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    La política es a la vez “ventaja comparativa” y traba a reformas

    “Apostar a lo que funciona”, como las escuelas de tiempo completo, “tal vez tiene la mejor chance de cambiar algo” en materia de desafíos a largo plazo para el país, dice representante saliente del Banco Mundial en Uruguay

    “Hay una alta probabilidad de que Uruguay sea más próspero, más equitativo y también más moderno. No es un deseo, es la proyección que hago” para dentro de una década, dice Peter Siegenthaler, el saliente jefe de la oficina del Banco Mundial (BM) en Montevideo.

    Con la perspectiva de una gestión que en cantidad de días es casi idéntica a la de José Mujica en la Presidencia, este economista suizo piensa que la “estabilidad, un sistema político y una institucionalidad que funcionan” son la “ventaja comparativa número uno del país”. Pero señala que al mismo tiempo son cuestiones políticas las que obstaculizan las grandes reformas y por ello sugiere “apostar” a los programas específicos que muestran buenos resultados como “la mejor chance de cambiar algo”.

    Como parte de la rotación habitual, Siegenthaler dejará su posición de representante del BM en Uruguay a mediados de este mes y será sustituido por la rumana Ruxandra Burdescu. A continuación un extracto de la entrevista que mantuvo con Búsqueda.

    —En documentos que entregó el BM en reuniones con el gobierno electo en febrero de 2010 se señalaba entre otras cosas que los alumnos del sistema educativo uruguayo lo que “saben es comparativamente poco”, se sugería dotar de “mayor autonomía” a las escuelas, reformar AFE, y que se vendiera un “número limitado de acciones” de los entes en la Bolsa de Valores. También recomendaba la creación de una “regla fiscal” para “proteger la sostenibilidad” ¿Cómo ve las cosas con la perspectiva de estos tres años y medio?

    —No es mi rol calificar el avance de estos asuntos. De todos modos, si bien estos temas siguen en la agenda, no es que no se hizo nada en estas áreas.

    Pero proyectando, las perspectivas del país son muy buenas. Si pienso de aquí a 10 años, hay una alta probabilidad de que Uruguay sea más próspero, más equitativo y también más moderno. No es un deseo, es la proyección que hago.

    Uruguay tiene una estabilidad, un sistema político y una institucionalidad que funcionan, básicamente, donde se pueden tomar decisiones. Esa sigue siendo la ventaja comparativa número uno del país, comparando con otros.

    Por otro lado, hubo una modernización de la economía, en aspectos que no se ven necesariamente en las estadísticas. Si se miran los datos de comercio exterior, los cinco principales rubros son commodities, pero hay una economía moderna que está emergiendo en sectores tradicionales —como la agricultura— y en otros nuevos. Hay por ejemplo una dinámica impresionante en el software y es posible lograr un crecimiento exponencial.

    Otro punto es la agenda social. Ahí sí, las cifras de la pobreza y el índice de Gini muestran una mejora impresionante y se destacan en la región.

    Todo esto da un fundamento para avanzar.

    —¿Qué desafíos quedan por delante?

    —No voy a decir nada novedoso.

    La educación —en la dimensión de los recursos humanos y también social— y la infraestructura son tal vez los retos más importantes para el país hoy. En esta última área hay un cuello de botella: tenemos un programa de más de U$S 500 millones con el Ministerio de Transporte para rutas cuyas metas no son para mejorar la calidad sino para frenar la caída. Esto permite dimensionar el desafío en infraestructura, sobre todo pensando que se mantiene la senda de expansión de la economía.

    En este campo se requiere buscar soluciones creativas. Es obvio que el presupuesto no es suficiente y tendría que ser una prioridad movilizar recursos privados; hay bonos de infraestructura u otros instrumentos, que faltaría explorar más. En esta administración el gran logro era introducir el marco para los proyectos de participación público-privada. Quizás había una expectativa de que hubiera varios proyectos... pero bueno, está el marco.

