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    La tragedia del pescador de Aldeburgh

    Arte eterno: “Peter Grimes”, la ópera de Benjamin Britten, uno de los compositores británicos más importantes del siglo XX

    Hijo de un hogar de clase media sin apremios económicos, su padre era dentista y su madre una cantante destacada, Benjamin Britten (1913-1976) aprendió armonía antes que gramática, gracias a la obsesiva educación musical que le procurara su madre, quien no solo supo captar las innegables dotes de su hijo, sino que además estaba convencida de que sería la cuarta “B” después de Bach, Beethoven y Brahms. En su juventud estudió con Frank Bridge, y luego usufructuó becas del Royal College Music de Londres y de la BBC. Admirador de Alban Berg, Igor Stravinsky, Gustav Holst y Dimitri Shostakovich, Britten fue un hombre de personalidad atormentada y de carácter solitario, en gran parte debido a su condición homosexual, que nunca ocultó.

    El año 1937 es clave en su vida afectiva. El mismo año muere su madre y conoce al tenor Peter Pears (1910-1986), quien será su pareja hasta el fin de sus días. Entre 1939 y 1943 vive con Pears en Nueva York, huyendo del clima sofocante de la Europa en guerra. De ese período son sus ciclos de canciones “Las Iluminaciones”, sobre poemas de Rimbaud; los “Siete sonetos de Miguel Angel” y la “Serenata” para tenor, corno y cuerdas, todos compuestos para Pears y estrenados por este. De ese período es también una suerte de opereta, “Paul Bunyan”, que Britten compone por encargo de la Universidad de Columbia en 1941 en colaboración con su amigo y coterráneo, el poeta Wystan Hugh Auden (1907-1973), quien también había recalado en Nueva York en 1939. Un año después conoce al famoso director de la Sinfónica de Boston Serge Koussevitzky, que lo anima a emprender la tarea de componer una ópera de mayor alcance. El propio Koussevitzky, que presidía la Fundación que llevaba su nombre, gestiona y obtiene una beca para que Britten pueda dedicarse a trabajar en esa ópera, despreocupándose de las necesidades financieras del día a día. Britten resuelve entonces volver a Inglaterra en 1943, donde comenzará a componer Peter Grimes, que se estrenará el 7 de junio de 1945, un mes después de terminada la II Guerra Mundial, en el teatro Sadler Wells de Londres, con enorme suceso de crítica y público.

    Mucho de la personalidad de Britten estaba reñido con lo que era la moda en la posguerra: su pacifismo, su simpatía por las ideas de izquierda y especialmente su homosexualidad, confesa desde siempre. Gran parte de su obra fue creada para lucimiento de su compañero Peter Pears que, dicho sea de paso, fue un eximio intérprete de esa obra y también de otros autores. No es casual que la última ópera de Britten, “Muerte en Venecia”, compuesta en 1973 y basada en la novela de Thomas Mann, rinda tributo a ese texto que aborda el tema de los trastornos psicológicos producto del deseo, aunque enfocado en las tribulaciones de un hombre próximo a morir, frente al atractivo de un efebo que se pasea diariamente ante su vista.

    Pero nada de todo eso impidió a Britten triunfar con su innegable talento y terminar siendo una respetabilísima figura de la cultura inglesa. “Yo creo en las raíces, en los vínculos, en la educación, en las relaciones personales. No escribo para la posteridad, quiero que mi música sea útil a la gente y disfrutada por ella”, declaró en una conferencia. Es indiscutiblemente uno de los músicos ingleses más importantes del siglo XX, con un catálogo de casi cien obras que transitan por todos los géneros.

    Peter Grimes no es solo la piedra fundamental sobre la que Britten construirá su prestigio de gran compositor de ópera; es quizás la obra más perdurable y lograda de todo lo que ha escrito. Pocas creaciones están tan enraizadas en un lugar. Ese lugar es Aldeburgh, un pueblito de pescadores de la costa este de Inglaterra. Allí nació el poeta George Cra-bbe (1754-1832), quien en 1810 escribió el libro de 24 poemas narrativos “The borough” (que puede traducirse como el pueblo o la aldea). Uno de esos poemas, titulado “Peter Grimes”, es el que inspira a Britten para su ópera. Aldeburgh es además el pueblo donde Britten vivió la mayor parte de su vida. Allí estrenó muchas de sus obras y en 1948, con Peter Pears, fundaron el Festival Aldeburgh, una suerte de anti Bayreuth con un enfoque sobriamente intimista, por oposición a la grandiosidad del famoso festival wagneriano. En el cementerio de Aldeburgh yacen hoy en tumbas contiguas los restos de Britten y de Pears.

