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Hay dos maneras de encarar este excelente trabajo documental de Andrés Varela y Sebastián Bednarik, y ninguna es excluyente. La primera es juzgarlo como un trabajo de investigación sobre hechos del pasado y sopesar su valor como documento, de acuerdo a las imágenes rescatadas, el armado del material y lo que falta o lo que sobra en el montaje final. Eso es lo que haría un crítico extranjero o alguno de los pocos uruguayos que no se interesan por el fútbol. La segunda depende totalmente del estado emocional del espectador, tanto del que tiene menos de sesenta y pico de años (que son los más) como los veteranos que todavía recuerdan lo que pasó en 1950 (que por razones cronológicas, cada vez son menos).
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Unos y otros —los primeros porque se lo contaron, o lo leyeron, o lo observan como algo simplemente legendario e irrepetible; los otros porque todavía se emocionan con el relato de Carlos Solé que las radios emiten cada 16 de julio y recuerdan dónde estaban ese día— nunca pudieron ver las imágenes de aquella hazaña deportiva, salvo alguna desteñida toma del gol de Ghiggia y otras borrosas escenas de abrazos y llantos dentro y fuera de la cancha. Y por supuesto, fotos, no muchas fotos, generalmente siempre las mismas, cada vez más amarillentas y nunca ordenadas con criterio, sistematizadas y organizadas con la intención de reconstruir aquel partido de Maracaná donde parece que, aunque era una final del mundo, nadie se preocupó de filmarla íntegramente. Y si alguien lo hizo y era brasileño, es probable que se haya enterrado junto al dolor y la vergüenza de aquella derrota increíble, que nadie tenía en mente.
No se puede reconstruir lo que no existe, pero Bednarik, Varela y su coguionista y montajista Guzmán García procuraron juntar lo poco que había, remozarlo con los milagros de la técnica contemporánea y armar un trabajo prolijo, documentado, riguroso, que les llevó tres años de minuciosa búsqueda, no solo acá (en los archivos de Cinemateca), sino en Brasil. En la base hay un libro de Atilio Garrido (“Maracaná. La historia secreta”) y el metraje de 75 minutos no está enfocado solo sobre el partido final sino que el título, Maracaná, alude a todo lo que estuvo involucrado en ese mundial donde Brasil construyó especialmente ese enorme estadio convencido de que iba a ser el campeón del mundo, y aún más concretamente en la situación que se vivía en el Uruguay de aquellos años, donde gobernaba Luis Batlle Berres y se vivía una bonanza económica como pocas.
En ese Uruguay, sin embargo, el fútbol no pasaba por un buen momento. Los jugadores eran maltratados, explotados y mal remunerados, al punto que en 1948 se produjo una huelga general que hizo suspender el campeonato uruguayo y procuró que el estatus social y económico del futbolista mejorara considerablemente, porque la mayoría de ellos debía tener otra ocupación laboral para sobrevivir. El líder de aquella huelga, finalmente exitosa, fue Obdulio Jacinto Varela, jugador de Peñarol de origen muy humilde que tuvo que desempeñarse como albañil durante el conflicto y no pretendía vivir del fútbol sino que el gobierno le permitiera acceder a un empleo público para retirarse con otra seguridad. En esas condiciones se encaró la preparación de la selección que debía ir a Brasil, con falta de entrenamiento adecuado y sobre la base del Peñarol de 1949, que no solo tenía la delantera más goleadora del año sino que además tenía a Obdulio, caudillo natural, hombre de pocas palabras pero de autoridad indiscutible.
La película de Obdulio.
Es llamativo que durante todo el metraje de Maracaná no se mencione nunca el nombre de Juan López, técnico de la selección de 1950. No solamente no se lo nombra sino que nunca se le ve. En todo momento, la referencia es Obdulio. En algunos reportajes de archivo (Schiaffino, Ghiggia, Máspoli, Míguez, la viuda de Julio Pérez) es precisamente Pérez el que dice en un momento: “Si no ganábamos ese partido, Obdulio nos mataba”. Y es que después de la goleada a Bolivia se empata trabajosamente ante España (con un furioso tiro de Obdulio desde 40 metros) y se le gana a Suecia de atrás, en los últimos minutos.
Mientras tanto, y a ritmo de batucada, Brasil ganaba por goleada todos los partidos. La película presenta mucho metraje de Rio de Janeiro convertida en Carnaval, segura del triunfo. Como siempre, Uruguay iba en desventaja, con escasa preparación física y ningún plan táctico mientras Brasil iba con todo, además de 200.000 espectadores eufóricos y hasta alguna autoridad algo excedida que arengaba al equipo antes del partido: “Ustedes que van a ser los campeones del mundo…”. Y ahí se calentó Obdulio, pronunciando la mítica frase: “Los de afuera son de palo”.
El partido final se presenta como si no se supiera el resultado, explotando el suspenso y el contraste del griterío de las tribunas contra los rostros adustos de los celestes, obligados por la historia a ganar una final más, la cuarta desde 1924 en que no habían perdido ninguna. Los dirigentes no creían en el triunfo, el técnico tampoco, 200.000 personas estaban en contra, pero, ¿quién se atrevía a decirle a Obdulio que no se podía ganar? Todo ese clima está preparado por los realizadores con extremo cuidado, con los reportajes de uruguayos y brasileños alternados, cada cual contando lo qué sentía aquel día, nunca tratando de explicar lo que finalmente pasó porque eso era y es imposible. La banda sonora deja oír una música notable, agrega a las imágenes en movimiento un acompañamiento estruendoso que debía ser el mismo que soportaban los jugadores, y coloca fotos fijas tratadas especialmente para dejar a los jugadores como en relieve, recortados sobre el fondo, enriqueciendo el blanco y negro original con matices renovados y brillantes.
El sentimiento ante todo.
Los espectadores que abarrotaban la sala en la función del sábado 8 que inauguró en el cine Cantegril el 17º Festival de Punta del Este, no pudieron contener aplausos y exclamaciones de júbilo ante el gol de Ghiggia. Y es que el responsable de ese triunfo y único sobreviviente de la hazaña, con sus 87 años, estaba allí y recibió una larga ovación del público, motivada por la lógica emoción de estar frente a esa figura legendaria cuya actuación en Maracaná se estaba reviviendo en ese momento. Recién 64 años después hay un documento que registra de una vez por todas ese histórico acontecimiento, en un recuerdo tan oportuno como imprescindible. Y que nadie diga que Maracaná perjudicó al Uruguay y lo hizo víctima de su pasado. A fin de cuentas solo fue un hito deportivo, pero también la mayor hazaña en la historia del fútbol mundial. Es un motivo de orgullo que no hay por qué desestimar, aunque siga siendo muy difícil de explicar sin pensar en el Negro Jefe, en el gran Obdulio, en el real conductor de esa épica gesta tal vez irrepetible. Aunque, ¿quién sabe?
“Maracaná”. Uruguay-Brasil, 2014. Dirigida por Sebastián Bednarik y Andrés Varela. Documental con imágenes de archivo. Duración: 75 minutos. Estreno en salas: jueves 27.