La gran estafa

escribe Silvana Tanzi 
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La historia es asombrosa. Comenzó en 1995 cuando una mujer llamada Glafira Rosales llegó a la entonces prestigiosa galería Knoedler de Nueva York con una pintura de Mark Rothko enrollada en un tubo. La recibió Ann Freedman, su directora, una mujer inteligente y elegante, reconocida por los grandes museos, coleccionistas y expertos en arte. Freedman miró el Rothko y quedó maravillada. Preguntó quién era el dueño y Rosales le respondió que ese dato era confidencial, que ella estaba allí como su representante.

Después de algunas verificaciones con especialistas, la galería adquirió la pintura. Fue la primera de unas 60 piezas que Rosales conseguía de su misterioso representante. Todas pertenecían a expresionistas abstractos de los años 50 y 60, entre ellos, Jackson Pollock, Robert Motherwell, Barnett Newman, además de Rothko. Todas eran piezas falsas con documentación falsa, pero la galería las vendió durante más de 10 años por un total de 80 millones de dólares.

El entramado de esta increíble estafa se cuenta en Made you look. Una historia real de arte falsificado, documental dirigido por Barry Avrich (Netflix, 2020). Críticos, académicos, periodistas, abogados, galeristas y fiscales analizan lo que sucedió en torno a la galería Knoedler, que cerró en 2011 después de 160 años de trayectoria. También aparece Freedman, las víctimas y los victimarios, aunque al final no queda muy claro quiénes fueron unos y otros. Todos hablan menos Rosales, la única que cumplió condena penal por la estafa.

Pero el verdadero gestor de esta historia es un pintor chino llamado Pei-Shen Qian. Cuando era joven, Qian llegó a Estados Unidos con la esperanza de triunfar como artista, pero no tuvo suerte y terminó pintando en las calles de Nueva York. El joven chino dominaba el estilo de varios artistas, algo que le resultó atractivo a un español llamado José Carlos Bergantiños Díaz. Este señor de nombre pomposo tenía en su país un prontuario de estafas, y andaba a la pesca de alguien que falsificara cuadros. Entonces se acercó al artista chino y le preguntó si podía pintar como Pollock. La respuesta fue afirmativa.

Qian fue el proveedor de los cuadros falsos, pero cuando empezaron las sospechas, huyó a su país sin mucho dinero. Los realizadores del documental fueron a buscarlo y lo descubrieron ya viejo en las afueras de Shanghái. El encuentro deja gusto a poco y es una lástima, porque Qian prometía como entrevistado. Por su parte, el español de nombre pomposo también está en su país y es un gran chanta. Al escucharlo hablar queda claro por qué la negociadora con la galería fue su novia, educada y sobria: Glafira Rosales.

La pregunta es cómo esta gente logró un fraude de esas dimensiones y pudo engañar a la elite más refinada y adinerada de Nueva York. El documental da algunas respuestas y deja muchas dudas.

Indudablemente los estafadores fueron muy hábiles y conocían el mercado y sus necesidades. Pero también hubo complicidad, vista gorda y varios errores de muchos implicados. La primera fue Freedman. “¿Fue cómplice o estúpida?”, se pregunta un crítico de The New York Times. Después hubo rarezas como la de David Anfam, experto en la obra de Rothko, quien dio por auténtico el cuadro que llevó Rosales a la galería, incluso lo incluyó en el catálogo razonado del artista. Años después, en el juicio sobre este caso, la pasó feo en el estrado al explicar cómo se equivocó tanto.

Por otro lado, están los compradores de las obras, como el coleccionista Doménico De Sole, presidente de la casa de subastas Sotheby’s. Él compró un Rothko en ocho millones de dólares, una suma que, según los expertos, está muy por debajo de lo que vale, y que a un coleccionista como De Sole tendría que haberle despertado sospechas.

Pero algunos clientes sí sospecharon, y por eso en 2009 Freedman fue obligada a abandonar su cargo luego de 32 años al frente de la galería. Ella sigue insistiendo en que no sabía que las obras eran falsas. En 2011 llegó la primera demanda judicial a la galería, lo que implicó su cierre. Había sobrevivido las dos guerras mundiales y varias crisis económicas, pero no pudo sobreponerse al desprestigio.

Uno de los críticos entrevistados dice que a todos los involucrados les servía que hubieran aparecido esas piezas en el mercado, y especialmente a los coleccionistas. “Igual que ocurre con el amor a una persona, se enamoraron de esas obras y les perdonaron los defectos”. Una forma romántica de explicar cómo se vendieron 80 millones de dólares en arte falso.

Glafira Rosales (centro) deja el Tribunal Federal de Manhattan con sus abogados después de declararse culpable de vender más de 60 obras de arte falso a dos galerías de Nueva York.

¿Y por casa?

“Hay tres formas de ingresar arte al museo: por donación, por legado y por compra. Nosotros compramos a través de la Dirección Nacional de Cultura y de la Comisión de Patrimonio”, explica Enrique Aguerre, director del Museo Nacional de Artes Visuales. “No adquirimos piezas de dudosa procedencia. Las compras pasan por un protocolo de trazabilidad que indica el camino de la obra desde el origen hasta la compra y que se apoya en documentos”.

Aguerre vio el documental Made you look y piensa que es inverosímil que una directora de galería con esos años de experiencia haya sido engañada tantas veces. “Ha pasado en grandes museos que después de un tiempo descubren que el autor era otro y lo aclaran. Incluso nosotros en obras muy antiguas hemos puesto ‘atribuido a…’ porque no estamos seguros de su autoría. Pero lo que muestra el documental es una estafa sistemática. Parece mucho”.

Por ley, los museos públicos no pueden certificar obras ni asesorar a particulares. Pero los museos privados sí lo pueden hacer. Martín Gurvich, hijo del artista José Gurvich, es quien se encarga de certificar la obra de su padre. “En Uruguay no hay una legislación clara que proteja contra el fraude en arte. Puede ser porque no hay obras de alto valor y tampoco grandes expertos, por lo tanto, es muy difícil que en la Justicia se pueda determinar la autenticidad de un cuadro”, explica.

Los casos difíciles de autentificar los ha encontrado con algunas obras del Taller Torres García, que en una primera etapa no tenían firma y se parecían mucho unas de otras, sobre todo en los paisajes. Entonces quienes las quieren comercializar, les ponen la firma del artista más cotizado del taller. En ese caso, la obra no es falsa, pero sí la firma.

También ha encontrado en catálogos de casas de remates importantes, como Sotheby’s o Christie’s, copias de cuadros de su padre, y ha tenido que intervenir y pedir que antes de incluirlos consulten con la Fundación Gurvich.

“A veces han aparecido imitaciones en remates de Israel, de Francia o de Bélgica. Por eso queremos publicar una lista de la obra que no está certificada. No para decir que es falsa, sino que nosotros no la hemos certificado”.

Los catálogos razonados, que recogen la totalidad de la obra de un artista, son otra forma de otorgar autenticidad. Lo que está en ese catálogo sin dudas es del artista. Cecilia de Torres dirigió en Estados Unidos un catálogo razonado de Torres García que se puede consultar online (torresgarcia.com). Para Gurvich sería importante tener uno con la obra de su padre, pero implica un trabajo de años y una institución o fundación que lo financie.

Sobre las falsificaciones en Uruguay, dice que circulan muchas, sobre todo en la feria de Tristán Narvaja. “Te podés comprar un Torres o un Gurvich por poca plata, pero en general no son buenas imitaciones. Para imitar a grandes artistas hay que ser muy buen artista”.

Vida Cultural
2021-05-26T17:49:00