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La sociedad uruguaya “se niega a creer” que es racista y eso dificulta implementar medidas para combatir la discriminación
El director del Mides Federico Graña defiende la imposición de cuotas para que las personas afro accedan a cargos en el Estado: “La meritocracia es la excusa que tiene el sistema capitalista para justificarse”
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Más de 600 funcionarios de distintos organismos del Estado recibieron en los últimos años una serie de pequeños folletos referidos a la situación de las personas afrodescendientes y a la normativa que los ampara para tener una consideración especial al competir por un cargo público.
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Esta estrategia de difusión es parte de un programa para capacitar a los funcionarios en el tema. La respuesta ha sido variada. “Hay gente que se niega a creer la existencia del racismo”, dice Federico Graña, director de Promoción Sociocultural del Ministerio de Desarrollo Social (Mides). “La primera barrera es ‘¿por qué me estás tocando el mundo Heidi en el que vivo? Yo no puedo ser responsable de esto’”, agrega quien la semana pasada encabezó la tercera edición del Mes de la Afrodescendencia.
La Ley Nº 19.122, de agosto de 2013, reconoció que la población afrodescendiente ha sido discriminada en el país y propuso mecanismos para realizar “acciones afirmativas”, como por ejemplo reservar el 8% de los llamados a ocupar cargos públicos para ese grupo de personas. Sin embargo, a cinco años de aprobada, la norma no se cumple: el último informe de la Oficina Nacional de Servicio Civil reveló que ingresaron al Estado 361 afrodescendientes, solo el 2,06% del total.
Uno de los problemas que explican estos números tan bajos es “la negación del uruguayo promedio” de que en el país hay “racismo”, evalúa Graña. Eso se suma al hecho de que a lo largo de la historia ha habido un pensamiento de “superioridad” de las personas de raza blanca.
Graña dijo a Búsqueda que es “peligroso” el discurso que critica las cuotas en los llamados y apuesta a la “meritocracia”, porque la población afrodescendiente tiene una situación de desigualdad respecto a los demás. Los números, afirma, avalan esta situación: entre los afrodescendientes hay más pobreza y menor nivel educativo que en el resto de la población, lo que deriva en peores empleos.
—Al presentar la tercera edición del Mes de la Afrodescendencia, usted planteó que a casi cinco años de votada la ley el Estado no cumple con el 100% de la cuota de personas afro para los cargos públicos. ¿A qué se debe?
—Hay dos o tres nudos que son la base de este problema. El primero es la negación del uruguayo promedio del racismo. Y, sobre todo, cuando hablo de promedio me refiero a los decisores, que normalmente no somos afro y estamos muy lejanos a la realidad cotidiana de estas personas. Es una negación histórica. A tal punto es esto, que hasta el año 2006 nunca la variable étnico-racial estuvo en alguna consulta del Estado. Y lo pongo con dos o tres figuras. Cuando se habla de la mejor época del Uruguay se hace referencia a los años 40 o 50. En esos años, una de las personas más visibles de la comunidad afro, a los ocho años dejó la escuela, y pasó a ser empleada con cama, en el país de las vacas gordas, y fue Rosa Luna. Ella no es la excepción. Es la historia de las mujeres afro en la década de los 50.
Lo segundo es que todo eso permea en el pensamiento. Hay que ver si se es consciente de que existe un proceso de mentalidad que alguna vez se basó en la superioridad y que se va deconstruyendo a lo largo del tiempo. Después está otro discurso que es muy peligroso, que es el de la falsa meritocracia. Tenemos algunas referencias afro que se basan en el discurso de que “yo llegué”. ¿Entonces por qué se duplica la pobreza en las personas afro? En el año 2006, el 88% de los gurises afro de 12 y 13 años habían terminado la escuela, entre los no afro el porcentaje era del 95%. Y eso por algo es; tiene que ver por un lado con el racismo y por otro lado con el reflejo del racismo, que es que una persona no se sienta sujeto de derecho. No esperamos ver a un grado cinco afro. Y no hay. El no cuestionarnos eso como sociedad es lo que genera la falta de compromiso para dictar las propias normativas.
—¿Pero por qué el Estado no cumple con la cuota?
—Uno podrá tener la visión que quiera del Estado, pero quienes estamos en la función pública, vamos y venimos. Es mentira que tenés el poder. ¿Por qué? Porque tenés una estructura de personas que tenés que convencer de verdad para que cumplan con la normativa. Entonces, cuando realmente aceptás el racismo y aceptás que vos sos parte de un proceso de práctica racista, que mis ancestros fueron los que permitieron la esclavitud y soy responsable de ese proceso, entonces sabés que tenés algo para modificar. En cambio, si vos creés que no existe el racismo, no te cuestionás por qué tienen bajo rendimiento educativo, por qué tienen como referente solamente a artistas o deportistas; si no hiciste este proceso de análisis vas a concluir que ellos son pobres porque quieren, y les gusta el tamboril y el vino. Y esas son bestialidades que uno escucha del uruguayo promedio. Este trabajo es muy profundo, muy capilar, que es convencer, convencer, desgastar, desgastar esa cabeza, esa mentalidad que justifica la desigualdad y en los momentos más tensos es cuando surgen los peores pensamientos. Por ejemplo, asociar lo afro al delito o a la inferioridad.
