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    La venta del ex Cine Teatro Plaza (I)

    1. No me caen bien las iglesias pentecostales porque utilizan a las personas fundamentalmente de bajos recursos y niveles educativos, en situaciones generalmente angustiantes, prometiéndoles milagros. Promueven y cultivan la ignorancia y la dependencia respecto al culto religioso, además de comprometer-presionar a los feligreses a pagar el diezmo, lo cual está asociado al milagro deseado.

    2. La compra, el arrendamiento o la construcción de este tipo de iglesias en el Centro de Montevideo obedece a varios factores, entre otros la decadencia de la zona como lugar de encuentro ciudadano, no revertida desde los años ochenta. Los shoppings desplazaron el espacio público histórico central —y lo siguen desplazando, con aumentos de superficies que hasta triplican la original, más las autorizaciones de nuevos proyectos, algunos en construcción—. El Centro solo tiene vida (caótica) en los días laborales. Cuando se escriba la historia urbanística de Montevideo en la segunda mitad del siglo XX, el apellido Lecueder deberá aparecer muy destacado, junto con el de aquellas personas públicas que asumieron la responsabilidad de autorizar sus inversiones.

    3. Ahora parece que el Cine Plaza (una obra arquitectónica muy singular del arquitecto Lorente Escudero) pasaría a manos de una iglesia pentecostal. Hay que interpretar esta situación como parte de un sistema que acepta la inversión privada en determinadas zonas en detrimento del incentivo en otras, generando así los centros de consumo poco ciudadanos que son los shoppings y sus alrededores. Eso incluye también la autorización de edificios de viviendas y corporativos, cuyos usuarios son los que alimentan de clientes a estos nuevos lugares de encuentro. En los shoppings y alrededores no hay vida de barrio, no hay vecinos, hay habitantes. Son los nuevos lugares de concentración de público, sin plazas con bancos, sin árboles, sin juegos gratuitos, sin monumentos, sin edificios históricos, sin bares con temperamento. Están signados por la presencia y el estatus de las marcas, por la incitación al consumo más que al encuentro, por el desarraigo de las identidades propias de cada territorio, pues todos se parecen a los que hay en otras partes del mundo, como los aeropuertos.

    4. Mientras tanto, los barrios de nivel medio y humilde bajaron su calidad de vida y perdieron a la clase media que residía en ellos, en favor de la vivienda en la costa o cerca de ella.

    5. Los cines que hubo por todos los barrios de Montevideo y en el interior, que hoy son tiendas, garajes, depósitos, sede del PIT-CNT, etc., entraron en crisis por varios motivos. La reconversión de las salas cinematográficas se llevó adelante a favor del razonable negocio multisalas, de menor capacidad cada una, con diversa programación simultánea y baja de costos por estar agrupadas. Pero su éxito comercial está asociado al fenómeno de los puntos 2 y 3.

    6. Nadie se rasgó las vestiduras cuando se perdieron los cines de barrio, excepto Jorge Abbondanza, que hace unos años dedicó al tema varias notas en Sábado Show. Habló del número de salas desaparecidas, así como del estrepitoso declive de la venta de entradas.

    7. Tal como se maneja, la eventual expropiación del Cine Plaza por el sector público refleja —una vez más— una visión centralista de la actividad cultural. Con la cifra que se maneja para la compra (cerca de cuatro millones de dólares) en barrios de Montevideo como Peñarol, Nuevo París o Maroñas, entre otros de la periferia, se podrían abrir cinco salas que incluyan funciones tanto de artes escénicas como de cine. Esa cifra también equivale a unas siete bibliotecas públicas mejor equipadas aún que la novel y notable del barrio Goes.

    8. El 90 % de las salas de artes escénicas de Montevideo se encuentran en el Centro. El porcentaje de ocupación de las salas en Montevideo ronda el 35 % anual. Es decir que un 65 % de las butacas no se ocupan. ¿Para qué contar con más salas públicas en el Centro si no hay clientes? Muy probablemente esa falta de clientes haya sido una de las razones por las cuales los propietarios del Cine Plaza decidieron abandonar el negocio del espectáculo, y tal vez la reapertura del Sodre —con 2.000 butacas, más confort, mejor acústica, visibilidad, escenario equipado y gestión competitiva— haya colaborado en la determinación. Ya viene sucediendo que muchos espectáculos del tipo de los que se presentaban en el Plaza lo están haciendo en el Sodre.

    9. Por último, vale la pena recordar que las políticas culturales progresistas deben contener un fuerte componente de equidad. La eventual compra del Plaza va en sentido contrario: se concentrarían recursos allí donde ya hay muchos. No se instalan escuelas, liceos, policlínicas, CAIF, Club de Niños, locales de pago de facturas, seccionales policiales, etc., próximos unos a otros, y del mismo modo correspondería orientar la política cultural. Los equipamientos culturales deberían estar racionalmente desconcentrados y con las subvenciones necesarias, realizando firmes y constantes tareas de educación de nuevos públicos. Y atención: los equipamientos de la periferia tendrían que guardar la misma calidad que los de nivel medio del Centro. No es moralmente justo brindar servicios pobres a los menos pudientes, como muchas veces se hace.

    Manuel Esmoris

    CI 1.530.424-3