En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Todo se inició con los sonidos del folclore norteño que salían de la guitarra de su padre. La semilla estuvo allí, en aquellos acordes que con el tiempo se convertirían en melodías, poemas y canciones que cantarían otros. Porque Washington Benavides —el Bocha, como todos lo conocían— fue uno de los poetas detrás del cancionero popular uruguayo que interpretaron con diferentes ritmos y estilos desde Numa Moraes, Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti a Eduardo Darnauchans, Jorge Galemire y la banda Buitres, además de su sobrino Carlos. Su vertiente popular se hizo sentir el domingo 24, cuando se supo que Benavides había muerto a los 87 años. Entonces el reconocimiento a su figura no se hizo esperar en las redes sociales, que se llenaron con sus versos y canciones.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Además de poeta (con más de 25 libros publicados), fue ensayista, crítico literario, traductor y un querido docente universitario y de Secundaria. Había nacido en Tacuarembó el 3 de marzo de 1930 con el nombre Atahualpa Washington Benavídez, pero él se cambió la “z” de su apellido por la “s”, como lo había hecho su padre Héctor. “Era un excepcional guitarrista, Lauro Ayestarán le grabó 40 temas, una especie de reservorio de la música tradicional norteña. De allí viene mi gusto por la música popular”, contó el poeta en 2010 en una entrevista con Búsqueda. Obligado por el asma, en su niñez dibujaba y leía mucho, y cuando cursó la escuela ya conocía varios clásicos.
En su departamento ejerció la labor docente tanto en el liceo como en el llamado Grupo de Tacuarembó, donde formó e impulsó a escritores y músicos que tuvieron una larga trayectoria artística. Allí escuchaban desde música clásica a discos de Larralde o de Bob Dylan. Entre sus integrantes estaba Numa Moraes, que así lo recordaba en una entrevista con Búsqueda: “Siempre digo que para un lugar como Tacuarembó tener a alguien como el Bocha es un lujo increíble, sobre todo para los jóvenes. Creo que en Treinta y Tres, Ruben Lena cumplió una función así. El Bocha fue como un imán. Ahí andábamos Eduardo Larbanois, Eduardo Lago, Eduardo Darnauchans, Víctor Cunha, Tomás de Mattos. El Bocha era excepcional, nos acercaba su poesía y la de otros en forma natural”.
Esa “forma natural” también la aplicaba en sus clases, que son recordadas con cariño por todos quienes fueron sus estudiantes. No le gustaba la visión académica de la literatura, ni la división entre arte culto y popular, sino que promovía el gusto por la lectura a través de la relación con otras vivencias y con la música. Y así lo hizo tanto en el liceo como en Facultad de Humanidades, donde enseñó Literatura Moderna y Contemporánea, y donde se sentía una especie de “paria” entre otros docentes universitarios.
“Cuando estábamos dando Noches blancas, de Dostoievski, escuchábamos Los sonidos del silencio, de Simon y Garfunkel. Les explicaba a los estudiantes que era lo mismo, que aquella soledad del tipo que no tenía ningún amigo vivo en su entorno, era la misma que la del tipo ‘muy particular’ de la canción. Si dábamos Romeo y Julieta, teníamos que escuchar la gran música del Barroco porque había una vinculación notoria”, explicó Benavides en la entrevista.
En su apartamento en el barrio Goes, donde recibía a la prensa, quedaron las huellas de su trayectoria: un laberinto de libros, casetes, discos de vinilo, fotografías, dibujos y afiches en estantes y paredes. Y en el living, un retrato de Darnauchans con una corona de espinas. Lo dibujó Pablo, el hijo de Benavides, igual que las portadas de muchos de sus libros.
El primero lo publicó en 1955 en una edición de autor que reeditó Yaugurú en 2012. Se llamó Tata Vizcacha y tuvo un debut violento porque los ejemplares fueron quemados en la Plaza 19 de Abril de Tacuarembó. Para esa obra se inspiró en el poeta norteamericano Edgar Lee Masters, creador de Spoon River, un pueblo literario pequeño en el que los muertos cuentan historias terribles de sus pobladores. “A mí no se me ocurrió matar a la gente, pero sí a través de falsos nombres presentar a las fuerzas vivas de Tacuarembó y a sus víctimas con distintos personajes. Usé epígrafes del Martín Fierro con el viejo Vizcacha, el personaje acomodaticio”, contó Benavides. El Movimiento de Acción Democrática de Tacuarembó publicó en diarios locales una proclama antisoviética y lideró la quema. “Yo no era militante de ningún partido de izquierda. Hicieron un acto en la plaza, cantaron el Himno y les prendieron fuego a todos los ejemplares que pudieron rescatar de las cuatro librerías de Tacuarembó. Era 1955 y estábamos en democracia”.
Uno de sus libros más valorados es Las milongas, de 1965, reeditado por Banda Oriental en 2016. Allí aparecen sus poemas-canciones más conocidos: La noche está muy oscura, Tanta vida en cuatro versos, Si digo Punta del Diablo o El instrumento. Otros de sus títulos fueron Finisterre (1985), El molino y el agua (1993, Premio Nacional y Municipal), Historias (1999, un libro de prosa poética), Biografía de Caín (2001) y más recientemente Durandarte Durandarte (2015), libro-disco con poemas de Benavides interpretados por Numa Moraes, y Selva Selvaggia (2017).
Su trayectoria fue reconocida por el MEC con el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual en 2012, y con el Morosoli de Oro de la fundación Lolita Rubial en 2014. En esta semana, Banda Oriental acaba de publicar el libro que Benavides había terminado en mayo: El doctor, el mago y el juglar, un texto que intercala versos, narración y prosa poética. Allí aparecen también sus heterónimos, con los que a veces firmaba sus obras.
El poeta, el docente y el compañero de toda la vida de Nené, su esposa, continuó en actividad hasta pocos meses antes de su muerte. “El tiempo está en los otros. (…) / El tiempo está en nosotros”, escribió en un poema de 1993. Con sabiduría, él supo guardar su tiempo en los versos de las coplas.