismo. El nombre representaba la relevancia que le daba a distintos focos dentro del mismo cuadro, la luz, el color, la forma octogonal de los marcos, la importancia del ojo humano que mira. “Él hubiera querido construir un marco ovalado para simular la visualidad, qué es lo que capta el ojo”, explica Larroca. “Como no pudo lograr el óvalo, se decidió por el octógono. El número ocho tiene que ver con el infinito y la regeneración, renacimiento. Octógono, hexágono y pentágono eran figuras geométricas que le interesaban especialmente y que aplica en varias de las obras”.

    Esta serie polifocalista, integrada por ocho obras que por primera vez se exponen en su totalidad, es impactante por el tamaño de sus cuadros, por el colorido y su temática lindera con el surrealismo. Serenísimo paisaje encabezado muestra una gran cabeza de hombre de gesto apacible plantada junto a un conjunto de árboles; en Alborada en las gargantas hay gallos que se replican hacia el infinito como si se reflejaran en espejos; en Más allá de nuestros días hay parejas de hombres y mujeres, a mitad de camino entre lo humano y la naturaleza.

    También de marco octogonal es su impactante pintura de 1977 Arena asombrada (una parábola silvestre), un óleo con el que participó en un evento en Maldonado organizado por el Centro de Artes y Letras, llamado Arena. Una gran araña camina sobre la arena, su cuerpo es una granada y con sus patas va destruyendo caracoles. “Según él mismo explicaba, es una metáfora de la dictadura, que va destrozando todo lo que encuentra en su camino. El tipo de pincelada es muy similar al polifocalismo, con el pincel no arrastrado, sino percutido sobre la superficie, transversal a la tela”, dice Larroca.

    Le gustaba inventar palabras para sus series, y nombró Sampabollos a los ocho autorretratos que hizo cuando estuvo con hepatitis. En la cama se miraba en un espejo, hacía morisquetas y se dibujaba. Una especie de selfie grotesca y sin duda más divertida y creativa que las selfies actuales.

    También hizo retratos a grafito de figuras públicas y de la cultura. Alberto Zum Felde, Clara Silva, Luis Eduardo Pombo y Pascale fueron algunos de sus modelos. En la estancia de Anchorena retrató a Sanguinetti y a su esposa Marta Canessa en 1989, y es una de las obras prestadas por el expresidente para esta muestra.

    Dibujaba sobre servilletas o sobre facturas de los bares y cafés. “Él pasó muchos años de su vida en los cafés y no tanto en su casa. En un momento de su vida iba solo a los bares del norte de 18 de Julio, después solo a los del sur. Después rompió ese hábito. Era muy fiel a los boliches, pero cuando se enojaba por algo con algún mozo dejaba de ir y pasaba a otro”, cuenta Larroca. A sus últimas obras de los años 90 les llamó Boligrafías por el uso del bolígrafo. Pero antes había usado tanto la témpera como el grafito. Ningún material le era ajeno.

    Con témpera y una regla para desplazar la pintura hizo su serie Interrupciones, una especie de “persianas” con franjas que se repiten y dejan pasar la luz entre medio. En 1962 sus pinturas fueron en blanco y negro con fuerte influencia del Guernica de Pablo Picasso.

    Escenografía y política

    Otra obra impactante: la escenografía que hubiera tenido la obra Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, adaptación de Héctor Manuel Vidal. Para esa obra, Espínola Gómez había ideado una escenografía con paraguas negros abiertos y cerrados a los costados y en el fondo del escenario. Los paraguas cerrados representaban los avances de la inquisición. Finalmente, la obra no tuvo esa escenografía porque Vidal y Espínola no se pusieron de acuerdo.

    “Tenía un temperamento muy avasallante, fuerte, narcisista, pero apoyado con una obra impresionante que respaldaba ese narcisismo. Nunca se llevó a cabo esa escenografía y por primera vez estamos viendo cómo hubiera sido gracias al boceto original que está en el libro de Jorge Abbondanza sobre Espínola Gómez (Galería Latina, 1991)”, comenta Larroca. Con otra escenografía y el protagónico de Roberto Fontana la obra se estrenó en 1983 en el Teatro del Notariado.

    Hizo bocetos de carromatos de Carnaval, de zapatos de fútbol, de marionetas, de juegos de barajas y hasta de una urna funeraria para la esposa de un amigo que había fallecido. Algunos diseños quedaron solo en bocetos, otros se concretaron, como el gasómetro de la rambla Sur que hizo con el arquitecto Enrique Benech.

    Entre 1961 y 1971 interrumpió su obra plástica y se abocó a trabajos de carácter político. Diseñó el estrado para el acto final del Frente Amplio de 1971 y afiches de la coalición política para la que además creó su logo. También fue el autor del isotipo de la CNT.

    Fue votante del Frente de Izquierda de Liberación (Fidel), pero en las elecciones de 1971 se desvinculó políticamente del Frente Amplio y no lo llegó a votar. “Él tenía raíces herreristas, después pasó al Fidel, pero con una impronta muy personal. En uno de los afiches que hizo para ese partido, Enrique Rodríguez hizo unas observaciones y a él no le gustaron y se pelearon”. Según la investigación que hizo Larroca, el mismo Espínola Gómez declaró que no le gustaba el autoritarismo que estaba teniendo el Frente Amplio. Empezó a notar que no se admitía ninguna discrepancia o relativismo con lo que estaba sucediendo en países comunistas y fue acumulando una serie de desencantos.

    En 1980 diseñó el isotipo del logo batllista y por esas fechas desarrolló amistad con Sanguinetti. En su gobierno fue asesor para obras en el Palacio Estévez y en Anchorena junto con Benech. “Muchos en el Frente Amplio no se lo perdonaron”, agrega Larroca.

    En una de las vitrinas figura un documento con un informe del maestro Jesualdo Sosa, militante del Partido Comunista, que se supone estaba destinado a la KGB. “En cuanto a la caracterización de este artista, se puede decir (…) que pertenece a la pequeña burguesía. No realiza política partidista activa, pero no se ha sindicado por actitudes contrarias a los movimientos progresistas”, dice parte del informe a propósito de la participación de Espínola Gómez en la Bienal de San Pablo. “Creemos que Espínola nunca se enteró de que Jesualdo lo estaba espiando, habían sido amigos toda la vida, en algún momento rompieron relaciones, pero no por motivos políticos”, explica Larroca.

    Le gustaba la música clásica y no se perdía ningún concierto. Conoció al maestro León Biriotti, quien le dedicó una sinfonía en homenaje a los ocho cuadros polifocales que ahora se exponen y que se estrenó en 2002.

    Sería difícil enumerar los premios que recibió y sus participaciones en exposiciones y bienales internacionales. Su última muestra en Montevideo fue en el 2000 en el Subte, la más grande antes de la actual retrospectiva.

    “Él decía que había que imaginar el ojo como una pala que va más allá de la superficie, que cava y cava cada vez más abajo”, dice Larroca a propósito del nombre de la muestra. Conviene recorrerla con tiempo para llegar a lo más profundo.

    • Recuadro de la nota

    Manolo en el recuerdo