    Hay otros desafíos más específicos.

    En materia social hubo logros muy importantes en materia de expansión de la protección social y la cobertura de salud. Pero es un desafío llevar esto a un próximo nivel y tiene que ver con la eficiencia de los programas — pensando también en la sostenibilidad financiera—, en su focalización y con la coordinación de varios programas. En algunos aspectos ya se está avanzando.

    Otro desafío es la calidad del gasto, y sobre todo mejorar los resultados de los diferentes programas, medirlos y evaluarlos. No es algo que no esté en agenda y de hecho hay varias iniciativas en tal sentido, pero se puede hacer más. Son reformas para que la gente sepa mejor en qué se gasta y para qué se gasta.

    Hay más, pero otro desafío es el tema de la vulnerabilidad externa del país.

    Obviamente, la situación de la deuda y de las finanzas públicas está mucho más robusta frente a shocks externos, y también lo está el sector financiero. Pero Uruguay es una pequeña economía abierta y tendrá que pensar en otros instrumentos, como el seguro climático; el clima es otro aspecto que hace vulnerable al país. Son temas que estamos discutiendo con el Ministerio de Ganadería.

    —Usted destacaba como la principal ventaja comparativa de Uruguay que su sistema político y la institucionalidad funcionan. Si es así, ¿por qué siguen sin resolverse los problemas en la eduación y la infraestructura, en torno a los cuales hay consenso que son prioritarios?

    —El tema fundamentalmente es político, político y económico. Yo observo, yo leo, yo escucho... pero nuestro valor agregado no es comentar esto.

    Apostar a lo que funciona sería una propuesta que tal vez tiene la mejor chance de cambiar algo.

    Nosotros trabajamos con el programa de escuelas de tiempo completo. Ese modelo tiene buenos resultados, y hay evaluaciones que así lo demuestran. Esas escuelas tienen menores índices de repetición y mayor aprendizaje. También la formación de los maestros ha mostrado buenos resultados; son pasos, no muy espectaculares.

    Puede ser algo así, puede ser algo afuera del sector público. También traer experiencias del exterior. No lo digo de forma simplista.

    —¿Lo que plantea, entonces, es no pretender grandes reformas sino trabajar sobre la base de programas que demuestran ser exitosos?

    —Todos comparten que se requieren cambios drásticos y urgentes. Lo que trato de decir es que las reformas más fundamentales o completas tienen mucho elemento político sobre lo cual yo no puedo contribuir mucho.

    Donde hoy mismo se puede hacer algo, y de hecho se está haciendo, es tratar de expandir y multiplicar lo que funciona. Esto no necesariamente reemplaza lo otro.

    —Dice que funciona bien el sistema político, pero al mismo tiempo asegura que son cuestiones políticas las que frenan cambios. ¿Cómo se explica esto?

    —Todo es relativo y mi balance en ese sentido es de una observación de tres años y medio. Sí hay conflictos, y ahora es la temporada, pero al final se encuentran acuerdos. Incluso en los Consejos de Salarios se discute mucho, pero es una institucionalidad que generalmente funciona, y esto no ocurre en otros países.

    Hay en todas las áreas una base de confianza y de colaboración. Esto no es un análisis muy profundo, pero yo he tenido mucho de este tipo de experiencias.

    —¿En estos años sintió frustración por la lentitud de las decisiones por parte del gobierno en torno a programas con el banco o en su ejecución?

    —Claro, sí, porque uno quiere hacer las cosas hoy, mañana, y no pasado mañana. Las cosas con el sistema público, con el cual trabajamos, pueden no andar muy rápido, pero uno casi siempre tiene la certeza de cómo seguirán los pasos. Puede que lleve más tiempo del esperado, pero al final se concretan.

    Más allá de esto, de los resultados sobre la colaboración del BM y con el país hay mucho para mostrar. Cumplimos con todo lo previsto en la estrategia acordada con el país y todavía más. Hubo programas de créditos, y también mucha asistencia y cooperación.