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    La gran Cipriani

    No es broma

    Montevideo, 23 de diciembre de 2031 (De nuestras agencias). La prensa vuelve a destacar en estos días, como en tantas oportunidades anteriores, el riesgo de una nueva postergación del proyecto del acaudalado empresario italiano Giuseppe Cipriani para reconstruir el San Rafael en Punta del Este, aunque en esta oportunidad todo parecería de una vez por todas encaminarse a buen fin.

    En efecto, tras haber hecho demoler el icónico hotel estilo Tudor proyectado por los arquitectos De Los Campos, Puente y Tournier a mediados del siglo pasado, a cambio de la reconstrucción de un faraónico edificio de estilo ecléctico mamarráchico (pero que contuviera un casino manejado por él), el llamado “Proyecto Cipriani” ha sufrido más mutaciones que el virus del Covid-19.

    Primero fue el de una especie de “matraca” con planos horizontales y verticales, diseño de uno de esos arquitectos-estrella que tenemos por el mundo proyectando (y construyendo) edificios estrambóticos, el cual fue luego sustituido (compremos otro poco de tiempo, que plata es lo que sobra) por otro esperpento arquitectónico que consistía en una cantidad de “sanrrafaeles”, uno enorme de decenas de pisos, otro mediano, y varios chiquitos, todos con el formato del malhadado edificio original de 1950.

    El asunto fue que, para arrancar, no alcanzaba con los diseños gráficos, y las autoridades uruguayas querían (obviamente) un contrato con fechas y detalles, y con la firma de don Giuseppe, con certificación notarial y todo.

    La fecha de la firma de ese contrato había sido fijada entonces para fines del año 2021.

    Haciendo gala de su falta de imaginación, el tano recurrió a la excusa más usada en aquellos tiempos. Se ve que el hombre se enteró de que el Tornado Alonso le acababa de sacar temporariamente la pata al lazo de la dirección técnica de la celeste aludiendo a que se había contagiado en Europa de Covid-19, y se dijo para sí mismo: “Io non posso essere inferiore al Tornado”. Y —como dicen los muchachos— “agarró” y mandó un mail con un certificado médico firmado por el galeno musulmán Ketruch el-Asser el-Certiff, aludiendo que don Giuseppe no podía viajar porque se había contagiado con el Covid-19 en una partida de cacería de halcones en las dunas de la hacienda del príncipe Abdullah Tedoy Lakoartad, en Abu Dabi.

    Entonces le dieron una prórroga, y fijaron la fecha para el 14 de enero de 2022.

    Pero surgió otro inconveniente para el viaje del movedizo Cipriani (movedizo en todas las direcciones, menos hacia el Uruguay). Un día antes de esa fecha, don Giuseppe cantó que se había fracturado una pierna al caer de un caballo en un partido de polo que estaba jugando en las canchas del All Liars Polo Club de Truching Hills, en Escocia. Otro especialista en traumatología deportiva de élite, el médico británico Jeremy Myfees Arehigh, certificó que el polista italiano tenía para por lo menos tres meses de yeso y tres más de reposo y rehabilitación, seguidos de un tratamiento de acupuntura oriental, que estaría a cargo del acupunturista tailandés Tepinch Simepagasmuch, que insumiría al menos dos meses más.

    Los diecisiete apoderados de Cipriani en Uruguay negociaron entonces una postergación de la firma del contrato hasta fines del 2022, siempre que se mantuvieran las exigencias para la instalación de un casino de explotación exclusiva por parte de Cipriani y su grupo, cosa que las autoridades uruguayas mantuvieron bajo protesta, dadas las (difíciles de entender) ausencias del empresario a la hora de firmar el documento.

    A fines de ese año, sobre mediados de diciembre, Cipriani aludió que no podría viajar al Uruguay debido a que el magnate norteamericano Elon Musk, propietario de la empresa SpaceX, lo había invitado para un vuelo orbital en su megacohete Starship, lo cual significaba una distinción y un privilegio que no podía despreciar.

    La firma del documento fue entonces prorrogada por un año, ya que las autoridades uruguayas habían empezado a buscarle alternativas al demorado plan original, y estaban entonces en conversaciones con representantes de la empresa irlandesa Gameoverland & Co. Ltd. Pero cuando ya las negociaciones estaban muy avanzadas, técnicos investigadores uruguayos del Ministerio de Economía detectaron que entre los accionistas de la empresa irlandesa figuraba un fondo de inversión suizo cuyo propietario era el grupo Posso Inganarti y Asociados, integrante del Grupo Cipriani. Ocurre que esta empresa que estaba negociando con las autoridades uruguayas había ofrecido condiciones más favorables para la edificación de un hotel con apartamentos más modesto que el faraónico proyecto original, pero siempre manteniendo las condiciones de reservar la explotación de un casino. Todo cayó en pedazos.

    Se le planteó a Cipriani la exigencia de una decisión final, ya que el sitio donde había estado el viejo y elegante hotel San Rafael era un terreno baldío, lleno de zanjas irregulares de tierra y yuyos, y desperdigados bloques de cemento fruto de la demolición, lo cual constituía una vergüenza y un descrédito para un balneario de la categoría de Punta del Este.

    Las negociaciones continuaron por años, hasta que finalmente a fines de este 2031, Cipriani ha decido en principio venir a firmar el contrato.

    Se tratará de un edificio amplio y moderno, que cumple con las exigencias originales, y mantiene para el grupo Cipriani el manejo exclusivo de un casino.

    Igualmente subsisten algunas dudas, ya que una de las condiciones que ha puesto el inversor es la de que se le permita también instalar otro casino en el Antelarena de Montevideo, con ganancias compartidas fifty-fifty con el Estado uruguayo.

    Pese a la originalidad de la propuesta, las autoridades uruguayas están razonablemente convencidas de aceptar esta alternativa, que sería la única posibilidad de que el Antelarena saliera de los números rojos, y empezara a dar algún rédito.