El nada despreciable poder de fuego de 704 armas, 468 de ellas cortas, 218 largas y miles de municiones. Así estaba compuesto el arsenal encontrado gracias a un incendio asaz sospechoso en una casa del barrio Aires Puros, en medio de la disputa electoral de 2009, en la cual uno de los candidatos a la Presidencia era el ex guerrillero José Mujica.
Mirado con ojos de 2014, aquello suena a prehistoria, sobre todo si se considera que a pesar del sospechoso incendio, la extraña muerte de un policía y del contador Saúl Feldman, dueño del armamento y víctima de un síndrome de acopio, las investigaciones no pudieron probar vinculación política, ni que el fuego fuera provocado para que estallara como parte de las armas de persuasión electoral, y que además los blancos perdieron la elección.
Otros momentos calientes de aquella campaña de hace cinco años fueron declaraciones de los presidenciables y de otros candidatos de los principales partidos que trataron de usar artillería retórica pesada, cada uno agitando sus propios fantasmas. Unos eran acusados de “neoliberales” y “corruptos” y otros de poco fiables y también corruptos.
Clima de (relativo) respeto.
“La percepción generalizada es que la campaña política actual se está desarrollando en un clima de relativo respeto”, según una encuesta de Cifra. Del total de los entrevistados el 9% cree que la campaña es muy respetuosa, y otro 53% considera que es más bien respetuosa. “Los que opinan que la campaña es más bien poco respetuosa son otro 25% y aquellos que consideran que no es respetuosa para nada son solo el 5%. En resumen, 62% para el lado más bien respetuoso, 30% para el lado opuesto”, explica un informe de la consultora especial para Búsqueda.
“Estos datos contrastan con los resultados de la misma pregunta realizada en setiembre de 2009, a la misma altura de la campaña anterior. En aquel momento la percepción era prácticamente opuesta: solo un 2% creía que se trataba de una campaña muy respetuosa, y otro 14% decía que era más bien respetuosa; la gran mayoría consideraba que no lo era, el 61% la evaluaba como poco respetuosa y otro 20% indicaba que no era respetuosa para nada. Lo que ahora es 62 a 30%, en 2009 era al revés, 16 a 81%”, añade.
“Carne podrida”.
En las elecciones en la cuales Mujica se enfrentó con Luis Alberto Lacalle, Pedro Bordaberry y Pablo Mieres, los golpes fuertes comenzaron desde el propio oficialismo, como cortina de humo de los problemas internos, porque la fórmula Mujica-Astori fue muy trabajosa y los oponentes arrancaron primero.
El entonces candidato Mujica, con su especial estilo, reconoció ante periodistas haber “envuelto en carne podrida” algunos mensajes para hacer olvidar los problemas internos del Frente Amplio, apelando a los antecedentes de presunta corrupción del gobierno blanco encabezado por Lacalle entre 1990 y 1995.
Los blancos, que sufrieron luego los errores de campaña de Lacalle, en especial la apelación a la metáfora de la motosierra para reducir gasto público, a su vez apelaron a atemorizar a los inversores para el caso de que ganara el tupamaro y a la incapacidad del candidato. “Mujica no pudo con el Ministerio de Ganadería, ¿cómo va a poder con el país?”, dijo entonces el líder de Alianza Nacional, Jorge Larrañaga.
“Las empresas serias huyen de los países gobernados por coimeros”, contraatacó entonces Mujica. Sobre el ex intendente de Paysandú afirmó que le había tocado “hacer de perrito faldero”.
Del otro lado no faltaron las alusiones al pasado armado del candidato del Frente. El diputado blanco Pablo Iturralde recordó que integrantes del gobierno “mataron, secuestraron y robaron”, y desafió: “¿Qué hicieron con ese dinero? ¿Compraron chacras? ¡Que lo digan!”.
Otro legislador blanco, Jorge Gandini, trajo a colación los casos de corrupción del contador Juan Carlos Bengoa, ligado a Danilo Astori, y de la esposa del senador Eleuterio Fernández Huidobro, vinculada a las maniobras con la limpieza del Hospital Maciel durante el primer gobierno del Frente Amplio.
