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Fue educado por una abuela supercatólica que era como “Piper Laurie en Carrie”. Su película favorita es La novia de Frankenstein (1935), de James Whale, en la que el monstruo interpretado por Boris Karloff tropieza con el amor. Tiene una gran experiencia en maquillajes y efectos especiales, y uno de sus profesores fue Dick Smith (El exorcista, Scanners, Estados alterados). En los 80 formó su propia compañía, Necropia, para diseñar vampiros, zombies y criaturas de todo tipo y tamaño. Se entiende por qué el director, guionista y productor mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964), actualmente radicado en Los Ángeles, ama a los monstruos. Es que sencillamente se crio rodeado de ellos.
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Su primer largometraje en Hollywood fue Mimic, con Mira Sorvino, sobre un horrendo bicho mutante. Para darle un toque gótico a la Guerra Civil Española, hizo El espinazo del diablo con… fantasmas, y después El laberinto del fauno, con otras variaciones mitológicas. Como le divierten los ejecutores de vampiros, dirigió Blade II, con Wesley Snipes. Y como ama a los héroes monstruosos de los cómics, se encargó de Hellboy I y II, en las que descollaba Ron Perlman, un actor que por su propia naturaleza necesita menos maquillaje que el resto de sus colegas.
La forma del agua sigue por la senda de fantasía —a esta altura un surco de tractor— del cineasta mexicano. Ambientada en los 60, en plena Guerra Fría, tiene muchas cosas, demasiadas: para empezar, un monstruo verde que ha sido cazado en el Amazonas, donde los nativos lo trataban como a una deidad (“les tiraban ofrendas y porquerías al agua”, dice el cazador en una clara alusión a un culto de tipo umbandista). El arquetípico bicho de laguna que en el cine de terror clase C ataca a la mujer ligera de ropas. Del Toro lo usa como representante de lo diferente, bien políticamente correcto y al día.
Seguimos con una solitaria empleada de la limpieza, muda (Sally Hawkins), cuyo único amigo es un solitario homosexual, dibujante publicitario (Richard Jenkins), que sufre la caída del negocio debido al auge de la fotografía, un tipo que vive recluido con sus libros y sus gatos y apenas sale a comer una tarta. Ambos alquilan unos modestos departamentos en el piso superior de un cine que tiene muy poco público. Vayan llevando: solitarios, diferentes, deidades umbandistas, salas de cine semivacías…
Me olvidaba: la soledad de la mudita es mitigada por unos buenos baños de inmersión con su consecuente masturbación.
Pero hay mucho más. La mudita trabaja en un extraño centro de operaciones militares y tiene como compañera y amiga a una afroamericana (Octavia Spencer) cuyo marido es un imbécil que no hace nada ni sirve para nada. Cuando su mujer cocina y suena el timbre, él, que está sentado viendo la tele, le pide que además abra la puerta.
A ese centro de operaciones —o laboratorio experimental— llega un cargamento ultrasecreto que contiene a la criatura verdosa y escamosa sumergida en un tanque de agua salada. La criatura es estudiada como conejillo de Indias para un eventual viaje espacial en la carrera contra la Unión Soviética. Y el malo de turno es un trajeado hombre de negro (Michael Shannon, quién si no) que anda con un palo eléctrico (y lo lleva incluso al baño), con el que da choques a la criatura. También conduce un Cadillac último modelo, color turquesa, con aire acondicionado y cromados pulidos a mano.
Me olvidaba: por allí hay un científico de confusos intereses (Michael Stuhlbarg, de memorable actuación en Un hombre serio, de los Coen), que será un factor detonante en la historia.
Por lo visto, además de los freaks, que son sus amigos, Del Toro también ama el clásico cine de entretenimiento hollywoodense, con predilección por los musicales. Por lo tanto, tenemos una veta de amistad entre diferentes, un espacio para el amor con la mudita y la criatura verde, los oscuros agentes norteamericanos y los no menos oscuros soviéticos, una sala de cine semivacía en la que irrumpe la criatura y queda embelesada ante las imágenes de la pantalla… En fin, no se puede negar que Del Toro se mueve y hace mover a sus personajes, embellece escenas y juega con la banda sonora, al punto de incluir un numerito musical del tipo La bella y la bestia.
Es difícil dirigir un baile con monstruos, romance, sexo, espías, fantasía, violencia, racismo, un Cadillac cromado y salas de cine semivacías, sin que la cosa no suene pretenciosa, no se desborde (justo en esta película, que habla de la forma del agua), o no se exceda, o no se disperse, o no derrape hacia la cuneta. Un multigénero monstruoso: aventuras, drama, fantasía, horror, romance, thriller…
Me olvidaba: La forma del agua tiene 13 nominaciones de la Academia de Hollywood, entre ellas mejor película, mejor director (ya se llevó un Globo de Oro en ese rubro), mejor guion original, mejor actriz, mejor actor secundario, mejor actriz secundaria, mejor banda sonora (ya se llevó un Globo de Oro)… Y faltan seis más.
La forma del agua (The Shape of Water). EE.UU., 2017. Dirección: Guillermo del Toro. Guion: Guillermo del Toro y Vanessa Taylor. Duración: 123 minutos.