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    La noche en que la rambla estalló

    Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura

    Con cuatro espectáculos internacionales, que se brindaron en forma gratuita, al aire libre y en simultáneo en puntos estratégicos de la rambla, se inauguró el viernes 11 “Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura 2013”. Búsqueda hizo una recorrida desde Punta Gorda al Cerro, entre una marea humana que asistió con entusiasmo a las diversas propuestas.

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    Al caer el sol, Punta Gorda se llenó de gente. Parejas, gente sola, barras de amigos y familias con bebés en carritos. No estaba muy claro dónde estaba el escenario en el que tocaría la banda bahiana Olodum. Tampoco había carteles que lo indicaran y, como suele suceder, la masa fue encontrando la ruta y demarcando el camino como las hormigas de las que habla Charly García en su famoso rap. Un pasaje con escalera hacia el mar nos llevó hacia la rambla que da al este, junto a la bonita Playa Verde y el Club Náutico de fondo.

    Para empezar, el espacio para el público era demasiado angosto, entre vereda y vereda, por lo que la multitud se fue acumulando hacia atrás. Eso no hubiera sido un problema si la visual del escenario hubiese estado libre, pero la estructura metálica de la cabina de control de audio y luces impedía ver a los músicos y hubo que conformarse con la pantalla gigante. Pero lo peor no fue eso, sino que no se oía.

    Desde la mayor parte del predio solo se escuchaba un ruido asordinado. Los altavoces funcionaban a muy bajo volumen y la torre instalada a unos cien metros del escenario parecía apagada. Después de unos quince minutos y a pocos metros, se comenzó a sentir un murmullo lejanamente bahiano y se percibió la melodía de “Samba reggae”, aquel hit de Jimmy Cliff junto a la banda brasileña.

    Además, una pésima decisión logística puso en riesgo la integridad física

    de decenas de espectadores. Una veintena de gabinetes portátiles estaba alineada junto al muro que separa la acera de las rocas, tres metros más abajo, e instalada muy cerca del escenario. Entonces, los que estaban atrás debían adentrarse en la marea humana para llegar. Como los músicos se veían parcialmente entre los fierros de la cabina de sonido, muchos se subieron a los techos de los baños, arriesgando una caída hacia las rocas a todas luces evitable.

    Luego de diez minutos de rambla, atrás quedaba Olodum con sordina y fierros. Entonces, como un regalo, llegó Bajofondo.

    A saltar con los de negro.

    “Qué grosso es estar acá en esta casa con el río atrás. Qué importante Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura. Siempre volver es lo mejor”, dijo Gustavo Santaolalla como saludo a la multitud que se había reunido frente a la rambla en la zona de Kibón. Ya hacía varios temas que el público había comenzado a bailar al ritmo de Bajofondo, banda a la que recibió con una fuerte ovación. Es que este colectivo rioplatense, creado por Santaolalla (El Palomar, Argentina, 1951) y Juan Campodónico (Montevideo, 1971) transmite una energía contagiosa y nadie puede quedarse quieto al escucharlo.

    Entre el público de todas las edades se entreveraban vecinos con sillas de playa, familias con niños, vendedores ambulantes, gente descalza y en traje de baño y muchos jóvenes que se apiñaron en las canteras de césped y la calle. Antes del espectáculo había actuado el DJ Pablo Bonilla, quien participa de “Campo”, el CD solista de Campodónico.

    Integrado también por Luciano Supervielle (teclados), Javier Casalla (violín), Martín Ferrés (bandoneón), Gabriel Casacuberta (bajo), Adrián Sosa (batería) y Verónica Loza (encargada de las imágenes que se proyectan en vivo al ritmo de la música), Bajofondo interpretó algunos temas de “Presente”, el álbum que lanzará en marzo. Con elaborados arreglos de cuerdas y más mixtura de tango, rock, hip hop, electrónica, jazz, música clásica, folclore y hasta disco, en este nuevo disco hay un mayor protagonismo de la voz de sus integrantes, que no es el aspecto más fuerte del grupo. Una muestra en el espectáculo fue “Pena en mi corazón”, que cantó Santaolalla con su voz ronca, y “Cuesta arriba”, interpretado por Sosa, el baterista que se inaugura como cantante.

    Pero lo que el público espera de Bajofondo es su música fusionada, el contrapunto entre violín y bandoneón (“¿cómo pueden tocar mientras saltan?”, le preguntó una señora a su acompañante) y su pasaje de la suave melodía del tango tradicional a la música frenética.

    El grupo es una máquina y sus espectáculos en vivo nunca fallan. El momento de máximo entusiasmo llegó con “El mareo”, que Santaolalla dedicó a Gustavo Cerati, “Grand guignol” y el rapeado “Miles de pasajeros”. Cuando interpretaron “Pa’ bailar”, ya se habían formado rondas de jóvenes que saltaban entre la gente, y hasta el vendedor de flores sacudía los ramos al compás del tango. Pero el toque singular lo dieron con unas estrofas futboleras acompañadas por un bombo a cargo de Supervielle: “Nosotros somos de Argentina y Uruguay / Los que nos quieren imitar no nos pueden igualar / Les falta huevos a la hora de tocar”.

    La misma fórmula.

    Vuelta al auto y otro raid de diez minutos, hasta los canteros de Bulevar Artigas, desde donde se oía fuerte y claro el rugido de Molotov. Frente al Golf, más de cincuenta mil personas escuchaban al Tito, al Huidos y al Randy, los mexicuates que demostraron una vez más que el rock and roll se está transformando demasiado peligrosamente en el género musical más conservador del panorama mundial. En las inmediaciones, otros miles disfrutaban, ajenos a la música, sobre el pasto o el cemento, de otros placeres de la vida tan respetables como la música.

    Como tantas bandas de aquí, allá y más allá, los autores de “Voto Latino” siguen cabalgando con la misma montura de hace diez y de hace 15 años. Guitarras contundentes, ásperas, bajo machacante, batería al palo y voces frenéticas, furiosas, muy enojadas. Está muy bien como banda sonora para una etapa determinante de la vida, como es la adolescencia y la temprana juventud, pero salvando algunas novedades de repertorio, Molotov fue un calco de lo de 2001 en el Teatro de Verano y 2004 en el Velódromo. El cierre, con “Mátate teté” y “Puto”, fue una prueba elocuente de que el cóctel sigue siendo explosivo, pero la evolución musical no está entre las prioridades de Molotov.

    La culta y la cumbia.

    Rambla y accesos, al límite de la velocidad permitida, permitieron llegar al epílogo de La 33 en la Playa del Cerro.

    Un gran escenario, situado en el extremo de la playa, con las ruinas del viejo Frigorífico Nacional de fondo, frente al parque Vaz Ferreira. Allí, con un sonido estupendo y una puesta en escena de primera, una señora orquesta de salsa poblada de músicos soberbios, contagió al público —mayoritariamente compuesto por residentes del Cerro, La Teja, Belvedere, Casabó, Pajas Blancas y otros barrios del oeste montevideano— la alegría genuina de la música cuando está bien tocada y desde la autenticidad.

    La 33 demostró una vez más, por si acaso alguno aún lo duda, que no existen géneros de primera y de segunda. Existen buenos y malos músicos, buenas y malas composiciones, tanto en el rock como en el jazz, en la culta como en la cumbia. Como la mayoría concurrió a pie, no hubo embotellamientos, sino que apenas una fila de ómnibus que esperaban para devolver al público a sus hogares. El resto se retiró manso, caminando por las calles de la villa. Igual que en el resto de los espectáculos de la rambla, todos se fueron comentando lo buena (o casi) que estuvo la fiesta.