N° 2051 - 19 al 25 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs muy fácil aislarse. Parece un contrasentido llegar a esta conclusión en tiempos de exceso de información, redes sociales, teléfonos inteligentes y pantallas por todos los rincones. Pero así es. Nunca fue tan sencillo elegir qué mirar y qué personas escuchar o leer. Basta con un clic para optar solo por unos pocos y dejar a miles afuera. Antes era inevitable tener que enfrentarse a diario con alguien en las antípodas de nuestro pensamiento. Ahora es posible pasar semanas enteras sin exponerse a los que se ubican en la vereda de enfrente.
Por más irónico que parezca, el aumento de información y comunicación habilitó a que todo sea más compartimentado y a que la realidad pueda terminar siendo una construcción bastante estrecha. También puede ser mucho más abarcativa, la tecnología posibilita que eso dependa de cada uno. Pero suelen ser pocos los que optan por someterse a noticias u opiniones que les provocan disgusto.
El problema surge cuando las personas se terminan creyendo que ese mundo que eligen consumir es la realidad o, peor todavía, la única realidad. Entonces llegan las negaciones, los “hechos aislados”, los episodios que “no son representativos” o el supuesto mundo “de los medios” a contramano de la “mayoría de las personas”.
Ocurre en casi todos los ámbitos, aunque los más evidentes y perjudiciales son los relacionados con el poder. Cuanto más alta sea la responsabilidad del gobernante, más posibilidades tendrá de aislarse. En la cúspide, el mundo empieza a ser el creado por los jerarcas allegados o por informes de adulones, lo que puede generar una visión distorsionada de la realidad o directamente servir para negarla.
Al presidente Tabaré Vázquez le pasó en algunos aspectos. Si hay algo que ha tenido Vázquez a lo largo de toda su vida es contacto con la realidad. Le sobra “boliche”. Es una de las tantas razones por las que logró ser elegido presidente en dos oportunidades, transformándose así en uno de los políticos más importantes de la historia reciente de Uruguay. Fue quien inició el período del Frente Amplio en el poder pero también será el que le ponga fin. Su segundo gobierno tiene una parte de responsabilidad en la derrota, relacionada con un alejamiento progresivo de la realidad. Al menos en dos aspectos Vázquez y su círculo más cercano prefirieron negar lo que era evidente.
El primero refiere a los problemas de seguridad que han ido en aumento en los últimos años. Es obvio que la responsabilidad al respecto no es exclusiva del gobierno de turno. Lo que está detrás del incremento generalizado de los delitos violentos tiene poco de coyuntural, su raíz es más profunda. Hace muchos años que se viene gestando lo que hoy estamos sufriendo.
Pero el problema existe. Es. Se podrá interpretar de muchas maneras, pero está y ha crecido considerablemente en los últimos años. No hay forma de negarlo. Pululan las armas de fuego por todos lados. Los jóvenes se matan entre ellos por estupideces. Las disputas se arreglan a los tiros. Una persona tira seis disparos a una multitud por una camiseta. La vida vale cada vez menos y las víctimas muchas veces son inocentes. Aumentan los homicidios y también las rapiñas. Las cárceles están a tope pero no disminuye la delincuencia. Por lo contrario, los recintos de reclutamiento funcionan como una escuela de perfeccionamiento en las técnicas para cometer delitos y de odio hacia el “sistema”.
Por supuesto que no todo es culpa del Poder Ejecutivo y mucho menos de Vázquez. Pero hay algo en lo que sí tiene responsabilidad el presidente: la falta de reacción. Debió haber cambiado de ministro del Interior como señal política. Que Eduardo Bonomi termine 10 años como secretario de Estado y Jorge Vázquez como subsecretario transmite la idea de que no evaluó de forma correcta el problema. Y el oficialismo lo pagó caro. En contrapartida, otros —con Cabildo Abierto a la cabeza— utilizaron esa falencia para sumar votos. Muchos votos.
El segundo caso de negación de la realidad es lo que ocurrió con las protestas del campo, encabezadas por el movimiento Un Solo Uruguay. El gobierno de Vázquez no dio importancia a ese descontento que sumaba más y más adeptos día tras día. Lo interpretó como una simple acción electoral.
Después de meses, aceptó formar una mesa de diálogo y recibir a sus delegados, pero siempre con la idea de que no representaban a la realidad. Es más, Vázquez hasta lo hizo explícito cuando después de una de las reuniones los desafió: “Nos vemos en las urnas”. Y el Frente Amplio perdió las elecciones, en gran medida, por el interior del país y muy especialmente por el campo. Eso muestran los números. La mayor sangría de votos del oficialismo fue en lugares donde el movimiento Un Solo Uruguay se hizo fuerte.
Vázquez y su gobierno no son los únicos responsables de la derrota. La fórmula elegida por el oficialismo no fue atractiva para muchos indecisos, algunos dirigentes no adoptaron el protagonismo necesario y, por encima de todo, la propuesta de la oposición fue creíble y atractiva. Pero negar la realidad en aspectos tan importantes como la economía o la seguridad siempre tiene secuelas. A favor o en contra, lindas o feas, buenas o malas, las cosas son como son y no asumirlas es el peor camino.
Ahora es otro el gobierno que se hará cargo. El presidente electo Luis Lacalle Pou tiene experiencia sobre las consecuencias de no leer correctamente la realidad. Le pasó en 2014 cuando pensó que ganaba y perdió feo. En los últimos cinco años corrigió el camino y los resultados están a la vista.
La etapa más difícil recién comienza y varios integrantes del futuro gabinete están dando señales confusas. La culpa no siempre es de la prensa o de los opositores o de las feministas o de los que están en contra de Cabildo Abierto, como han argumentado en los últimos días. Cuando algo está mal, está mal, por más excusas que se busquen. De lo contrario, habrá que concluir que la negación de la realidad es la única política de Estado que siempre sobrevive.