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    Lacalle Pou busca su camino mientras carga una rica historia familiar

    Luis Alberto Lacalle será el primer exmandatario en ver a su hijo asumir el cargo

    Un Fórmula 1 en boxes. Así definió Daniel Supervielle, luego integrante de su comando político, a Luis Alberto Alejandro Aparicio Lacalle Pou. La metonimia aludía a la posibilidad de que el ahora presidente electo —un abogado de 46 años egresado de la Universidad Católica que reside en un barrio privado canario y dedicó su vida adulta a la política— compitiera por la presidencia en las elecciones en 2014 o esperara a las siguientes.

    Entonces parecía que el wilsonista Jorge Larrañaga era el desafiante natural del Frente Amplio, pero la lucha política determinó que el bisnieto de Luis Alberto de Herrera y primer hijo varón de la exsenadora Julia Pou y del expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera ganara la interna del Partido Nacional, aunque luego sería derrotado por Tabaré Vázquez, que siempre se llevó muy bien con Lacalle Herrera pero fue duro contrincante del hijo.

    Supervielle contó en el libro La positiva. Los secretos de la campaña de Luis Lacalle Pou, el gesto “parricida” que hizo el entonces novel líder ante dirigentes políticos cercanos durante una reunión secreta que tuvo lugar en una estancia en el departamento de Flores, en el otoño de 2013, cuando este no había asumido que estaba ante la hora del relevo.

    —…Bueno, vamos a arrancar la reunión, que se hace tarde —dijo el padre al que desde chico llaman Cuqui.

    —Arrancamos cuando yo diga— retrucó fuerte el hijo.

    Recién luego de un largo silencio de todos los presentes, el padre pareció aceptar la nueva situación.

    —Bueno, esperemos entonces —dijo y pidió otro mate a su asistente Freddy Kuster.

    El peso familiar salta a la vista, aun sin contar al padre y al bisabuelo­, histórico caudillo blanco. Las diferencias entre padre e hijo no habían comenzado en las afueras de Trinidad. Tampoco la historia de esta dinastía de políticos que se remonta a 1749, cuando Antonio de Herrera dejó la pequeña ciudad andaluza de Jerez de la Frontera para probar suerte en Buenos Aires. Luis de Herrera e Izaguirre, luego de fracasar como empresario de saladeros, cruzó a la Banda Oriental en calidad de funcionario de la Real Hacienda.

    En 1811 simpatizó con los revolucionarios y fue expulsado por el virrey Francisco de Elío. Su hijo se casó con una heredera de Domingo Basabilbaso, que tenía un cargo importante en el Cabildo de Buenos Aires.

    Apenas unos días después del desembarco de los Treinta y Tres, Luis Herrera Basabilbaso se incorporó al levantamiento y participó en los combates de Camacuá e Ituzaingó, en los que ganó el grado de sargento mayor. Luego se sumó a las tropas de Fructuoso Rivera, quien al asumir la presidencia lo designó edecán.

    Fue soldado en Ituzaingó, luego senador, jefe político de Montevideo y ministro de Guerra en los gobiernos de Bernardo Berro y Leonel Aguirre.

    “Hay una amistad muy honda entre los Herrera y los Rivera que hubiera derivado en que pudiéramos haber integrado el Partido Colorado”, contó Lacalle Herrera al periodista Álvaro Barros-Lemez poco antes de asumir la presidencia en 1990.

    Muy relevante a nivel político fue Juan José de Herrera, un ministro de Relaciones Exteriores que en 1863 defendió la dignidad nacional y quedó enfrentado al imperio de Brasil y cercano a Paraguay.

    Peor suerte había tenido Luis Pedro de Herrera, que resultó torturado, mutilado y finalmente muerto a los 25 años de edad por una partida colorada que respondía al general César Díaz, el último día de 1854.

    El doctor anti Batlle

    El doctor anti Batlle. Luis Alberto de Herrera Quevedo era hijo del excanciller y sobrino del degollado en el arroyo Colorado. Nació en 1873 y además de militar, abogado, senador, profesor de Historia y periodista, a lo largo de su carrera fue siete veces candidato, pero nunca llegó a la presidencia. A diferencia de José Batlle y Ordóñez, el mayor exponente de la otra gran dinastía uruguaya que había comenzado su padre Lorenzo, de Wilson Ferreira y Luis Batlle, Herrera sí terminó la carrera de Abogacía, aunque no ejerció.

    “Los doctores blancos”, llamó Carlos Real de Azúa a este grupo encabezado por Herrera. “Más bien fue una ideología —políticamente liberal, socialmente conservadora y aun ultraconservadora— la que les congregó frente a la acción de Batlle, cuya réplica incansable, mordiente, dieron”, escribió en Herrera: el nacionalismo agrario en 1969.

    La muerte de Washington Beltrán —en un duelo con Batlle y Ordóñez en 1920— potenció el crecimiento de Herrera como caudillo. En 1925 fue presidente del Consejo Nacional de Administración junto a los colorados. Sin embargo, perdió elección tras elección ante José Serrato (1922), Juan Campisteguy (1926), Gabriel Terra (1930), al que luego apoyó como dictador en 1933, Juan José de Amézaga (1942) y Tomás Berreta (1946).

    El 27 de diciembre de 1956, mientras integraba el Consejo Nacional de Gobierno, se enfrentó con Luis Batlle e hizo famosa la frase: “Ni me callo ni me voy”.

    Además de gran reconocimiento local, Herrera también tiene una calle en Asunción, un cuadro destacado en el Museo Histórico de esa ciudad y seguidores al otro lado del Río de la Plata.