“Cuando realmente aceptás el racismo y aceptás que vos sos parte de un proceso de práctica racista, que mis ancestros fueron los que permitieron la esclavitud y soy responsable de ese proceso, entonces sabés que tenés algo para modificar”.
—Usted habló de que se ha capacitado a 600 funcionarios. ¿Cómo han reaccionado a esta idea?
—Hay de todo. Hay gente que se niega a creer la existencia del racismo. Les mostrás los números y te dicen que eso no es racismo. ¿Entonces esto por qué sucede? ¿Por arte de magia? La primera barrera es “¿por qué me estás tocando el mundo Heidi en el que vivo? Yo no puedo ser responsable de esto”. La Oficina Nacional de Servicio Civil (ONSC) se tomó el tema seriamente; hemos laburado y nos hemos complementado en los informes. ¿Cuál es el cometido de una acción afirmativa? Que toda la sociedad piense por qué tenemos necesidad de hacerla, el generar y cambiar nuestras prácticas culturales respecto a nuestra percepción, nuestros prejuicios, que impiden el desarrollo de muchas personas afro en el país y ahí sí hacer cumplir la ley como una herramienta. Si no hacés todo ese otro proceso, solo es un trámite burocrático que cuando es tomado así, funciona o no funciona.Tenemos desafíos que tienen que ver con procesos que vienen de dos lados. Tenemos problemas cuando hablamos de cargos de profesionales. Los cargos más numerosos son los de administrativos, donde hay 15 o 20 lugares. Ahí entra claramente la cuota. Pero en cargos técnicos vas a llamar a uno o dos y hay problemas para cumplir. Por eso estamos generando una base de datos de los profesionales afro que hay en Uruguay para informarles cuando hay llamados. Porque esa brecha económica y educativa hace que haya pocos universitarios afro.
—Otro de los problemas que ha mencionado es el incumplimiento en las intendencias.
—Es que no tenés un control desde el Estado central para poder sancionar. La ONSC introdujo en la Rendición de Cuentas del año pasado un mecanismo que le permite sancionar a los organismos de la administración central y a los entes que no cumplan. Pero con los gobiernos departamentales no se puede. Ahí hay autonomía, hay que ver qué mecanismos se pueden construir. Por ejemplo, se podrían construir mecanismos vinculados a los beneficios que tienen desde el gobierno central quienes cumplen o no cumplen con la ley.
'Estamos generando una base de datos de los profesionales afro que hay en Uruguay para informarles cuando hay llamados. Porque esa brecha económica y educativa hace que haya pocos universitarios afro”.
—Hace unos instantes usted hablaba de la meritocracia, y es común escuchar críticas sobre por qué establecer cuotas para personas afro en lugar de dar un trato igual para todos. ¿Qué responde a esas críticas?
—El otro día escuchaba al jugador de fútbol Iván Alonso, que tiene un proyecto sobre Ecocinema que nosotros apoyamos, y él hizo un paralelismo tan fácil que destruye el discurso meritocrático: se le pide los mismos resultados a gente que tiene distintas oportunidades. ¿En ese escenario me hablan de meritocracia? La meritocracia es la excusa que tiene el sistema capitalista para justificarse. Eso no quiere decir que no haya que trabajar, eso no quiere decir que no haya que esforzarse. No hablo de eso. Lo que digo es: cuando a vos te muestran los números y te dicen que el 1% de la población mundial concentra lo que el otro 99% tiene por el otro lado, cuando te dicen que la población afro a escala mundial duplica la pobreza, cuando te dicen que las mujeres ganan un 30% menos, cuando te dicen que las personas trans tienen un 35% de desocupación y el 85% está ocupada en el comercio sexual, no hay meritocracia que valga. Ahí hay desigualdades estructurales que marcan esos destinos. El problema es cuando el malo no es el “rico McPato”, sino que vos sos parte de eso, y está complejo de aceptar. Uno de los entramados más interesantes es cómo articulás esas desigualdades. Tenés hombres pobres blancos que se sienten superiores a los hombres negros, mujeres que se sienten superiores a los hombres pobres, tenés una cantidad de premios y compensaciones. Cuando ves la desigualdad se complementa con una de género, de raza.
—Usted habla de convencer y no de imponer estos cambios. ¿Cómo piensan trabajar eso?
—Podés imponer cuando hay una norma. Pero para que el cambio sea profundo, la gente tiene que estar convencida. Entonces, lo primero que tenemos que hacer es asumir que el racismo existe y podemos hacer cosas para cambiarlo, y quizás no lo vamos a ver en profundidad. Estamos construyendo algo que puede modificar por lo menos los niveles de acceso a otros grados de desarrollo de una parte de la población afro del país que va a generar que haya otros referentes, otros modelos, y esos son procesos de ampliación de derechos, y generar sujetos de derecho.