Con un estilo menos “por la positiva” que el empleado en esta campaña por Luis Lacalle Pou, los lugartenientes de su padre, como el senador Luis Alberto Heber, apelaron en 2009 al argumento de que se está “frente a una fuerza política que no cree en la Policía, que ha combatido a la Policía, o que se sintió combatida por la Policía, que no cree en el orden, en la seguridad, en la represión, que a veces es inevitable”. Heber hizo referencia a que el luego ministro del Interior, Eduardo Bonomi, “asesinó por la espalda en una parada de ómnibus a un policía”, en alusión al ex guardiacárcel Rodolfo Leoncino, que los tupamaros mataron en enero de 1972.
En 2014 no faltaron amenazas de “juego sucio”, “campaña de inventos” y nuevas apelaciones a actos de corrupción en uno u otro bando, pero ayudada por el estilo de los candidatos, la confrontación está ocurriendo por carriles mucho más caballerescos y también con menos entusiasmo.
Una denuncia de la fórmula colorada en el sentido de que los blancos querían canjear su voto para un fideicomiso en la Junta Departamental de Salto a cambio de no recibir críticas en la campaña fue rechazada por “extorsión” por parte de Bordaberry (Búsqueda Nº 1.781), pero horas después desactivada en una reunión bilateral entre este y Lacalle Pou.
Aunque para las últimas semanas de campaña están previstas algunas operaciones políticas, los analistas no esperan grandes sorpresas.
La investigación de Cifra concluyó que “en términos generales la campaña pasada fue percibida por el electorado como mucho más agresiva. Ya desde las internas, en las que hubo competencia tanto en el Partido Nacional como en el Frente Amplio, hubo más conflicto visible entre dirigentes del mismo partido”.
“Luego —continúa la consultora—, ya confirmados los candidatos, las disputas más visibles se produjeron entre los líderes de los diferentes partidos, aunque también hubo entredichos intrapartidarios, sobre todo con la publicación de ‘Pepe Coloquios’, que provocó muchos enojos en filas del Frente”.
“En esta campaña, en cambio, el único que tuvo una elección interna competitiva fue el Partido Nacional, ninguno de los precandidatos blancos adoptó un estilo agresivo respecto a su contrincante interno, e incluso la consigna explícita de Lacalle Pou era evitar el ataque. Luego de las internas, hubo algún incidente entre candidatos, pero muy rápidamente los principales líderes (incluyendo los candidatos presidenciales) ‘bajaron la pelota al piso’, y hasta ahora no se ha producido la escalada de acusaciones que caracterizó al período previo a octubre 2009”, describe Cifra.
“La opinión sobre el clima de la campaña 2014 —sostiene el informe de la consultora que dirige Luis Eduardo González— es muy consensual. En todos los grupos la amplia mayoría considera que es respetuosa. Tienden a percibir menos respeto los más jóvenes, los menores de 30 años, para quienes esta es la primera (o segunda) campaña que siguen. En este grupo el 41% piensa que la campaña es poco o nada respetuosa. Los montevideanos son algo más críticos que los uruguayos del interior: el 35% de los primeros y solo el 26% de los segundos sienten que el nivel no es respetuoso. Las diferencias pueden deberse a que los montevideanos están más expuestos al debate electoral y a la cobertura de los medios, o a que efectivamente hay diferencias en el tono de la campaña en la capital y en el resto del país”.
“¿Es mejor una campaña percibida como respetuosa que una ‘de enchastre’?”, se pregunta el estudio de Cifra. Y responde: “Los expertos en campañas electorales tienen diferentes opiniones al respecto, y algunos asesores internacionales famosos construyen su ‘estrategia ganadora’ en base a la difusión de rumores y/o información negativa sobre los demás candidatos. Desde el punto de vista del régimen democrático, sin embargo, la evidencia sugiere que si los partidos encaran las campañas como una guerra donde ‘todo vale’, luego es muy difícil, tanto para la mayoría como para las minorías, construir un gobierno que funcione”.