    Antes que nada, Herrera fue el caudillo más importante del Partido Nacional. Cuando murió en 1959 había logrado que su partido llegara por primera vez al gobierno gracias a una alianza con el proestadounidense ruralista Benito Nardone, de la cual se arrepintió enseguida.

    Aunque Herrera nunca fue presidente, su influencia se extendió no solo entre los blancos, cuya otra rama, el nacionalismo independiente, tuvo a Wilson Ferreira Aldunate como mayor exponente. El pensamiento herrerista también llegó al Frente Amplio a través de Enrique Erro, que influyó en José Mujica y alcanzó también a Argentina, gracias a complejos lazos con el expresidente Juan Perón y su movimiento.

    Abuelo profesor y padre presidente

    Carlos Lacalle, padre del expresidente, “fue un hombre muy indisciplinado pero muy talentoso”, dijo Lacalle Herrera en 1990 a Barros-Lemez.

    La docencia y el juego fueron dos de sus pasiones. Debido a la segunda, por unos cheques en el que figuraba el nombre de su suegro, fue enviado de urgencia a la Oficina Iberoamericana en Madrid en 1955 y regresó recién una década después, ya mayor, a Montevideo, donde falleció en 1971.

    Esa circunstancia familiar llevó a que el expresidente Lacalle se criara más cerca de su abuelo Luis Alberto de Herrera, de quien recibió las enseñanzas políticas que lo encaminaron en una actividad de fuerte competencia.

    Durante una visita a España, sin embargo, había tenido la chance de quedar muy bien impresionado del dictador Francisco Franco y plasmarlo en el libro Trasfoguero, de 1963.

    El del 27 de junio de 1973 no solo fue un golpe contra la democracia que provocó innumerables secuelas, sino también a la economía de los Lacalle Pou. Julia estaba embarazada y en agosto nació Luis.

    Lacalle Herrera y su hermana habían sido criados con rezo diario; sus fortísimas convicciones religiosas flaquearon cuando luego de editar unas publicaciones clandestinas fue detenido por el Servicio de Información y Defensa (SID) al mando del coronel Ramón Trabal y un soldado le puso una funda de capucha.

    “Rezaba y decía: Dios mío, lo único que pido es no tener miedo, no tener miedo, no tener miedo”, contó años después.

    Había sido electo diputado y contaba con ese sueldo para mantener a una familia de “orientales viejos” (el tatarabuelo de su esposa fue el general José Brito del Pino), pero sin tantos recursos económicos, así que durante un tiempo tuvo que hacer varios trasbordos para llegar a su estancia en Cerro Colorado y tratar de producir, algo difícil para “un cajetilla de Pocitos”, como él mismo se ha definido. Finalmente consiguió un cargo de abogado en el sanatorio Impasa y las cosas comenzaron a mejorar.

    Cuando Luis Lacalle Pou tenía 10 años, su padre ya había regresado a la vida política pública aún en dictadura y estuvo sentado, no en las primeras filas, en el estrado del acto del 27 de noviembre en el Obelisco.

    Atrás había quedado el episodio más dramático de su vida, que se produjo en 1978 luego de que a su casa llegaron tres botellas de vino envueltas en papel de embalar azul a nombre de Luis Alberto Lacalle, Carlos Julio Pereyra y Mario Heber. El crimen, que quedó impune, se supone que fue obra de civiles blancos de ultraderecha contra sus propios correligionarios. Lacalle (que no integraba el triunvirato) y Pereyra evitaron tomar el vino que luego se supo contenía fosfodrin fosforado, pero Cecilia Fontana, la madre del entonces veinteañero Luis Alberto Heber, probó y cayó muerta. Para Lacalle, que había llevado la botella mortal, comenzaron “los días más tristes” de su vida.

    Aunque siempre estuvo cruzado con Wilson y su hijo Juan Raúl Ferreira, que, con buenos modos, lo bajó del ómnibus de la caravana en 1984, Lacalle se las ingenió para convertirse en presidente en la elección siguiente, ayudado por la prematura muerte del líder de Por la Patria y una muy buena campaña.

    Libros inéditos y distancias

    El padre del presidente electo es el primer exjefe de Estado uruguayo que verá asumir a su hijo en el mismo cargo, algo que no vieron Lorenzo ni Luis Batlle.

    Para llegar a eso tuvo que tragarse muchos sapos. Según contó a algunos allegados, tiene escritos tres libros cuya edición ha postergado para no perjudicar la carrera política de Luis.

    El primero trata acerca del Consejo Nacional Herrerista y abarca el período 1982-1989. El segundo está dedicado a las acciones de gobierno entre 1990 y 1995 y el tercero a lo que denominó la “embestida baguala”, la campaña de denuncias contra su gestión por las que responsabiliza a Julio Sanguinetti, el exsenador Alberto Volonté y su exministro del Interior, Juan Andrés Ramírez.

    Lacalle Pou no solo se mudó con su familia a Canelones. También decidió comenzar su carrera política en ese departamento bajo el paraguas de la Lista 400, que pertenecía a su madre, mucho más cercana que su padre aunque de menor peso político propio.

    Al nuevo presidente le gusta el surf. Una vez que Heber anunció que no competiría como consecuencia del crecimiento político de Lacalle Pou, el camino por el lado del herrerismo quedó despejado, pero optó por formar su propio grupo y rodearse de una mesa chica con gente joven y, salvo el propio Heber, sin un pasado relacionado con su padre.

    Información Nacional
    2019-11-28T00:00:00