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    La maravillosa sensualidad del volumen: Fernando Botero murió a los 91 años en Mónaco

    Fue el artista latinoamericano de mayor repercusión internacional

    Nació en Medellín, Antioquia, en 1932, pero se podría decir que Fernando Botero no fue solo colombiano, sino un ciudadano del mundo que residió en varias ciudades. Algo similar ocurre con sus pinturas, albergadas en los grandes museos, o con sus esculturas que se exhiben al aire libre, en plazas, parques y espacios públicos donde se hablan distintas lenguas. Posiblemente Botero sea el artista latinoamericano de mayor repercusión internacional, cuyas obras se reconocen sin que se necesite ver su firma por su marcada estética de grandes dimensiones, de personajes “inflados” y de redondeces exageradas que no son otra cosa que su búsqueda de sensualidad en el volumen.

    En sus pinturas y esculturas hay ironía y simpatía, pero también una gran expresividad para representar problemas humanos y sociales. El artista reconocido además por su gran generosidad, que donó su colección al Museo Botero del Banco de la República de Bogotá y parte de su producción pictórica al Museo de Antioquía en Medellín, murió el viernes 15 en Mónaco, a los 91 años.

    Toda la grandeza que alcanzó en su vida contrasta con su origen sumamente humilde. Su padre, David Botero, era vendedor ambulante a caballo y murió de un infarto al nacer el menor de sus hijos. Entonces la familia quedó a cargo de la madre, Flora Angulo, que era costurera. Botero fue básicamente autodidacta, aunque estudió un tiempo en la Academia de San Fernando en Madrid y en la de San Marcos en Florencia. Pero él mismo contaba que aprendió mirando obras de artes en libros o postales. Sus primeros trabajos conocidos fueron ilustraciones que publicó en el suplemento literario El Colombiano, de Antioquia. También en aquellos inicios pintó retratos, paisajes y escenas costumbristas.

    A finales de los años 50 ya era un joven artista reconocido que mostraba una obra figurativa atractiva. Hay que detenerse en su primera obra maestra, La Camera degli sposi (Homenaje a Mantegna), de 1958, ganadora del Salón Nacional de Artistas Colombianos. Allí comenzó su abordaje de los grupos familiares a través de personajes monumentales con una pincelada expresionista. Esa distorsión del cuerpo humano como señal de una determinada situación social o interior también fue experimentada por otros artistas latinoamericanos, como Luis Felipe Noé en Argentina.

    De una generación anterior, el artista uruguayo Clarel Neme (Rivera, 1926-Montevideo, 2004) también pintó con ironía personajes gordos por lo general sentados en torno a una mesa frente a abundantes alimentos.

    La pintura El viudo (1968, ver foto), obra que alberga el Malba, tiene también la temática familiar, que recuerda Las meninas de Velázquez, pero en la visión de Botero es una tragicomedia, con la esposa muerta de cara redonda en un portarretrato y uno de los niños montado encima del perro, también gordo y enorme. Él mismo clasificó a su arte figurativo como “forma expresiva divergente”.

    La evocación y la reinterpretación de obras clásicas en las que aparece la familia es otra de las constantes en su obra. El viudo, fue la entrada de Botero al mercado de Nueva York. Además de la familia, en sus pinturas hay militares, personajes de la Iglesia, santos, burdeles, músicos, bailarines y él mismo en sus autorretratos.

    En Nueva York se instaló en 1960. En esos momentos se imponía el expresionismo abstracto, que lo influyó de alguna manera en su pincelada agresiva y sus tonalidades fuertes. En ese momento creó series, entre ellas, la de Los niños de Vallecas en homenaje a Diego Velázquez.

    La orquesta, 1991, colección del artista. Foto: Fernando Botero

    En su obra hay rastros de Durero, de Rubens, del muralismo mexicano, de Goya, entre otros artistas. Su estilo figurativo iba a contracorriente de las vanguardias de los años 60, pero en 1962 se organizó en Estados Unidos su primera exposición, que abrió para Botero muestras en ese país y en Europa y Colombia. En 1969 expuso en París y allí comenzó su itinerario continuo entre Bogotá, Nueva York y Europa.

    Cuando su fama estaba aumentando, nació en 1970 su hijo Pedro, en Nueva York, que murió de forma trágica a los cuatro años debido a un accidente de tránsito con Botero en España. El triste acontecimiento significó un quiebre en su vida y en su obra. El Museo de Antioquia tiene una sala permanente con el nombre Pedrito Botero que exhibe las obras donadas por el artista.

    Trabajó el óleo, el pastel y la acuarela y también el dibujo en carbonilla, lápiz, sobre lienzo y papel. Pero su otra gran vertiente son las esculturas que realizó en bronce con diversas pátinas o en mármol de Carrara. Las produjo mayormente entre 1976-1977 y son las obras que los visitantes ven en las calles del mundo. La inmensidad llena de curvas y rollos vuelven suave el material, como sucede en El pájaro, escultura ubicada en el parque San Antonio de Medellín en homenaje a las víctimas de un ataque terrorista que ocurrió en 1995. Pero sus esculturas pueden verse en varios países latinoamericanos y al otro lado del Atlántico. Mujer con espejo está en la plaza de Colón de Madrid, Rapto de Europa en el Aeropuerto de Barajas; El caballo en el Aeropuerto de Barcelona y Gato en la rambla del Raval. En Lisboa está Maternidad, en el jardín dedicado a la cantante de fados Amália Rodrigues, y en el Exchange Square, cerca de la estación de Liverpool Street, está su Venus cubierta con un manto. En Mónaco, lugar de una de sus residencias, Adán y Eva, entre naranjos, tulipanes, palmeras y fuentes, se erigen en los jardines de Montecarlo.

    Uruguay recibió obras de Botero en una exposición de sus pinturas de 1998, exhibida en el Museo Nacional de Artes Visuales. En 2013, se conoció otro costado de su obra: el dibujo. La muestra se llamó Dibujos sobre tela y papel y se expuso en el Museo Blanes. Allí se pudieron conocer sus trabajos en papel, tela, tiza, pasteles, acuarelas y dibujos en blanco y negro o en colores suaves.

    A veces, criticado por los réditos económicos que le dejó su obra, Botero no escuchaba esas “críticas”, seguía produciendo vertiginosamente y donando su obra a instituciones o vendiéndola en importantes casas de subastas en las que alcanzaron precios inigualables para un artista vivo y contemporáneo.

    Él a veces contestaba con humor cuando le preguntaban sobre su imparable producción: “Trabajo ocho o 10 horas por día, incluso domingos, y generalmente parado. Si después tengo un compromiso social, lo primero que hago es buscar una silla”.