N° 2049 - 05 al 11 de Diciembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSer periodista asignado a la cobertura del Partido Nacional en 1999 era una tarea intensa, desbordante de tanto material. Casi no hay años tranquilos para la colectividad política fundada por Manuel Oribe pero en esos tiempos los conflictos internos, las acusaciones de corrupción y el surgimiento de nuevos sectores pautaban un quiebre importante con respecto al pasado. Hacía menos de cinco años que Luis Alberto Lacalle Herrera no era más presidente y su competidor Juan Andrés Ramírez procuraba desplazarlo del liderazgo del partido recurriendo a métodos muy confrontativos, por decir lo menos. Una batalla que parecía de película, ideal para el despliegue mediático.
Pero, con la claridad de las dos décadas transcurridas, esa fue solo una anécdota de lo que se gestó en los últimos meses del siglo pasado. También en esa campaña electoral surgió la Lista 400, comandada por Julia Pou, esposa de Lacalle Herrera. Luego de que el expresidente blanco le ganó la interna a Ramírez, fue Julita el centro del debate. Algunos de los herreristas con más años de militancia se quejaban de su excesivo protagonismo y los medios se referían al “factor Julita” como la gran novedad del proceso eleccionario.
Además de Julia Pou, dos dirigentes fueron electos como diputados por esa lista, uno por Canelones y otra por Montevideo. El primero fue Luis Lacalle Pou y la segunda Beatriz Argimón. Así fue que ambos iniciaron desde el Parlamento un largo camino político que hoy los consagra como futuros presidente y vicepresidenta de la República. Todo empezó en la Lista 400, con el “factor Julita” mediante, atravesando un temporal interno estruendoso.
En aquel crucial 1999, Lacalle Herrera resolvió apoyar a su mujer y su incursión en política pese a las duras resistencias. Es la “sagrada familia”, ironizaban sus oponentes internos para referirse a los Lacalle, primero por lo bajo y después públicamente. Algunos de los blancos, heridos por la situación, decían que la “sagrada familia” se había apoderado del Partido Nacional y del otro lado se hablaba de traiciones y de celos injustificados. Recuerdo una reunión en Moviecenter del Montevideo Shopping en la que todos bromeaban sobre la feroz competencia interna con las películas Hombre de familia —atribuida a los lacallistas— y Pollitos en fuga —en referencia a los disidentes—, ambas en cartel en aquel momento. La campaña electoral culminó con los nacionalistas en tercer lugar, detrás del Frente Amplio y del Partido Colorado.
Lacalle, derrotado, llamó entonces a los blancos a votar a Jorge Batlle y consiguió que lo hicieran. Luego logró recomponerse y 10 años después volvió a ser el candidato presidencial único del Partido Nacional. Llegó incluso a disputar la segunda vuelta electoral con el tupamaro José Mujica. Perdió por un margen importante pero trató de que la derrota no fuera en vano. Concluyó, según dijo en una entrevista con Búsqueda, que había una parte de la sociedad uruguaya que no lo entendía y que él tampoco la entendía a ella. Se preparó para ser espectador de lo nuevo.
Tenía con qué esperar esos tiempos que avanzaban delante de sus ojos y que ya no lo incluían como protagonista. En 1999 había apoyado con fervor a su esposa y a su hijo para que se sumaran a la arena política y ahora era Lacalle Pou el que estaba casi pronto para jugar el partido de fondo.
Ya en la campaña de 1999, al otro día de que Juan Andrés Ramírez realizara graves denuncias en su contra en el programa Agenda confidencial de Canal 12, Lacalle Herrera eligió a su hijo como forma de contestarle. En un acto en Las Piedras, al finalizar su discurso, lo abrazó en el estrado y reivindicó el honor del apellido de ambos. “No hay orgullo más grande para un blanco que tener un hijo blanco”, aseguró. “Vas a ver que llegará muy lejos”, me dijo al bajarse del escenario aquella noche.
Veinte años después, solo 20 años y unos meses después, Lacalle Pou asumirá como presidente de la República. Desde un lugar y con un perfil muy distinto al de su padre, ya que en ningún momento eligió quedarse bajo su sombra. La comunicación política entre ambos se desarrolló en muchos casos por carta y no siempre el hijo siguió el consejo de su progenitor. Si fuera por Lacalle Herrera, la primera postulación presidencial de Lacalle Pou tendría que haber sido ahora y no en 2014.
Pero el padre sí acató como un soldado de la causa lo solicitado por su hijo. Cuando a mediados de 2013 Lacalle Pou resolvió que iba a ser precandidato presidencial, al mismo tiempo tomó la decisión de pedirle que diera un paso al costado y pusiera punto final a su actividad pública, como lo anunció Búsqueda en la edición del 13 de marzo de 2014. Le reclamó que le cediera la cabecera de la mesa principal luego de más de 40 años de haberla ocupado él. Y le pidió además que ni siquiera permaneciera entre los comensales.
Era lógico y comprensible el planteo, pero difícil de cumplir para alguien con la personalidad de Lacalle Herrera. Para él, la política es la vida. No concibe otra forma de ser. Desde que se levanta hasta que se acuesta está pensando en esas cuestiones. Es un pasional de su tarea y la vive con una dedicación abrumadora.
Por eso es destacable su retiro durante todos estos años. Varias veces procuré tentarlo con una entrevista, pero siempre hizo primar el objetivo último que ahora celebra. Esperó hasta que su hijo confirmara el triunfo para mostrarse públicamente en un acto partidario. Cumplió sin desvíos la tarea que le fue encomendada para esta nueva etapa política y familiar: el silencio.
Hoy está disfrutando de los resultados. Será el primer expresidente en los casi 200 años de historia de Uruguay que logra ver cómo su hijo luce la banda presidencial en su pecho. Ocupará un lugar de mayor privilegio que el que ya había logrado al ser el primer presidente de la República blanco del siglo XX. Y el 1º de marzo llegarán la emoción, la alegría y los recuerdos después de tanta ansiedad contenida. Merecida recompensa.