    El poema de Crabbe cuenta la historia —dicen que verídica— de Peter Grimes, un pescador detestado en el pueblo por su temperamento agresivo, que además era sospechoso de haber asesinado a su padre y a dos jóvenes aprendices que habían trabajado embarcados con él. Un tercer aprendiz muere a bordo durante una tormenta y nadie en el pueblo cree que Grimes sea inocente, por lo que le prohíben contratar más jóvenes inexpertos que lo ayuden en su tarea de pesca. Enloquecido pero no arrepentido, muere en el albergue parroquial del pueblo.

    En una primera aproximación al esquema del libreto de la ópera, Britten y Pears conservaron esos trazos básicos del personaje pintado por Crabbe como asesino cruel y lineal, pero cuando finalmente decidieron confiar la tarea del libreto al dramaturgo y guionista cinematográfico Montagu Slater, este cambió el enfoque y sugirió una ambigüedad que enriquece al protagonista y por añadidura a la obra entera: Grimes podría ser sí un asesino, pero también puede ser la víctima de una sociedad intolerante de mente estrecha. Las pistas difusas en la obra sobre el sadismo y la sexualidad de Grimes adquieren así, en este nuevo enfoque de la lucha del individuo contra la turba enajenada, un valor simbólico que mucho apreciarán Britten y Pears, marcados como estaban en la sociedad británica por su homosexualidad. Valor simbólico que también aprecia Slater, creador literario de ese enfoque, quien como militante comunista sufría un desprecio y señalamiento similares.

    El eminente crítico de “The New Yorker” Alex Ross en su libro “The rest is noise” describe así la obra: “Todo en Grimes es ambiguo. En una primera aproximación parece ser una ópera anclada en la tradición del siglo XIX, con arias, dúos y partes de coro. Sin embargo, esas formas heredadas están casi siempre a punto de quebrarse vencidas por las emociones, como si el compositor supiera que esas pulsiones son demasiado complejas como para ser resueltas en canciones. Así, la obra presiona constantemente sobre las fronteras del género: tiene estallidos de canciones folclóricas, de opereta, de tonadas de vaudeville, de la fuerza y el empuje del musical americano y, al mismo tiempo, de disonancias propias del siglo XX. Al igual que Janacek, Britten intencionalmente iguala muchas veces la línea de canto con las cadencias de la conversación, o de la oratoria, o de la discusión”. Y en una de sus notas en la citada revista, agrega: “Grimes se destaca con facilidad entre las óperas del siglo XX, no solo porque la música es diabólicamente buena, sino porque la conjunción de música y letra impulsan un vigoroso debate sobre los hechos que ocurren en escena. El espectador es arrastrado hacia el tumulto apenas se levanta el telón y finalmente abandona la sala sintiéndose altamente estimulado, pese a que el viaje que acaba de hacer ha sido de una oscuridad rara vez alcanzada por el teatro”.

    La ópera tiene tres actos divididos cada uno en dos escenas. Tiene además la particularidad de comenzar con un prólogo y de reunir seis interludios orquestales, de manera que si bien hay pausas en el canto, no hay cortes en el desarrollo dramático, que es sostenido por la música durante esos interludios. El esquema es el siguiente: Prólogo – Interludio I – Primer acto, escena 1 – Interludio II – Escena 2 – Interludio III – Segundo acto, escena 1 – Interludio IV – Escena 2 – Interludio V – Tercer acto, escena 1 – Interludio VI – Escena 2. No existen posibilidades de abandonar la butaca durante 150 minutos y, si la versión está bien lograda, puede asegurarse que nadie tendrá interés en hacerlo.

    El prólogo entra de lleno en materia. Grimes comparece ante el Juez (Swallow) que investiga la muerte de un joven aprendiz de pesca a bordo del bote de aquel. El pueblo colma las gradas. Pocas líneas de música y de texto alcanzan para trazar el manto de sospecha sobre el protagonista, el chismerío del pueblo sobre su culpabilidad, el amor de una maestra (Ellen Orford) que con su cariño pretende ayudarlo a rehacer su vida y finalmente la conclusión del juez de que el joven murió accidentalmente. La duda queda instalada: ¿Grimes es asesino o víctima de la calumnia? Y así continuará hasta el final de la obra. Una nueva muerte, esta sí claramente accidental, desatará la persecución frenética del pueblo y llevará a Grimes a extremos de angustia y locura que lo harán tomar su bote, internarse en el mar y hundirse con él.

