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Montevideo, 5 de noviembre de 2016. (De nuestras agencias). Con un recital de Agarrate Catalina en un Teatro de Verano colmado, la empresa Uber festejó su primer aniversario en el mercado uruguayo, tras un año tan azaroso como fecundo. El público, básicamente compuesto por propietarios de automóviles afiliados a esta app, usuarios del servicio y sus familias, aplaudió no solo a los murguistas, sino también a las autoridades de Uber, quienes destacaron que gracias al apoyo de todos se había abierto un camino tan diferente como positivo.
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Como nuestros lectores sin duda recuerdan, Uber tuvo que enfrentar serias dificultades para entrar al mercado.
Los primeros en tirarse con la plancha para quebrarle una pierna a la idea fueron los de la Gremial Única del Taxi, que se rasgaron las vestiduras en público hasta quedar casi desnudos, sollozando por los despachos de los jerarcas de la Intendencia y del Estado por la “competencia desleal” que supuestamente significaba la entrada de Uber al mercado. Después de llorisquear vergonzosamente, y viendo que Uber entrenaba choferes y enganchaba vehículos al servicio de transporte de personas, habida cuenta de la garantía constitucional de la libertad de comercio, coincidió que aparecieron un par de autos que trabajaban para Uber incendiados. Estaban rodeados de volantes anónimos que decían: “Acá no tienen lugar, rajen antes de que sea tarde”. Nunca se pudo detectar a los autores de estos atentados y de los volantes sin firma, pero las investigaciones están muy avanzadas.
Las comunas abrieron fuego con la de Canelones, que sacó una resolución por la que les iban avisando a estos intrusos que habría multas y secuestro de las chapas de matrícula, a los audaces que osaran asociarse a esta loca idea. La IMM creó un grupo de trabajo socio-jurídico, pateando la pelota para adelante, pero claramente inspirado en el regulacionismo (me encantó el neologismo) que afecta a los gobernantes municipales: todo debe regularse, reglamentarse, vigilarse, multarse y sancionarse, y si ellos no opinan, y después aprueban, nadie puede hacer nada.
No se hizo esperar la declaración de guerra de la Unott y el Pit-Cnt, que arremetieron contra Uber, maldito invento tecnológico neoliberal, que afectaría a los muchachos del taxi, promoviendo despidos, quiebras, desempleo y dolor. Faltaba más. Hubo paros de taxis, y de todo el transporte, cosa que Uber aprovechó inteligentemente, para prestar el servicio a miles de usuarios que de otra manera habrían quedado de a pie.
En esos días, y aprovechando que el presidente Tabaré Vázquez estaba de viaje, el presidente interino Raúl Sendic decidió pedirle consejo acerca de este controvertido asunto a su referente y consejero, el estadista venezolano Nicolás Maduro. Este, escandalizado por la terrible y vergonzosa amenaza imperialista, le recomendó a su colega uruguayo que expropiara los bienes de la empresa. Sendic le explicó que era una app que funcionaba por Internet, pero que, salvo unas oficinas arrendadas, no poseía otros bienes expropiables. Maduro le recomendó entonces que metiera presos a los directivos de la empresa, así como a los propietarios de los autos que trabajaban en este sistema, y que si había un local visible de estos criminales, que lo mandara incendiar, secuestrándole antes toda su documentación.
Por fortuna el presidente Vázquez llegó unos días más tarde, y Sendic no tuvo tiempo de poner en práctica los efectivos consejos que le había dado el presidente venezolano.
Meses más tarde, mientras Uber seguía creciendo, ocurrieron algunos episodios confusos, que hicieron pensar a la opinión pública que se trataba de maniobras intencionales contra la empresa.
Desde unos teléfonos no rastreables, se pidió a la app Uber coches para unas direcciones que estaban en los barrios Borro, Santa Catalina y Cuarenta Semanas. Cuando llegaron allí los automóviles fueron apedreados por desconocidos, habiendo incluso muerto asesinados dos de los choferes, uno de 28 balazos y otro de 34. Consultados por la prensa, tanto el ministro Bonomi como el subsecretario Jorge Vázquez, indicaron que seguramente se trataba en estos casos de ajustes de cuentas y luchas por el territorio de suministro de drogas, y que lo más probable era que los choferes fallecidos estuvieran involucrados en algún negocio por el estilo. Bonomi prometió investigar a fondo estos episodios, y Jorge Vázquez volvió a repetir su famosa frase de mediados del 2014: “Si no están vinculados a la delincuencia y al narcotráfico, y carecen de problemas familiares importantes, tengan la seguridad de que nadie los va a matar”, agregando a continuación: “En algo raro andaría esta gente de Uber”.
Mientras tanto, tras conformar sus empresas unipersonales, pagando sus contribuciones al BPS y sus impuestos, los choferes de Uber continuaban aumentando, y, contra lo que sospechaban los muchachos de la Gremial Única del Taxi, no hubo desempleo entre los taximetristas. Es que había una demanda no satisfecha, y se fue colmando con la nueva oferta. Hubo incluso taxistas que vendieron su chapa y su permiso, repintaron su vehículo, o lo vendieron y compraron otro, y se afiliaron al servicio de Uber, que funcionaba a las mil maravillas.
A los diez meses de existencia, Uber tenía ya 5.000 choferes afiliados, y ahora, al cumplir un año, ya supera los 6.000. Muchos usuarios del servicio tienen auto propio, pero contratan los afiliados al sistema para ir a fiestas y reuniones en las que se bebe alcohol, sorteando así los controles del espirómetro. Otros lo usan para ir a trabajar en zonas donde ya es imposible encontrar lugar para estacionar, compartiéndolo con sus compañeros de trabajo.
Al fin de cuentas nadie perdió, todos ganaron, y se confirmó la anécdota del Rey Canuto, el rey absoluto, que fue a la playa y desde el borde del mar le dio órdenes a las olas que no lo mojaran. Y terminó empapado.
Es que con la mano invisible no se puede jugar a la pulseada, porque siempre es ella la que la gana.