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    La nostalgia y la voz

    Nº 2214 - 23 de Febrero al 1 de Marzo de 2023

    Nostalgia, tristeza por lo perdido, añoranza. Cuando esos conmovedores sentimientos se hacen poema, alguien ha escrito una elegía. Y, en esencia, el tango lo es.

    Homero Manzi escribió la letra de Sur en 1948 —en mi opinión la cumbre del tango canción— cuando ya se sabía atravesado por la enfermedad que lo llevaría a la muerte tres años después. Y lo hizo persuadido de que ese tango era para una voz.

    Pavese, con su tímida ternura escondida, hubiese escrito: Tus ojos serán una palabra inútil,/ un grito callado, un silencio./ Así los ves cada mañana,/ cuando sola te inclinas ante el espejo. Herrera y Reissig, envuelto en el simbolismo francés, hubiese escrito:¡Oh, hermano, cuánta luz en esos ojos/ que se apagaron de alumbrarnos tanto! Hermann Hesse, distante, místico, escéptico, hubiese escrito: Aquí y allá fulgor y claridades;/ más allá, al fondo, azules, las tinieblas,/ espectrales reflejos cristalinos,/ cirios píos y el rabo del demonio. Y Borges, el grande, hubiese escrito: He nombrado los sitios/ donde se desparrama la ternura,/ y estoy solo y conmigo.

    Manzi eligió escribir, y uno lo imagina caminando calles de tierra, mirando el cielo que va oscureciendo, rodeado de melenas, ojos claros, amigos y casas que ya no están: San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido./ Pompeya y al llegar al terraplén,/ tus veinte años temblando de cariño,/ bajo el beso que entonces te robé…

    Manzi y Troilo se conocieron en el restorán La Emiliana en 1942. Sus creaciones son aportes invaluables a la historia del tango, sólidos como la inmediata amistad que surgió entre ambos. Cinco —y pueden ser más— tienen valor de obras maestras: Barrio de tango, Romance de barrio, Sur, Che bandoneón y Discepolín. Nunca discutieron pese a que Troilo supo modificar melodías para ajustarse mejor a una letra, y Manzi, con el mismo espíritu, corrigió algunos de sus versos.

    Pero en torno a Sur hay un detalle que no es conocido por todos: Manzi le dijo que había pensado ese tango para la voz de Edmundo Rivero y quería que su amigo lo grabara con él. Dos detalles: Rivero, entonces, ya era un solista consagrado y los cantores de Troilo eran Goyeneche y Cárdenas; por otra parte, el poeta, con el pianista Lipesker, fue a casa de Nelly Omar, su amor prohibido, para que le diera su opinión y le entregara la partitura a Rivero, un buen amigo de la cantante. Nelly cumplió el pedido, aunque como en esos días viajaba a cantar a Montevideo, fue, en realidad, la que estrenó aquella obra maestra en nuestra capital. Empero, aún corriendo 1948, Troilo arregló con los intérpretes de su orquesta e hizo la primera y magistral grabación de Sur con Rivero.

    Algo habría en el interior de Manzi porque aquella grabación —y otras que Troilo hizo con Edmundo, como la muy famosa de su actuación en el Teatro Colón— fue un impacto que generó, primero, un cierto temor de muchos cantantes de hacer sus propias interpretaciones y, después, aparecieron algunas escasas versiones —Julio Sosa, Floreal Ruiz, Susana Rinaldi, entre pocas más— porque fue, y sobre todo a partir de la muerte del poeta, una suerte de bendición celestial que iluminó a Rivero: nadie, nunca, cantó Sur como él. Es que, al hacerlo, parecía consustanciarse hasta las lágrimas con aquel inicial deseo de Manzi de que “este tango es para Edmundo y no otro”.

    Regresando a la nostalgia plasmada maravillosamente en esta obra, José Gobello escribió: “Lo que evoca Homero es un paisaje suburbano perdido, que todos hemos vivido, pero quedó atrás cuando la vida nos llevó por otros caminos, y en este caso es el paisaje de su propia adolescencia y, tal vez, de algún primer amor perdido”.

    Héctor Chupita Stamponi recordó una significativa anécdota. Cierto día, conversando con Ernesto Sábato, este, de pronto, le dijo: “Daría toda mi obra por el privilegio de ser el autor de Sur”.

    Según Oscar del Priore, ese cierre que confiesa …todo ha muerto, ya lo sé, contiene la más triste de las certezas. Manzi sabía que iba a morir pronto y tan joven: cuarenta y cuatro años.

    Troilo, ahogado por la tristeza de la pérdida de su entrañable amigo, se escondió en un pensamiento que no es tan difícil descifrar: Homero estaba en el misterio…

    Y Rivero me confesó que siempre sintió que Sur era él, de algún modo. Nunca lo cantó sin una profunda emoción y, ya veterano y con la voz ajada, antes de salir al escenario de El Viejo Almacén tomaba un tazón de tilo con hierbas, que lo ayudaba mucho, porque si no cantaba ese tango le incendiaban el lugar.