    Hay varias versiones de la obra en CD y en DVD, aunque el necesario descarte hace recomendables solo dos. El Covent Garden hizo una producción de la ópera en 1975. Britten aún vivía y no ocultó su desaprobación sobre esa puesta, pese al lustre de su elenco: el tenor Jon Vickers (Peter Grimes), la soprano Heather Harper (Ellen Orford), el barítono Jonathan Summers (Ballstrode), la mezzo Elizabeth Bainbridge (Auntie) y Colin Davis al frente de la orquesta y coro de la Royal Opera House. Esa versión fue grabada en disco en 1978 (Philips) y luego en 1981 en DVD (Kultur) con una única variación en el elenco, donde el bajo barítono Norman Bailey reemplaza a Summers en el papel de Ballstrode.

    La segunda versión es en realidad primera en el tiempo (1969) pero última en aparecer en DVD (2008). Se trata de la grabación hecha en la sala de conciertos de Snape Maltings, en el mismo pueblo de Aldeburgh, entre el 24 y 28 de febrero de 1969. Fue una producción fílmica conjunta del sello Decca y de la BBC para la televisión y se emitió el 2 de noviembre del mismo año. En 2008 Decca Music Group lanzó el DVD de aquella cinta de 1969. Factores comunes de ambas versiones son Heather Harper (Ellen Orford) y Elizabeth Bainbridge (Auntie). Grimes es interpretado por Peter Pears y Ballstrode por Bryan Drake. Al frente de la Orquesta Sinfónica de Londres y del Coro Ambrosiano está el propio Benjamin Britten. La cinta original ha sido restaurada y remasterizada y sonido e imagen resultan óptimos.

    A juicio de quien esto escribe, esta versión de Decca-BBC puede catalogarse de canónica. Concebida y filmada para la televisión, tiene planos más vívidos y cinematográficos, eliminando la frontalidad más estática que la producida por el Covent Garden. En esta última, si bien Vickers hace un Grimes hosco y temible, estupendamente cantado y actuado en clave de rudeza y brutalidad, el Grimes de Peter Pears compensa una voz más ligera con una actuación de gran sutileza, donde el personaje alcanza por igual picos de orgullo y de desvalimiento, ganando así en la intencionada ambigüedad de los autores. Su Grimes es menos brutal y más vulnerable que el de Vickers. Pears tenía en ese entonces 59 años y conservaba la excelencia en su nivel de canto. Hay que apreciar la fineza y musicalidad con que hace “What harbour shelters peace” al final de la escena 1 del primer acto. En cuanto a Ellen Orford, difícilmente haya otra como Heather Harper. También ella se luce más en la versión de 1969, quizás porque su voz era diez años más joven que en la otra. El aria del tercer acto “Embroidery in childhood” es de las páginas más conmovedoras de toda la historia de la ópera y en la voz de Harper el canto progresa en escalones de asombro.

    El Coro Ambrosiano es otro punto a favor de la versión de 1969. Es de antología el frenético ostinato (Grimes is at his excercise) que el coro repite mientras los demás personajes hacen distintos comentarios, y luego la búsqueda que hace de Grimes gritando su nombre en fortissimo y después del último interludio orquestal repitiéndolo como un eco en pianissimo.

    En este DVD nunca se ve la orquesta ni a Britten dirigiendo. Durante los seis interludios instrumentales la pantalla exhibe imágenes abstractas de colores cambiantes que pueden representar el mar, la tormenta, las nubes, los colores o la acción misma del drama. Al principio parece una antigüedad estética, pero tiene la ventaja que permite concentrarse mejor en escuchar el notable discurso orquestal.

    La distancia de fuerza y conmoción que separa ambas versiones razonablemente debe atribuirse al hecho de que en la de 1969 el propio Britten estuviera en el podio. Numerosa discografía atestigua sus condiciones de gran director de orquesta, de obras propias y ajenas. Más allá de eso, la presencia de Britten y Pears seguro transmitió a toda la puesta una autenticidad y convicción indelegables.