Un asunto bien interesante y que merece ser analizado es la popularidad que parece haber alcanzado el presidente Mujica en diversos círculos y medios del exterior.
Un asunto bien interesante y que merece ser analizado es la popularidad que parece haber alcanzado el presidente Mujica en diversos círculos y medios del exterior.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáA nuestro juicio, dicha popularidad se debe a que Mujica, por su estilo de vida, va contra la corriente predominante en la actualidad en Occidente: el hedonismo. El diccionario de la Real Academia define al hedonismo como: “Doctrina que proclama como fin supremo de la vida la consecución del placer”. En términos prácticos la forma más notoria de expresión de esa filosofía de la vida es lo que llamamos el consumismo.
La grandeza de Occidente no fue alcanzada a través del hedonismo. Al contrario, fue alcanzada a través de la negación del hedonismo. Recordemos que los senadores romanos si querían avanzar en sus carreras debían salir a comandar tropas contra los enemigos de Roma. Julio César era abogado y senador. Más adelante, ¿acaso Martín Lutero y Calvino no se irguieron contra la corrupción de Roma?
Ante la crisis pavorosa que sacude a buena parte de Occidente y que se traduce en una falta de crecimiento económico es natural que tanto a nivel de élites como de masas se comiencen a cuestionar los valores que mueven a esas sociedades. Mujica precisamente por su idiosincrasia simboliza el antihedonismo.
La paradoja de todo ello es que precisamente el consumismo, al estimular la oferta de bienes económicos, puede ayudar a superar la crisis. La austeridad y el ascetismo, aunque virtudes loables, no estimulan el crecimiento económico como sí lo hace el consumismo. Sin embargo hay sociedades muy exitosas y austeras que aprovechan la demanda externa, es decir el consumismo ajeno, para crecer. La dificultad es que si todos hicieran lo mismo esa salida no funcionaría.
La crisis de valores sobrevuela el problema.
Ernesto Jiménez Quesada