En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Las reglas del Primer Mundo no dejan de ser curiosas, cuando no indignantes: algo que es inadmisible dentro de sus opulentas fronteras, les resulta merecedor de admiración cuando ocurre en el universo de los países púdicamente calificados como “en desarrollo”, es decir nosotros, los subdesarrollados.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Ya había ocurrido en las décadas de los 60 y 70 con los guerrilleros latinoamericanos que —tupamaros a la cabeza— eran calificados como “románticos movimientos de liberación nacional”; mientras que en Alemania la Baader Meinhof, en Italia las Brigadas Rojas, en Gran Bretaña el IRA, en España ETA y en Francia los separatistas corsos, utilizando la misma violencia subversiva, eran sin contemplaciones tachados de “terroristas”.
Eran épocas en que el franco-griego Costa-Gavras filmó la película más falaz sobre la realidad uruguaya: “Estado de sitio”; ignominiosa caricatura de un período anterior a la dictadura y que es de triste recuerdo para los que lo vivimos, en el cual —contrariamente a lo que pinta el filme— el miedo a los tupamaros superaba con creces el miedo a las fuerzas del orden.
Mismas épocas en que Jean-Paul Sartre justificaba los crímenes del marxismo tercermundista, al tiempo que pedía la cabeza de un gendarme —en el Mayo del 68 francés— por propinar un cachiporrazo a un desacatado, que le lanzaba con furia, una lluvia de adoquines arrancados de las calles del Barrio Latino. Porque para la moral sartriana un palazo en el lomo a un estudiante parisino era “torturar”, en tanto que ametrallar a un gobernante en el Tercer Mundo era “ajusticiar”.
Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago podría ser una divisa primermundista. Y esto viene al caso porque —últimamente (y dejo de lado otros)— en una suerte de contagio cuatro medios importantes de ese mundo desarrollado, “Liberation”, “The New York Times”, “Il Corriere della Sera” y el “The Sunday Times”, han publicado notas sobre nuestro presidente José Mujica.
Esos laudatorios artículos hacen referencia a que, mientras otros líderes políticos tienen mayordomos, flota de yates y bodegas con champán, Mujica vive en una modesta chacra, sin personal doméstico. Además, dona el 90% de su salario a “asociaciones caritativas”, y en el colmo de la desinformación “Liberation” llega a afirmar —como demostración de ascetismo— que nuestro presidente es vegetariano. Seguramente piensa que los chorizos del Quincho de Varela están rellenos de berenjena y soja.
Por supuesto que en ninguno de los países de esos medios —Francia, Estados Unidos, Italia y Gran Bretaña— hubiese tenido la más remota posibilidad de ganar un candidato que se presentase como José Mujica, que hablara como él, que viviese como él. Pero para nosotros, los subdesarrollados, ese Primer Mundo opina que está bien: somos pitecántropos que no hemos llegado al homo sapiens y es folclórico y ejemplar que tengamos un presidente así.
Sin embargo, es bueno despejar el terreno de lo anecdótico por la cuestión de fondo. Mujica ha creado un personaje —el presidente más pobre— como Alberto Olmedo creó al Mano Santa y con tanto éxito, si no más, que el malogrado actor argentino.
Ese personaje con disfraz de pobre tiene alrededor a la prensa — ¡oh casualidad!— en ocasión de ir a comprar la tapa de un WC o al mostrar la herida por ayudar a un vecino a poner una chapa. Y habla mal intencionalmente, siendo capaz y en alguna oportunidad lo ha demostrado, de expresarse mejor.
Mujica se presenta como ejemplo de político austero y abnegado, cuando en realidad sacrificio no hace ninguno, porque no le gusta vivir confortablemente. Para lo cual está en su perfecto derecho, siempre que no lo utilice para hacer una suerte de exhibicionismo de la pobreza.
Entonces ese renunciamiento a los bienes materiales no es un desprendimiento, sencillamente a Mujica no le interesan, pero se quiere comparar con los más pobres, en tanto estos no poseen una chacra propia y que si se visten y viven mal, no es por una opción, es porque no tienen medios económicos para vivir y vestirse mejor.
En Mujica, los zapatos rotos, las camperas viejas, los pantalones desplanchados, las camisas desprolijas, la cama sin hacer, son parte de un disfraz que él niega en el “The Sunday Times” afirmando: “No hago pobrismo, no me disfrazo”. Pero ha sabido vender muy bien la idea contraria: no se disfraza de presidente. Y reconozcamos que con esa táctica, no le ha ido nada mal con su imagen internacional.
Y en lo nacional, su disfraz de pobre malhablado le sirve para ir tirando con una educación pública paupérrima, una inseguridad creciente, una salud deficiente, una política exterior deplorable, un ICIR y otros impuestos que son exacciones y una dictadura sindical siempre al acecho.
Gerardo Zambrano, en un excelente reportaje que le hizo “El País” (6/1/2013), sostiene: “Tener el presidente más pobre del mundo y jactarse de eso no solo me da vergüenza ajena, sino que me da vergüenza propia. Estaba de viaje y vi una entrevista donde una periodista brasileña se sube a un tractor viejo, con un presidente en jeans remangados paseando en una chacra para mostrarle al mundo que esa es la vida de un primer mandatario”.
“Me da vergüenza —sigue Zambrano—. Porque no significa nada, sino apostar a un populismo improductivo: porque el tractor es viejo, la chacra es chica y porque el presidente debería tener otras cosas que hacer más importantes que andar paseando a una periodista en un tractor viejo. Para la imagen del populismo quizás está bien, para mí es un papelón”.
Efectivamente, es un papelón. Como lo es —y además, inconstitucional— ir a la transmisión de mando virtual de Venezuela y participar en un acto político en el cual estuvieron ausentes hasta las más ululantes “chavistas” mercosurianas: Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner.
Ahora bien, somos muchos los uruguayos con vergüenza propia. Y tremenda. Lo que pasa es que algunos lo decimos y otros no.