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    La madriguera del tiempo

    “22/11/63”, última novela de Stephen King

    Esta vez no escribió una historia de terror, aunque mantiene descripciones truculentas y salpicaduras de sangre. En su última y monumental novela, Stephen King regresó en clave de ciencia ficción a los años sesenta y a su propia adolescencia, a los cigarrillos Lucky Strike, a la cerveza de raíz, a las malteadas, a la música de Elvis Presley y a los pasos de swing. Pero, sobre todo, regresó a un hecho que ningún estadounidense olvida: el día que asesinaron a John Fitzgerald Kennedy.

    La novela se llama 22/11/63,  trata sobre viajes al pasado con indudables ecos de H. G. Wells y su máquina del tiempo, y también de Lewis Carroll. King desarrolla una compleja trama que se desliza desde 2011 hacia el inicio de los sesenta y que contrapone épocas, estilos de vida y conductas sociales con un riguroso cuidado por los detalles.

    El protagonista es un profesor de inglés de enseñanza media llamado Jake Epping que acaba de separarse de su mujer y que completa su salario dando clases nocturnas para adultos. La vida de Jake es bastante monótona en Lisbon Falls, pueblo de Maine y territorio habitual de las novelas de King. El personaje suele frecuentar un local de comida rápida que pertenece a Al Templeton, un hombre enfermo de cáncer del que se hace amigo. En ese establecimiento precario, construido al lado de una fábrica abandonada, Templeton esconde un secreto: un portal que lleva al pasado. El propio dueño había emprendido ese viaje y había modificado algunos acontecimientos trágicos, pero su obsesión era evitar que Lee Harvey Oswald asesinara a Kennedy. Y como está muy enfermo, le pide a su amigo que atraviese el portal: “Tú puedes cambiar la historia, Jake. ¿Lo entiendes? John Kennedy puede salvarse”.

    Sin abundar en explicaciones sobre el espacio y el tiempo, los personajes cambian de época cuando pisan una zona del depósito que comienza lentamente a desnivelarse como si fuera el pozo en el que cae Alicia en la obra de Carroll. Las reglas son fijas: siempre se llega al 9 de setiembre de 1958 y aparecen las mismas personas con iguales preguntas y respuestas, porque “cada vez es la primera vez”.

    Jake decide permanecer cinco años en el pasado y, con el nombre de George Amberson, comienza a vivir en una sociedad más ingenua que la de 2011, aunque con sus costados oscuros, su ambiente contaminado por las chimeneas de fábricas y sus macabros asesinos en serie de niños.

    Varias historias se cruzan antes de llegar al 22 de noviembre de 1963. En su trayecto, el protagonista se enamora y modifica algunos hechos desagradables. Pero no todo es tan sencillo, porque “el pasado no quiere ser cambiado” y, cuando se altera un acontecimiento, se produce una especie de “efecto mariposa” de consecuencias muchas veces más trágicas. “¿Qué le había hecho a 2011?”, se pregunta George luego de una de sus “intervenciones” en los sesenta.

    Después de cientos de páginas, a través de la banda sonora de Glenn Miller y con personas que hablan un lenguaje muy poco “políticamente correcto”, se produce el encuentro con Oswald. “¿Sabes cómo era el hombre que cambió la historia de América?”, le había preguntado Templeton. “Era el típico crío que tira piedras a los otros niños y luego sale corriendo”. Oswald aparece como una persona que olía a sudor mezclado con colonia Old Spice, que usaba ropa desgastada y abusaba de su mujer. “Básicamente, no había nada más que ver. Solo un maltratador de mujeres flacucho que espera hacerse famoso”. 

    King no se suma a ninguna hipótesis sobre si Oswald actuó solo o si fue el chivo expiatorio de una conspiración política. De todas formas, aplica la Ley de Parsimonia: “En igualdad de condiciones, la explicación más simple es generalmente la correcta”. Todo indica, entonces, que la explicación más simple es que Oswald actuó solo. Y hacia él se encamina George.

    Hay que pasar las 700 páginas para saber si el protagonista logra su objetivo, aunque la tapa y la contratapa del libro ya anticipan que las tres balas de Oswald no llegaron a Kennedy, quien luce su blanca sonrisa en las portadas de los diarios luego del fallido atentado. Sin embargo, no es esta una novela de final feliz, porque se sabe que en la madriguera del tiempo es riesgoso torcer la historia.

    “Originariamente intenté escribir este libro hace mucho, en 1972. Abandoné el proyecto porque la investigación que acarrearía parecía demasiado ardua para un hombre que enseñaba a jornada completa. Había otro motivo: incluso nueve años después del suceso, la herida era demasiado reciente. Me alegro de haber esperado”, cuenta el escritor en el epílogo del libro. La espera significó una novela excesiva, de casi 900 páginas, aunque una de las más elaboradas y disfrutables de su carrera.

    “Si una persona tan insignificante destruyó al líder de la nación más poderosa del planeta, entonces nos hallamos sumidos en un mundo de desproporciones, y el universo en que vivimos es absurdo”, escribió Norman Mailer en su investigación sobre Oswald. 22/11/63 deja un mensaje tan inquietante como el de Mailer, o tal vez como el del gato de Cheshire en la historia de Alicia: “Aquí todos estamos locos”.

    “22/11/63”, de Stephen King, Plaza & Janés 2012, $ 890, 858 páginas.